Y tras las campanadas. ¡Zas! Un paquete en rosa y celofán alargado en donde los hombros son asas y la cabeza una tarjeta blanca con mi nombre impreso. Un instante de emoción donde con la mirada requieres, incitas, investigas, entre gentes sencillas y afables, de sonrisas amplias y francas. Y ... ¡Ah! ¡Oh!. Nadie dice nada e inquieren a su vez iluminando sus ojos con alegría. Recorren recovecos sencillos y fáciles de encontrar en mi corazón. Y sí, lo agradezco. Estoy con mi regalo y manifiesto mi satisfacción. He tenido un regalo. Una botella de vino tinto, de morapio con marca. Luego, que más da, nos bebemos el ribera con unos mazapanes y cantamos aquel villancico de siempre
Judimendi trece de enero de dos mil once
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