15 septiembre 2015

El final de Borges


                                                              


 

 
 
  Vamos a contar mentiras, de dos en dos, y a temblar porque lo normal es hervir, bullir, enfundado en una camisa de cuadros rojos y blancos, de mantel, de merienda con vino tinto. A lamernos al lado del rio los dos juntos, el lapicero amarillo y negro a medio consumir y el bolígrafo sin funda de plástico azul transparente. Y si tienes necesidad dobla el cuerpo hasta que te duela y cobren vida topónimos y antónimos. Fuiste así doliente por un instante. Los dos superpuestos, el ánima, el aliento, el soplo cubano junto a la parroquia de San Nicolás, cincel y martillo, viruta y garlopa.
  ¿O eras tú? Distorsionada en el calidoscopio fabricado en verano exenta de seda, envuelta en mariposas como rebaños de erizos perezosos. Eras tú exactamente, de pies pequeños, tardía como el porvenir del día, voladora y tal vez invisible. Porque sonreías, sueños preñados a pares dentro de los siete años, subida a higueras de fiestas, de procesión, de sangría fresca con la barra de hielo incorporada. Eras la fiesta misma contada tras el verano. La docena del texto era visible, de oro.
  Corté leña y lobos hasta la eternidad.
  Pasado y presente los dos doblados en el lecho que abrasa. ¡Ay! riacho seco. Con la precisión de un reloj al llegar la noche nos arrastramos hasta las ocho, dentro de un folio, y nos quedamos dormidos. Entre jinetes y castillos nos castañean los dientes; el viejo jergón nos encogió hasta la aurora y al momento el hilo de luz penetró en el muerto insistentemente. El alma fue afilada, hasta el acero frío se arrodilló a nuestro lado. Satán sin miedo está loco.
  No necesita luz el lector. Ábrete al pánico para mostrar miedo. Todos lo hemos entendido, toma nota.
  Y sigue el cuento-monólogo repetido en el círculo apaisado mientras tiemblas alejándote. Acabar cuanto antes y no repetir. Dos cigotos, dos círculos, el uno en el interior del otro, despistando la idea.  La cabeza rodó en la nieve. La parte superior de la pared crema decorada con círculos, la inferior gris; las dos,  entre la línea de tus ojos.  ¿O mantel de cuadros rojos y negros? Un DVD al lado justo del bosque o fuera de él, en lo oscuro, en el punto medio. Los dos, ellos mismos, esperando el austero asunto. Pensaremos ¡Ay codicia! Que nada es gratis.
  La mano se cerró sobre el cuello y el anillo negro mancó hasta conseguir el grito protagonista y más tarde descansó. Ella espera, mohín joven, sensual, de labios rosa pálido seco, el  final. No me espera. Brama. Ambos, sobre la luna tendidos, nos buscamos sin hallarnos. Vamos a morir junto a Odín. Ahí termina la historia, no hay más, porque hoy es martes y en el dobladillo de la sábana sobresalen hilos de lino que nos delatan.                                             

           Judimendi doce de noviembre de dos mil trece
 
 
 
 

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