¿Es
posible que bramara?.
Sacó
la cabeza a través de la ventana cerrada hasta el interior del
bosque y tomó una bocanada de aire desde la garganta última, con
tanta fuerza que vibraron las puertas y se levantaron todas las
tormentas a un tiempo dentro de los cuerpos olvidados de los suyos.
¿Donde
los torrentes arrastraron esperas infinitas?.
¿Donde
las órbitas de los enormes ojos terminaron de quedar secas y
vaciás?.
No
son suyas las ideas dispersas en los suelos llenos de pisadas
vigilantes, ni tampoco las edades de sus sienes despejadas. Porque
giran vertiginosamente y luego dan tumbos y se deslizan por el
pasamanos de la escalera de mármol hasta caer en el estanque del
centro imaginario . Sujeto al mundo, a su pesar, lanza más que un
grito. No un lamento con interrogantes. ¡No!. ¡Un rebramo!.
¿Es
posible que soñara hoy?.
En
ese preciso instante, por último y temido, bajó la mirada hacia el
firmamento, tiznó el ánimo y garabateó el acertijo cruel a la
altura de sus rodillas.
¿Donde
las zapatillas se desprenden de su mundo y alejan hasta más allá
de un rato?.
Y
el ángel enmarañado en sus entrañas, vuela libre hasta el
infinito; y lentamente enlaza los cordones marrones que se muestran
como torpes palabras y recuerdos.
Fueron
suyas ayer. Hoy no. Que la distancia de un suspiro, a veces... duele
tanto.
Judimendi quince de noviembre de dos mil once
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