18 diciembre 2013

Dieciséis papelitos de colores

   
                               
  





Y ella abandonó la estancia.
  -Voy a mear-, dijo.
   Todos sin darnos apenas cuenta, cómplices, reímos. Hizo un mohín con la fresa de sus labios y salió.   De regreso, radiante como una puesta de sol, se sentó a su lado.  
      Ana, con el suéter cuello cisne color miel permanecía con el bolígrafo suspendido en el aire ausente, distraída, tal vez pensaba.  De sus orejas suspendían dos aretes plateados. Eran el regalo de Andrés
  -De la India, son de la parte occidental-, le había dicho mientras terminaba de quitarse los calcetines, -donde los arrozales interminables se pierden hasta el infinito.
  -¿Has dicho Italia?-, y suspiró. Era patético contemplarle desnudo en medio de la habitación decorada con papel azul cielo donde hasta las cerezas resultaban chillonamente rojas.
  -¡No! La India-, repitió.
  Apartamos las cortinas. Llovía. Cuatro transeúntes se apresuraban bajo el paraguas cruzando la plaza. Eran casi las siete. La espada del tiempo siempre presente entre nosotros.
  Hicieron el amor apresuradamente, sin el tenor preciso ni la pausa de los enamorados.
Todo entre ellos era apresurado. Sonaba una canción creo que de Leonard Cohen.
  -Toma-, y extendió la mano.
  -¿Qué?-.
  -..un recuerdo-.
  -¡Ah! la liga-.
  Se ha desvanecido el instante mágico.
  Escribe embelesada ahora. Se detiene. Prosigue. Me parece que esta tarde es una castaña pilonga enorme que rueda por la mesa sin miedo a detenerse y caer para estrellarse sobre la tarima. Apoya la mano en su pelo ensortijado. Suspira. Sus dedos acarician el rizo que le cae sobre la frente. Vuela su bolígrafo azul sobre las cuartillas blancas sin vacilar. ¡Ah! y probablemente luego sonría. El suéter ajustado sigue mostrando su respiración tranquila. Tal vez sus senos estén fríos. ¡Que locura!
  La hora termina justo ahora plácidamente.




           Vitoria cinco de noviembre de dos mil trece


02 diciembre 2013

Deslumbra la blancura de su piel…

   
         


  






Deslumbra la blancura de su piel en el habitáculo oscuro desde dentro. Su color importa, y sus vestidos, y la perspectiva suspendida en el tiempo. Es sencillamente una declaración de principios humanos. Arlequín doméstico y dócil por la tarde, cuando el día debilita los sentidos, sonrosado en ninfas de algodón por la mañana.
   No sé si pelarla.
   Se acercaron hasta bailar desnudos arqueando los cuerpos en el aire, los abrazos al ritmo de la música hasta descoyuntarse suspendidos en el aire.
   Nada cierto.
  Y al pronto sonó la alarma y todos han permanecido alborotados un rato. El ventilador lanza el aire hasta las esquinas de la habitación vacía mientras se diluyen las voces llorosas, infantiles, y los placeres del mundo se atropellan ininterrumpidamente en el tiempo. Las voces adornan la mesa, son la pesadilla de la tarde a cada instante. El niño sigue luchando indiferente contra la muerte alejado de la última sabiduría. El texto también muere y desvanece.




                               Judimendi una tarde de octubre de dos mil trece




20 noviembre 2013

Del crisoberilo y la crizneja


                                











 Para corregirse en el momento exacto en el que cualquier leve roce de sus manos perezosamente caídas sobre la falda, esa tarde, o confundirse y traspasar en un instante apenas perceptible por una parodia insignificante o un suspiro entrecortado, solamente era preciso desearlo mutuamente, y entonces, solo así, comenzaba el dócil juego en el que desordenado transitaba entre ellos un fragmento suspendido de obiubi.
   Y allí recogidos en la cama, horizontales, tomaban el nopalito mordisqueando sus tallos verdes entre chicanas haciendo asiento sin claros entre sus cuerpos. Temblorosa su ninfa en el cahuín con momos desarticulados que recogía el príapo en el coliche nocturno una y otra vez. Hábiles se conducían de un extremo al otro de la piel llenando cada poro de escorrozo.
  Seria,  hasta la noche se esforzaba escrita en coma musical invertebrada en desaparecer del calendario inútilmente. Y así la aurora vertida de chenilla ocre y azul tomaba cuerpo y los dejaba amanecer rendidos. Solo entonces el cacuy oculto se dejaba oír y puede ser que llegasen a conectar más tarde pues en otoño nunca vuelven las cuncunas tras la gorga por destez.





               Vitoria veinte y ocho de octubre de dos mil trece




20 octubre 2013

En el cuerpo Santiago

   
                                           


  











  Así como la memoria da lo que da en las condiciones óptimas y casi siempre se avergüenza y esconde cuando pretendes enterarte del porqué, el cuándo, y sobre todo, el cómo, de sucedidos o acaecidos, así, de sopetón, el tema se enreda y claro, inconsciente, difumina a la hora de representar cercanías que por aparcadas quedan al margen de lo cotidiano. Ese podría ser perfectamente el recuerdo, el momento en el que por primera vez escuché mi nombre en los labios de los otros, de los de alrededor, de los próximos. Quizás los doce, antes nada.
   Antes Santi detrás del padre Santiago.
   Y aprendiendo añadidos de secuencias de celuloide en blanco y negro, vamos de arte y ensayo. En colores de otros y para mí en grises. Aparcado.
   Un condimento, una camisa con iniciales de marca comercial, un perfume comprado al azahar o sencillamente letras secuenciadas que deben sonarte para prestar atención y contestar lo adecuado.
   El San Judas Tadeo en la capilla de San Felipe Neri me suele prestar ayuda cuando a su lado, tantas veces contemplado y siempre silente, el Apóstol en caballo blanco galopa impávido con brillos de velas recién encendidas. ¿Ese,  soy yo?, me interrogo. Y no, ni por asomo acierto a predecir si los que me acompañan entenderían relación alguna entre la vieira y mi frente. Santiago es el otro, calcetín de viaje de negro ejecutivo.
   ¿Inquirías?
   A mí que me registren, no soy culpable. Ni Santi, ni mención siquiera. El culpable fue otro.





Judimendi a uno de octubre de dos mil trece


29 septiembre 2013

Tienes que aprender…


 

   Tienes que aprender,
    centauro de luz azul,
    a caminar en el espacio.
    ¡Oh!  Princesa de papel
    locuaz y experta joven. 

    Tienes que mecer tu cuerpo dócil
     muy despacio, oye.
    ¡Ay!  doncella blanca,
     hasta el amanecer entre mis brazos.
 

 
      Varsovia el 3 de julio de dos mil doce 
 
         

17 septiembre 2013

Y después,… el otoño




   Estos árboles jamás vestirán por mortaja el rojo
   ¡No!  Se desprenderán de sus ropas impúdicamente.
   Sin apenas hacer ruido.
   Y las dejaran partir esperando el frio.
   ¡Es el sino de los tibios!
 
  
        Medina de Ríoseco uno de noviembre de dos mil  once




09 septiembre 2013

En el funeral despierto


              Y junto a mí,
                        la senectud sentada
                        oliendo a lavanda y ruperta
                        batiendo alas,
                        la vida se le escapa
                        por las rendijas del corazón.
                        Las manos juntas, en el regazo,
                        sujetan la tarde de este otoño.
                        Donde el frío se presta a llegar pronto
                        para expandir  su melancolía
                        entre nosotros.                    
                        Apenas pelo, sin cejas,
                        arrugas junto a los labios
                        y un rictus en ellos triste
                        de ausencias y soledades.
                        Ya son cerca de las siete
                        y  no reparo en sus ojos.
                        Me alejo despreocupado…



     Iglesia del Prado el doce de noviembre de dos mil once

31 agosto 2013

Los bosques no habitados…


 
 
Los bosques no habitados y vividos...
la vida, ubicada en el cuerpo
permanece siempre alerta
al espacio y al tiempo,
siempre breve.

El hombre, alejándose del instante y la idea,
muere y habita.

 
  Cracovia el nueve de julio de 2012
 
 
 

23 agosto 2013

¿Piensas?

                             

             ¿Piensas?...
Y solo de pensar mueres
alma dormida, que en sueños,
perfilas fábulas de hombres.
Lanza contra el fuerte flores,
dagas y sentimientos.
Aniquílame y huye sueño cobarde
tras la noche y el descuido.
Queda ensimismada la pena
hasta el alba fría.
¿Piensas?...



     Vitoria dieciséis de mayo de dos mil once


12 agosto 2013

En cada baldosa una colilla…




  En cada baldosa una colilla.
  En el paso de cebra, más aún.
  Enfrente, aparcados, cuatro coches.
  Y a mi lado, la sonrisa de un gandul.
                   
  Son ya casi las tres y cuarto
  en la parada del autobús.
  la parca del fulano es toda negra.

  Habla al móvil dando gritos.
  De vez en cuando escupe al suelo
  presuntas nicotinas de anteayer.

  Está la acera sucia y gris.
  En las alturas luce el sol.
  Lo mejor será,  cantar, bailar, reír.


  Vitoria ocho de febrero de dos mil once


05 agosto 2013

Ayer la palabra



                       Eres inconsciente ¡Oh palabra!
                                   declinando el verbo fácil
                                   mientras inocente juegas
                                   entre diccionarios en desuso.
                                   ¡Ay!  Los principios donde mora
                                    sincopada la señora, idea,
                                   enredando los conceptos, hábil,
                                   deglutiendo mientras llora
                                   el vocabulario que compuso 
                                  odas y versos hoy caducos.


 Valladolid, otoño de dos mil once

29 julio 2013

Muy buenas tardes…


                                          


¡Muy buenas tardes!,   dijo la chica
de las uñas color sangre, y se sentó
a mi lado dulcemente sin mirarme.
Al momento, dubitativamente, alcé la vista
y en la pared de enfrente
vi salir humo de un balcón.
Eran las tres y veinte en su reloj.
Salió lanzada por la ventana una muñeca
de trapo.
Y en ese instante llegó nuestro autobús.
Sin más subí dejando atrás su olor a fresa
y los gritos angustiados de la gente.
Adiós,...adiós...


Vitoria nueve de febrero de dos mil once

11 junio 2013

Respuesta de…

                                           

 


 
 
 
 
 
   Cuando la carta que has escrito la semana pasada llegó a mis manos, después que Mª Jesús me la leyera por teléfono, he estado dudando si leerla o pasársela sin más a Tomasa,  que a fin de cuentas fue la primera y única, que como todos sabemos  se te entregó. Podía perfectamente haberla leído y a continuación roto y ahí se hubiese acabado la cuestión, que para mi desde hace años  he zanjado. Pero mira por donde después de leerla, me he dicho. Voy a contestarle, aunque no se lo merezca, o al menos el tiempo que voy a gastar en escribirle, por pura satisfacción después de casi cincuenta años. Una vida, una hora, un instante, que es como te gusta escribir. Así simplificando, sin pararte a pensar como, una coma o un acento, una palabra o un gesto tanto pueden hacer variar el sentimiento de las personas.

  Quédate con un adiós apresurado porque ese fue el que nos dimos aquella noche en la estación del tren en Salamanca. ¿Recuerdas? Tu despedías a una joven que solo había necesitado tres horas para entender como había sido el juguete infantil en las manos de un inmaduro. Te despediste de unos ojos verdes brillantes y saltarines en el que solo apreciaste un color sin llegar nunca a verlos más dentro, porque solo lo superficial fue para ti importante. Esos mismos que nada más terminar nuestro encuentro se pronunciaron, al principio llorando con tristeza y riendo al rato de serena satisfacción al comprender al fin que más que un hasta luego, nos habíamos dado un hasta siempre jamás.

  He sido desde entonces la mujer más feliz de la tierra. Ejercí con éxito mi profesión, viví un matrimonio pleno, casi treinta años, fruto del que nacieron mis cuatros hijos. Enviudé joven pero fueron tan bellos y hermosos esos años que aún hoy conservo vivos  cada unos de los momentos  disfrutados en su compañía.

  Mantengo una constante relación de amistad con Tomasa, Mª Jesús, Pilar, Ángeles, Nieves y Paquita. Solemos juntarnos varias veces al año y hablamos, reímos y participamos naturalmente de nuestro quehacer diario, de nuestros hijos y nietos, y sé que no me creerás si te digo que nunca has participado, ni un momento, rato o instante como te gustaba decir, ni has estado en nuestro pensamiento, jamás.

  Sigue viviendo en tu mente retorcida, confusiones, equívocos y sensaciones que no dejan de ser ilusiones al uso. Huele, faldas, blusas y camisones,  a lavanda o manzana verde en tu castillo antiguo de fortalezas caducas. Pero mira, si alguna vez despiertas a la realidad y al mundo que te rodea, espero percibas el entrañable afecto y la ternura que pese a todo nos inspiras.

                                                            Beatriz

 
 

 

                Judimendi quince de febrero de dos mil doce

Carta a…


                                                  

 

 
 
   ¿Tomasa, Mª Jesús, Beatriz? Has de disculparme no recuerdo bien tu nombre. ¡Sí!, me viene tu rostro a veces, siempre con una sonrisa. Tu pelo, ¿rizado?, ¿enmarañado?, ¿negro?, ¿rubio? Va y viene la imagen según que día. Tus dientes blancos, eso sí. Tus labios cálidos buscando ser prisioneros, ser liberados en juegos de noche entre los chopos, buscando brisas. Tímidos besos imaginados. Paseos largos, ningún paseo. Frases concisas entre silencios. Tu falda negra. La mano blanca, el brazo moreno. Enaguas blancas. ¿Era un pueblo?, ¿ciudad?..., ¿Dónde era?

  Una mirada a tus ojos color caramelo y al pronto fueron verdes.

  ¿Un fin de verano?, ¿un comienzo de curso?, ¿una despedida sin adiós?, ¿un adiós apresurado de los que con el tiempo terminan por doler?

  ¡Y calor!, entre nosotros música que nos separa.

  En un momento, tal vez mañana, te escribiré

 
 

 

         Judimendi quince de febrero de dos mil doce

28 mayo 2013

Te amaba, te amo ¡Ay dolor!












                                                     
                               I
 
“Por Alá, que merezco cualquier grandeza
Y sigo con orgullo mi camino.”

                                II

 “Doy gustosa a mi amante mi mejilla
Y doy mis besos para quién los quiera.”

                                III

 “Cuando caiga la tarde, espera mi llegada,
Pues es la noche quien encubre mejor los secretos;

siento por ti un amor, que si los astros lo sintiesen
No brillaría el sol, la luna no saldría

Y las estrellas no emprenderían su viaje nocturno.”
 
                               IV
 
“Si hubieses sido justo en el amor que hay entre nosotros,
No amarías, ni hubieses preferido, a una esclava mía.

Has dejado la rama que fructifica en belleza
Y has escogido una rama que no da frutos.

Sabes que soy la luna de los cielos,
Pero, para mi desgracia, has elegido un planeta sombrío.”

  
 
 
 
 
 
 
 

                               I

 ¡Ay, aquella gacela joven!
a quien pedí el licor,
y me dio generosa
el licor y la rosa.
Así pasé la noche
bebiendo del licor de su saliva,
y tomando la rosa en su mejilla
 

                               II

 Podría haber entre nosotros,
si quisieras, algo que no se pierde,
un secreto jamás publicado,
aunque otros se divulguen. (...)
Te bastará saber que si cargaste mi corazón
con lo que ningún otro puede soportar, yo puedo.
Sé altanera, yo aguanto;
remisa, soy paciente;
orgullosa, yo humilde.
Retírate, te sigo;
habla, que yo te escucho;
manda, que yo obedezco.
 
                               III
 
Alejados uno de otro, mis costados están secos de pasión por ti,
y en cambio no cesan mis lágrimas…
Al perderte, mis días han cambiado
y se han tornado negros,
cuando contigo hasta mis noches eran blancas.
Diríase que no hemos pasado junto la noche,
sin más tercero que nuestra propia unión,
mientras nuestra buena estrella
hacía bajar los ojos de nuestros censores.
Éramos dos secretos en el corazón de las tinieblas,
hasta que la lengua de la aurora estaba a punto de denunciarnos.

                                IV

 Me dejaste, ¡oh gacela!,
atado en manos del infortunio.
Desde que me alejaste de ti,
no he conocido placer de sueño.
¡Si entrara en mi destino un gesto
tuyo o una mirada fortuita!
Mi intercesor -¡mi verdugo!-
en el amor es tu bello rostro.
Estaba libre del amor
y yo hoy me veo rendido.
Fue mi secreto silencioso,
y ahora ya se sabe.
No hay escape de ti,
lo que desees para mí,
así sea.

 

17 mayo 2013

¡Claveles!


                       


                      


 





            ¡Claveles!  Lanzad claveles al día.

                       Dejad  prendidos los soles

                       en las solapas del viento.

                       Que permanezcan dormidas

las penas del pueblo herido.

¡Claveles!, rojos claveles
 
                        para alegrarnos la vida.
 
 
 
 

06 mayo 2013

Yo confieso










  Cristalino el alba a finales de marzo, cuando el campo cubría surcos y laderas, en la dura tierra de aquella anciana mujer envuelta con sencillez en vestido de luto y mandil gris. De andar ligero sobre zapatillas de paño, entre calles con casas encaladas y tejados bermejos. Cubriendo el moño con una pañoleta negra anudada al cuello. En la cadera apoyaba un cesto de mimbre en el que transportaba la ropa ajena hasta el lavadero, al sur del pueblo, junto al seco río.
Pisando sus huellas, una mocosa de apenas seis años le acompañaba. Redonda y tierna su carita asoma entre el fino cabello negro, despertando de infantiles sueños allá en la alcoba, donde aún permanecen los más pequeños, Andrés y Aurora. El relente de la mañana con rocío y mohines se la acaricia.
Y al mediodía, cuando las campanas tocan Al Ángelus, se miran , se reconocen, un beso en la mejilla morena y vuelta a casa. Jugando a saltos la pequeñita, secándose la frente su madre enjuta. Caminan ambas, caminan juntas.
¡Amaneceres!. Siguen los amaneceres siempre distintos entre los pobres.
Ilusiones que son flores cotidianas y conforman una vida.
Ilusiones próximas a la piel, a no más distancia que una zancada o un abrazo de despedida.
¡Almas!. Naturales e intrínsecas, desprovistas de ropajes para fiestas. Consustanciales. Sometidas apenas nacen. Asustadas de la libertad. Almas pobres que al sentirse temen estar solas.
Yo confieso haberlas visto. Entre risas las tardes del domingo. Al final de la calle, en la plaza , en el banco del parque o doblando una esquina. Temerosas de su piel aún siendo libres.
Y alrededor de la mesa, ojos vivarachos, de miel los más, escudriñan el puchero de barro. Esperan cuchara en mano el inicio de la comida. Algún tasajo avisado debe esconderse entre los caldos y los garbanzos. Poco es el tiempo de la contienda para tan larga espera. De postre son tres castañas y un trozo de pan.
Se regala la tarde, chillidos de críos, vencejos rasando tapiales y calles, grupos de mujeres cosiendo a la sombra en animada conversación, carros que pasan crujiendo ejes, mulas y perros tras el pastor. Se regala la tarde, rosarios y rezos allá en la ermita, el rondar a la amada al ponerse el sol.
Contienda y vida. Azuches que anclan a la tierra el alma.
La niña de la madrugada aún incardinada a la mano de su madre un siglo después. No hay preguntas para tantas y tantas respuestas que bullen sin ella darse cuenta en su interior. Piececitos pequeños que siguen aún hoy esquivando las piedras del camino sin hacerse daño.
¡Ay! Libertad, para seguir viviendo.
-¡Cuéntanos el cuento! Y paciente a sus seis hijos en la cama amorosamente besa. Cuando sienten la llegada del padre tres más, agotados, cierran sus ojos en la habitación del fondo.
Yo confieso haberlos visto hace poco, no más de un siglo.

Vitoria siete de marzo de dos mil doce

14 abril 2013

Y si Miren no fuera Miren, ¿quién o qué sería? (Parte III)

 
 

















Me he preguntado esta mañana fría de febrero, recordando la última vez que la vi.
Llevaba un abrigo negro que si cabe destacaba aún más la palidez de su rostro, arrastraba un carro con funda también de color negro en el que destacaban las ruedas blancas de goma. Dentro, bullicio de fiesta, colorines, matices, mohines, juegos, ilusiones que poco antes iluminaron ojos amigos. Fuera ella, que aún cansada, continua engalanando la noche en su retirada”.
¿Quién puede ser, y no es?, ese diseño, esa forma, ese estar.
Solo ella lo sabe mientras camina despacio por la calle Olaguibel abajo. ¿Quién sino?.
Y las sombras le saludan porque es sombra, para permanecer, para dormitar tras el día largo. Enseguida y en duermevela, los sueños, la vida reconocida en los pliegues de la espalda, ahora quieta y sumisa entre las cálidas sábanas, combate azarosa o veloz, iluminando cada escena, cada instante. Ora teme, ora densa, pero siempre alerta.
Y es...
Druidesa Miren, diosa que galopa sobre los océanos en corcel blanco libre como el viento. Heredera de la luz y las tinieblas, que ha sido preñada por la naturaleza esplendorosa junto a las costas de Escocia, y celosa guarda el grial en la cuarta dimensión allá en el Monasterio de Kildare por tierras irlandesas.
Diosa de las seis caras.
Poeta que recolecta hojas de árboles milenarios con los que rima los poemas más hermosos del universo junto a los fuegos sagrados del tiempo.
Hierba verde que envenena entrañas como muérdago asesino a los enemigos del alma.
Mariposa de alas de color de chocolate y caramelo, que liba el néctar de narcisos, de mímulos, agrimonias y centauras.
¡Hay, miedos!¡Hay tormentas!¡Hay!, sumisa ante el dios del miedo.
Guerrera en mil batallas que junto a Morrigan, La Diosa Luna y Dana, altiva pasea en la victoria como un cuervo sobre los cráneos de los caídos, graznando al viento mientras envaina la espada firme que aleja a los vivos y atemoriza los campos yermos.
Suave estela que a su paso acaricia los pétalos del verano y abraza los desnudos cuerpos de sus amigos, impregnándoles con su aroma, para siempre.
Piedra cálida , o fría, de aristas y matices mágicos, ruma arcaica, tal vez la amatista que nos calma o la turmalina rosa que nos da la inspiración de quién sabe qué.
Druidesa Miren descansa.
Al parecer siempre ocurre, por las mañanas se despierta acurrucada en sus miedos, luego se mira frente al espejo y entonces, desprendida y relajada, mientras se acicala, sonríe.
Probablemente un café, y danzando, danzarina de sueños, danza que danza vuelta al comienzo otra vez, que la jornada promete ser larga.



Vitoria uno de febrero de dos mil doce

02 abril 2013

El pelele















 Caminó y vivió al paso, a distancia, con la mirada trastornada. Transitó por colinas abrasadoras muchos días pasados los años sabáticos. Cuando la luz blanca casi traspasaba la camagua comía sus frutos y saciaba un rato su alma bajo la sombra. ¡Anima mía!. Sacó la coracha y fumó sin tino hasta la aurora. Sin dormir continuó caminando hacia el sur arrastrando sus gastadas chirucas. Miró arriba. Era su sino.

  Pasan por ciudades, por barrancos y cañadas, sin gozar una caricia ni notar como la lluvia lava su cara cada mañana. Aspirando las fragancias a vainilla, a mimosas, a tomillo... Olor a vida. Unidas al corazón las horas pasan volando, caminan solas...






Judimendi veinticinco de octubre de dos mil once

06 marzo 2013

JUNTA HORAS


   









   Permanezcamos quietos y callados, que ninguno de nosotros se haga notar porque sino aparecerá “el Jirafa”. En cada rincón de la estantería podrás descubrir que él en algún momento de la tarde a estado presente.

   Antaño Jímena, la partera, utilizando la magia arcaica de “los Granados” le había traído al mundo.

   -¡A malas!, habían dicho en el pueblo.

   Y escupiendo en el suelo el jinete como una flecha se había perdido en el tiempo hasta nuestros días. Solía mandar fotografías en las que posando en quimono firmaba “El Jiménez” dador de mandobles, mudanzas y cinturón marrón.

   No digamos nada, solamente escuchemos el latido del corazón y a lo sumo pensemos.

  Por poner un ejemplo. Sueña que paseas por Dublín, dándole al hocico, con un bocadillo de jamón y das un sorbo de la jarra de cerveza rubia más fresca que exista.

 Y ya está, él no vendrá seguro.

 Y si no llega, notaremos su gratitud al instante, pues cuando quiere, que es siempre, se suele mostrar indiferente y lo mismo cruza el Océano Atlántico y en un plis plas se planta en Guatemala y aparece tumbado en su choza de barro y bambú, que aparece en silencio, repito, y dicta su Kafka con la máxima disciplina.

   Cuando la contemplación interior nos birle el misterio y la intriga, si cabe, parpadea despacio. Procura callarte, y ya esta.





Judimendi el diecinueve de octubre de dos mil once