Me
dices que todo cuanto tiene nombre existe, porque lo dicen, y tú
amiga, me das el queo sin pausa, la pauta, la medida, el pie seguro
donde el milagro celebra el festín de la tarde. Y así, con la
sencillez de la palma de la mano abierta, dejo correr como piedra loca
la imaginación para que se bañen sirenas y corran centauros por las
líneas del cuaderno al instante.
Donde
la calle horizontal cruza con la última hilera de casas molineras
apenas se sostiene una tapia baja de adobe. Allí entre sus huecos, se
aprecian finas telarañas y pedazos de chapa deformada en los que si
se presta atención puede leerse una marca de aceite. La coronan los
cristales verdes de botella de gaseosa que como dientes cortantes nos
esperan a nosotros, los desheredados, la chiquillería del barrio.
Y
pasadas las nueve, cuando comienza a cerrarse el día, se nos tiene
permitido arriesgar de nuevo nuestros zurcidos pantalones y saltar el
obstáculo, con arañazos de sangre y miedos contenidos, a la Huerta
del Tío Chaqueta, para dar el palo.
“El
Judas” y “el Pecas” fueron engullidos los primeros por los
huinos que recién salidos de la poza negra de pecina y olor
pestilente nos estaban esperando con sus largas zarpas elevadas hacia
el tapial. Entre ruidos de zarzas y chillidos a ambos lados se
produjo la confusión, unos corriendo hacia los ciruelos, otros se
perdieron por las oscuras calles paralelas. Y sin apenas resuello,
asustados y temerosos, cada uno como pudo enfiló a su casa a
resguardarse.
Al
día siguiente, después que se supiese de la muerte del “Judas”
y “el Pecas”, los pocos que pasaron la noche escondidos en
distintos rincones de la huerta sin moverse, dijeron haber oído a
los huinos rebramar, que así era como se comunicaban estos, durante
toda la noche.
Se
simplifican los textos, las palabras en suspenso apenas abarcan en el
horizonte de los tiempos todo su crucial significado, las sensaciones
colocadas en el álbum del recuerdo suelen difuminarse, y mira, tal
vez incluso te permito suponer que la duda nos asalte cómplice en
ocasiones cuando los hechos insignificantes ahora, tuvieron tanta
relevancia entonces. Por ello hoy, si al pulsar el interruptor del
ascensor en el portal, percibes como el aire apenas inicia un inusual
movimiento a tu lado, detente y deja hacer no sea que se despierte el
huino que nos acompaña desde entonces, te digo, siempre.
Judimendi
diciembre de 2011
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