Desde el fondo del parque aquella tarde luminosa del
mes de junio tropecé con tu mirada. Se percataron al instante
nuestros cuerpos y ese tiempo breve escogió colores y brisas para
siempre. Fueron todas las tardes programadas a brochazos largos y
firmes en tu falda, finos y precisos en tu tranquilo rostro. Se
depositaron recuerdos a tu alrededor sin llegar nunca a sentarse a tu
lado. ¿O tal vez sí?.
Fuiste sola en el lateral del banco de madera.
¿Sujetaste mi cuerpo entre tus cálidas manos,
meciéndome lentamente alguna vez, mientras soñabas?. En tu
quietud, ¿tal vez, un pensamiento?.
Para dormir la tarde acaricio tu espacio único y
medido. Danzaron veladas y valses, acompasaron sinfonías románticas
entre los bucles de tu pelo rubio. Palabras galantes, cuchicheos y
risas nerviosas, requiebros y … dulcemente un beso.
He retrocedido doce años para volver a verte en el
mismo jardín y … sencillamente, no estabas. Ni trinos, ni la
brisa constante, ni cielo, solo el recuerdo, la idea, la percepción,
el presentimiento, para soñar despierto, para vivir.
El hueco, el alma, el corazón tras las líneas en el
jardín pequeño donde la postal te llama y enciende tu cuerpo. Bajo
el sombrero negro donde siempre descansan sonrisas y versos, que
reconoces y llamas cuando estas solo con tu silencio.
Para trazar vientos y vivir sueños, y respirar sin
aliento, para vestir y mudar almas en cada intento, desde el fondo
del parque, hoy la describo y contemplo
Judimendi el veintinueve de
febrero de dos mil doce
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