Caminó y vivió al paso, a distancia, con la mirada trastornada. Transitó por colinas abrasadoras muchos días pasados los años sabáticos. Cuando la luz blanca casi traspasaba la camagua comía sus frutos y saciaba un rato su alma bajo la sombra. ¡Anima mía!. Sacó la coracha y fumó sin tino hasta la aurora. Sin dormir continuó caminando hacia el sur arrastrando sus gastadas chirucas. Miró arriba. Era su sino.
Pasan por ciudades, por barrancos y cañadas, sin gozar una caricia ni notar como la lluvia lava su cara cada mañana. Aspirando las fragancias a vainilla, a mimosas, a tomillo... Olor a vida. Unidas al corazón las horas pasan volando, caminan solas...
Judimendi veinticinco de octubre de dos mil once
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