24 mayo 2014

Alicia

                                                                            



  







Un día hermoso de otoño de olmos violáceos y paseos angostos junto a los castaños de Indias.
   Una niña morena de negros ojos y melena corta abraza con fuerza sus libros y un peluche rosa mientras se dirige a la escuela.
  Se detiene junto a la estatua de piedra gris claro en  el parque vacio de las tres de la tarde y sorbe ávida la ginebra. Los rayos del sol, que entre las hojas de los árboles se filtran apenas, fueron testigos silentes. Vacía, la petaca es abandonada plácidamente en la papelera negra junto al semáforo de ámbar intermitente.
  Tropezando con los ceniceros metálicos del pasillo se desplaza despacio, tambaleándose, con la vista en las baldosas del suelo contándolas insistentemente
¡Tres! ¡Seis! ¡Siete!...
  Justo en la puerta del aula se vence, se arrodilla y se pierde la clase. Son las tres y veinte.




  Judimendi veintiséis de noviembre de dos mil trece



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