31 marzo 2014

Lo pensado

   
                                       
 Ella abandonó la estancia.
  -Voy a mear, dijo
  Siguió por el pasillo hasta el aseo y se aposentó en el inodoro rosa.  Se formó un cordón dorado entre su uretra y el sanitario que musicalizó una melodía al ritmo que marcaban los músculos de sus ingles. Terminada la micción tomo un papelillo con el pulgar e índice y se limpió despacio. Luego, entornando los ojos, se acarició suavemente los labios de la vulva. Cuando se subió la braga blanca de algodón estos se marcaron como dos trocitos de melocotón en almíbar

  De nuevo en la sala, sentada frente a mi y su cuartilla en blanco, el brillo de sus ojos negros me anunciaba un relato breve y jugoso.




Vitoria el cinco de noviembre de dos mil trece




15 marzo 2014

IMPRESORAS

   
                                         
                                                                             






Cualquier persona que alguna vez haya utilizado una impresora sabrá lo que significa aquello de “la rebelión de las máquinas”. Siempre he pensado que si en alguna ocasión tuviese lugar una revuelta organizada por electrodomésticos en contra del ser humano, sería una impresora la encargada de liderar las movilizaciones.
  Pueden que no estén vivas, pero hay algo en sus circuitos que les hace sublevarse contra nuestra vida cotidiana una y otra vez.
  Desde que tengo ordenador, he tenido ocasión de convivir con tres de ellas, y si no fuese porque conozco el nombre de la marca, pensaría que las siglas H.P. presentes en su carcasa se refieren a otra cosa.
  La primera que tuve se ponía en marcha sin previo aviso moviendo las palancas de manera descoordinada al tiempo que sus luces parpadeaban sin parar. Esos ataques de locura electrónica solían coincidir con momentos en los que yo estaba enfrascada en algún texto frente a la pantalla del ordenador o preparando algún trabajo para entregar al día siguiente, así que mí ruidosa impresora estuvo a punto de provocarme un paro cardiaco en más de una ocasión. Después de aquellos sustos solía imprimir alguna hoja con signos indescifrables que a saber si no llevarían alguna amenaza encriptada.
  Mi segunda impresora parecía inofensiva hasta que cogió la costumbre de devorar los folios sin miramientos. Lo que comenzó como un fallo esporádico se convirtió en una especie de metamorfosis que acabó convirtiendo a mí impresora en una trituradora de papel. Le encantaba destrozar mis documentos en el momento más inoportuno hasta que un día se atragantó con un papel y no hubo marcha atrás. Eso sí, murió con las botas puestas.
  Así que fue sustituida por mi impresora actual, un artilugio híbrido (impresora + scanner) que parece inofensivo pero que tiene la manía de quedarse sin tinta cuando más lo necesito. Yo por si acaso la desconecto cuando no estoy haciendo uso de sus servicios…nunca fiando.
  Si alguna vez llega el día en que las máquinas comiencen a amotinarse al unísono no olvidéis desconectar del enchufe vuestra impresora… por si las moscas.



Claudia López de Viñaspre