Sastrecillo mio, me dice el anónimo vecino que tuviste, el valiente más sonoro de la localidad, que fuiste para él desde aquella tarde ya lejana que pasaste a su lado y le rozaste sin querer. Y aquí para hoy rendido en desigual lucha, pidiéndome te escriba la nota que me dicta entre el rubor y la desdicha. El atribulado alguacil, dicho su oficio queda, descansa poco y mal desde aquel día y no es necedad decir que laten fuertemente y en igual medida su corazón y gallardía, mientras atentamente bizquea ante los garabatos para él desconocidos de la pluma que mi recta mano sostiene, para manifestar sus sentimientos hacia vos a través de la nota que le escribo. Rendido considera, abierta su alma que profusa sangra mientras clama, en la esperanza de que sea redimida por vos y compartida.
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