20 octubre 2013

En el cuerpo Santiago

   
                                           


  











  Así como la memoria da lo que da en las condiciones óptimas y casi siempre se avergüenza y esconde cuando pretendes enterarte del porqué, el cuándo, y sobre todo, el cómo, de sucedidos o acaecidos, así, de sopetón, el tema se enreda y claro, inconsciente, difumina a la hora de representar cercanías que por aparcadas quedan al margen de lo cotidiano. Ese podría ser perfectamente el recuerdo, el momento en el que por primera vez escuché mi nombre en los labios de los otros, de los de alrededor, de los próximos. Quizás los doce, antes nada.
   Antes Santi detrás del padre Santiago.
   Y aprendiendo añadidos de secuencias de celuloide en blanco y negro, vamos de arte y ensayo. En colores de otros y para mí en grises. Aparcado.
   Un condimento, una camisa con iniciales de marca comercial, un perfume comprado al azahar o sencillamente letras secuenciadas que deben sonarte para prestar atención y contestar lo adecuado.
   El San Judas Tadeo en la capilla de San Felipe Neri me suele prestar ayuda cuando a su lado, tantas veces contemplado y siempre silente, el Apóstol en caballo blanco galopa impávido con brillos de velas recién encendidas. ¿Ese,  soy yo?, me interrogo. Y no, ni por asomo acierto a predecir si los que me acompañan entenderían relación alguna entre la vieira y mi frente. Santiago es el otro, calcetín de viaje de negro ejecutivo.
   ¿Inquirías?
   A mí que me registren, no soy culpable. Ni Santi, ni mención siquiera. El culpable fue otro.





Judimendi a uno de octubre de dos mil trece


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