Ella abandonó la estancia.
-Voy a mear, dijo
Siguió por el pasillo
hasta el aseo y se aposentó en el inodoro rosa.
Se formó un cordón dorado entre su uretra y el sanitario que musicalizó
una melodía al ritmo que marcaban los músculos de sus ingles. Terminada la
micción tomo un papelillo con el pulgar e índice y se limpió despacio. Luego,
entornando los ojos, se acarició suavemente los labios de la vulva. Cuando se
subió la braga blanca de algodón estos se marcaron como dos trocitos de
melocotón en almíbar
De nuevo en la sala,
sentada frente a mi y su cuartilla en blanco, el brillo de sus ojos negros me
anunciaba un relato breve y jugoso.
Vitoria el cinco de noviembre de dos mil trece
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