Y
así sucesivamente cada frase, cada palabra, cruzaron entre nosotros
sin conocerse, sin apenas mirarse. Tenían tonos débiles. Los tonos
y las tonalidades. Los sonidos y las presas. Musas encadenadas.
“La
Canela” movía en su ir y venir el rabo. Meó en el arco central
del estacionamiento. La imaginación jugaba en cada esquina de la
clase. Todos pestañeábamos. El rimel, el asma, la tos, la irisación
de la luna. El paso de San Antonio con su florero rojo y la tuna
debajo del balcón desfilando entre baladas de juventud. Y dale que
te pego. ¡No!. Perfidia y feliz. El veterinario cerró la maleta y
se sonó con un pañuelo blanco y arrugado. Miráis impávidos.
Miráis ciertamente la luz y ya lo tenemos casi todo. ¡No! Palabras
siguen a palabras. Lo venturoso a la ventura y el júbilo a la
jubila. Te lo explico y sonríes cándida.
Casi te beso. Te lo
arrancaré mañana.
Judimendi
veintiuno de diciembre de dos mil once
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