¡Muy buenas tardes!,
dijo la chica
de las uñas color sangre, y se sentó
a mi lado dulcemente sin mirarme.
Al momento, dubitativamente, alcé la vista
y en la pared de enfrente
vi salir humo de un balcón.
Eran las tres y veinte en su reloj.
Salió lanzada por la ventana una muñeca
de trapo.
Y en ese instante llegó nuestro autobús.
Sin más subí dejando atrás su olor a fresa
y los gritos angustiados de la gente.
Adiós,...adiós...
Vitoria
nueve de febrero de dos mil once
No hay comentarios:
Publicar un comentario