El día que aquel escriba se puso a inventar no se quedó corto. Inventó lo
más: el papiro. El primer portátil de la humanidad. La primera pizarra. Por vez
primera el pensamiento se pudo transportar, y por ende, el conocimiento y
las ideas; luego vino lo demás: la imprenta, la prensa y la tinta.
De padres tan singulares naciste al fin tú,
papel de periódico, que naces ya viejo.
De nuevas lleno, pero viejo, arrugado, sucio, desteñido, con voz grave, como la
del viejo marino que fuma en pipa en el muelle.
Manipulador,
tendencioso, grosero y exagerado. En tus páginas enfurecidas sólo guardas dos
verdades: el precio y la fecha.
Pero pocos inventos han tenido tanta
utilidad como tú: envoltorio de bocadillos con que saciar el hambre de media
mañana, alfombra improvisada con que proteger la cocina de inesperadas
fugas, tela para sombrereros locos, materia prima de barquitos de papel, fuselaje de avión supersónico, secante de
zapatos húmedos, camiseta interior de ciclistas, relleno para las frágiles
copas durante la mudanza, madurador de kiwis, espantador de perros por su
estridente sonido, incinerador de hogueras, práctico salvavidas delante
de los Miura y para colmo, simulador de truenos en los seriales radiofónicos.
No imagino una vida sin ti. Tú, que en un
tiempo me diste de comer, recibiste de mí lo peor, y con tu rasposo tacto
dejaste inmaculado mi trasero tras aquella imprevista necesidad. Negras
quedaron mis nalgas, es verdad; negro entero yo, pero he de reconocer que
también aliviado y satisfecho.
Y aún me quedó lo mejor de ti. Los
pasatiempos. Blancas juegan y dan mate en dos. Eso… y el jeroglífico
egipcio.
De Juan Gay Pobes
De Juan Gay Pobes
No hay comentarios:
Publicar un comentario