Para corregirse en el momento exacto en el que cualquier leve roce de sus manos perezosamente caídas sobre la falda, esa tarde, o confundirse y traspasar en un instante apenas perceptible por una parodia insignificante o un suspiro entrecortado, solamente era preciso desearlo mutuamente, y entonces, solo así, comenzaba el dócil juego en el que desordenado transitaba entre ellos un fragmento suspendido de obiubi.
Y allí recogidos en
la cama, horizontales, tomaban el nopalito mordisqueando sus tallos verdes
entre chicanas haciendo asiento sin claros entre sus cuerpos. Temblorosa su
ninfa en el cahuín con momos desarticulados que recogía el príapo en el coliche
nocturno una y otra vez. Hábiles se conducían de un extremo al otro de la piel
llenando cada poro de escorrozo.
Seria, hasta la noche se esforzaba escrita en coma
musical invertebrada en desaparecer del calendario inútilmente. Y así la aurora
vertida de chenilla ocre y azul tomaba cuerpo y los dejaba amanecer rendidos.
Solo entonces el cacuy oculto se dejaba oír y puede ser que llegasen a conectar
más tarde pues en otoño nunca vuelven las cuncunas tras la gorga por destez.
Vitoria
veinte y ocho de octubre de dos mil trece
Cortazar no ha tenido la culpa seguro
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