Cuando la carta que has escrito la semana pasada llegó a mis
manos, después que Mª Jesús me la leyera por teléfono, he estado dudando si
leerla o pasársela sin más a Tomasa, que
a fin de cuentas fue la primera y única, que como todos sabemos se te entregó. Podía perfectamente haberla
leído y a continuación roto y ahí se hubiese acabado la cuestión, que para mi
desde hace años he zanjado. Pero mira
por donde después de leerla, me he dicho. Voy a contestarle, aunque no se lo
merezca, o al menos el tiempo que voy a gastar en escribirle, por pura
satisfacción después de casi cincuenta años. Una vida, una hora, un instante,
que es como te gusta escribir. Así simplificando, sin pararte a pensar como,
una coma o un acento, una palabra o un gesto tanto pueden hacer variar el
sentimiento de las personas.
Quédate con un adiós
apresurado porque ese fue el que nos dimos aquella noche en la estación del
tren en Salamanca. ¿Recuerdas? Tu despedías a una joven que solo había
necesitado tres horas para entender como había sido el juguete infantil en las
manos de un inmaduro. Te despediste de unos ojos verdes brillantes y saltarines
en el que solo apreciaste un color sin llegar nunca a verlos más dentro, porque
solo lo superficial fue para ti importante. Esos mismos que nada más terminar
nuestro encuentro se pronunciaron, al principio llorando con tristeza y riendo
al rato de serena satisfacción al comprender al fin que más que un hasta luego,
nos habíamos dado un hasta siempre jamás.
He sido desde entonces
la mujer más feliz de la tierra. Ejercí con éxito mi profesión, viví un
matrimonio pleno, casi treinta años, fruto del que nacieron mis cuatros hijos.
Enviudé joven pero fueron tan bellos y hermosos esos años que aún hoy conservo
vivos cada unos de los momentos disfrutados en su compañía.
Mantengo una
constante relación de amistad con Tomasa, Mª Jesús, Pilar, Ángeles, Nieves y
Paquita. Solemos juntarnos varias veces al año y hablamos, reímos y
participamos naturalmente de nuestro quehacer diario, de nuestros hijos y
nietos, y sé que no me creerás si te digo que nunca has participado, ni un
momento, rato o instante como te gustaba decir, ni has estado en nuestro
pensamiento, jamás.
Sigue viviendo en tu
mente retorcida, confusiones, equívocos y sensaciones que no dejan de ser
ilusiones al uso. Huele, faldas, blusas y camisones, a lavanda o manzana verde en tu castillo
antiguo de fortalezas caducas. Pero mira, si alguna vez despiertas a la
realidad y al mundo que te rodea, espero percibas el entrañable afecto y la
ternura que pese a todo nos inspiras.
Judimendi quince de febrero de dos
mil doce
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