Escribe como las
líneas de la tarima que en perspectiva se escapan hacia el final del salón
continuamente y se pierden siempre al chocar contra los muros, y retroceden y
danzan, permaneciendo quietas cuando se
solicitan ausencias, desprendiéndose de los vestidos del tiempo. Como Popy perplejo entre la juventud, perro
al fin de mil lenguas, sumiso y ciego, incansable entre pinos y cedros, entre
el nacimiento y la espera.
Escribe de rosa
pimpinela, de carnaval, como las
zapatillas aladas de siempre que reposan e inquietas a veces insinúan giros y
verbos gramaticales en la noche de estreno.
Como el afilado y vertical palo que sujeta la justicia en el centro del
alma mientras contempla el gesto, el reflejo de los ojos cuando miran hacia adentro y traspasan tus canas.
Escribe como el
dintel de la entrada al templo del mundo, gris y ocre, adornado de molduras
suaves pegadas al techo, con brochazos e instintos, al azar, desde donde el
espectáculo de la vida y su movimiento apenas susurran. Como el aire que mueve el abanico rojo de la
pasión por mundos imaginarios y letras escondidas acariciando los cuerpos
jóvenes de las bailarinas de tarde y café mientras esperan el amor, el
movimiento y la música.
Escribe
perezosamente, en largo, para después
sorprenderse a si mismo. Idea, interior, y al fondo solo y siempre la luz
Judimendi veinticuatro de febrero de dos mil once
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