Lo mejor sería contárselo todo a cualquier mujer de su aldea; a las
mujeres, aunque sean tontas, les gusta eso, y basta decirles dos palabras para
que viertan torrentes de lágrimas.
“Pero allí en aquella habitación de atmósfera irrespirable,
donde apenas el calor de los cuerpos alcanza más allá de un palmo, la soledad
es su única amiga. Nota el frío dentro
del corazón; la indiferencia que le rodea casi le asfixia.
Al final de la noche,
cuando los primeros rayos sucios de sol penetran a través del ventanuco del
fondo, algunos carraspeos y toses le devuelven débilmente a la vida.
Jona permanece quieto
sin apenas fuerzas para respirar. Un cochero le increpa.
-¡Arriba!, gandul.
Con los ojos
entornados intenta responder, pero no puede.
Percibe el borbotear
lejano del agua hirviendo en el samovar, ve nítidamente a Natacha, su esposa,
junto al fuego del hogar, y a sus hijos que le rodean con los ojos encendidos y
vivarachos.
Jona con una sonrisa
se deja morir.
-¡Arriba!, ¡viejo!,
que ahí fuera sobre el manto helado de la nieve tu rocín se impacienta.
Vitoria en diciembre de dos mil trece
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