17 diciembre 2014

Carpe diem (Odas, I, 11 )
















No pretendas saber, pues no está permitido,
el fin que a mí y a ti, Leucónoe,
nos tienen asignados los dioses,
ni consultes los números Babilónicos.
Mejor será aceptar lo que venga,
ya sean muchos los inviernos que Júpiter
te conceda, o sea éste el último,
el que ahora hace que el mar Tirreno
rompa contra los opuestos cantiles.
No seas loca, filtra tus vinos
y adapta al breve espacio de tu vida
una esperanza larga.
Mientras hablamos,
huye el tiempo envidioso.
Vive el día de hoy. Captúralo.
No fíes del incierto mañana.



20 agosto 2014

Haizea











Frente a las aguas verde esmeralda
tal vez, una leve brisa por la mañana
quizás, luz y fuego le acariciaban
Inicio de sueños, todo alegría ¡Una balada!
Son ilusiones nuevas recién llegadas
¡Vientos! del este, del norte y sur
Hacia el oeste ya camina resuelta
¡Toda galana! misterios del alma
Mira adelante que la mar está en calma
¡Haizea!¡Haizea! dira ongi etorriak.



Peñíscola el veinte de agosto de dos mil catorce

20 julio 2014

Santiago










Seamos serios, serenamente
ágiles, agradecidos de mente
no estropeemos la fiesta
tengamos la misma en paz.

Imaginemos regalos de hadas
afanémonos en aparentar alegría
gocemos este momento.
Ora pro nobis, no hay más.




Diecisiete de diciembre de dos mil nueve



17 junio 2014

En la hora de su muerte













 Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero. Mi juventud  la eterna agonía  de aquel anciano que todas las noches me acompañaba en mis lecciones de álgebra y geometría. Aún escucho el sonido lacerante, entrecortado, angustioso y minúsculo, cada vez que intento resolver una raíz cuadrada. Y me acuerdo de él.
 Lloré el día que la muerte visitó al limonero. Y reí cuando descubrí que el anciano agónico  vivía en el  palomar. Aquellas palomas, mis compañeras de facultad, prosiguen aún hoy acompañando a los estudiantes que aprovechan la frescura de la  “madrugá” para poder estudiar. Lo sé porque el otro día  estuve con Papá. El sí que agoniza. Se le está escapando la vida por entre los dedos, como  un puñado de arena fina. Y lo peor es que él no quiere. Que tiene vitalidad, me dice. Que tiene energía. Que tiene proyectos. Que aún tienen la agenda de causas llena. Y me pregunta por sus amigos vivos. Por Paco el estanquero, solo y aburrido,  sin mujer, sin hijos, sin amante, en aquel asilo que paga la Junta. , y por Antonio el pocero, lelo que se quedó tras su intento de suicidio. . Y por su primo Marcelo, de depresión en depresión desde los 46;  y ahí lo ves. Y me dice que por qué a él. Que aún no tiene  93. Noventa y tres años tenía su padre   cuando murió de una cirrosis. Un indeseable para quien nadie tuvo -ni siquiera el cura- una palabra de cariño. Lo mejor que se podía decir de él es lo que aquel cura dijo: “Nada”, repite Papá. Le sobró la mitad de la vida. Papá dice que se llevó por delante “a fuerza de disgustos y malos momentos a la abuela y a tres de mis tíos.
 Y es que la  muerte le visita a uno sin avisar. De sopetón. Sin derecho a replicar el manido “vuelva usted mañana”. Aquí te pillo, aquí te mato, nunca mejor dicho. Porque si Padre tenía algo claro es la manera en que quería morir. El me tenía dicho que si se había de morir, que no fuese ni en el Rocío ni en la Feria de Abril. “Que hace mucha calor y le da a uno mucha pena”. Ni en Navidades, que luego se nota más la ausencia. Ni tampoco en la Semana Santa, que aquí -por allí lo dice- es cosa “mu buena” y se le puede quitar a uno la devoción. Ni tampoco por San Juan. El se llama así, ¿sabe?  Y que no sea  en San Fermín, que gusta de madrugar una mijita para ver los encierros con el pañuelo rojo al cuello. Ni por la Asunción. Ni tampoco en el otoño. Que se quedan los cementerios de fríos y desangelados, ni.....
…. si se ha de morir, digo”. Si no hay más remedio.


De Juan Gay Pobes



06 junio 2014

Un suceso vulgar

         
                         










-Todo puede servir, toma notas, me había dicho Nadia al salir de la Redacción.
  Somos compañeros desde que terminamos la carrera en la Universidad de Ostende allá por los ochenta. Ni que decir tiene que ella aún permanece en la sección de Notas de Sociedad desde el primer día. A mi hace ya seis años que me encargaron de la sección de Sucesos. Menéndez, el redactor jefe, ya a punto de la jubilación me había llamado a su despacho. Creo que dijo:-Pásate los interrogantes como un malabarista, las cartas en la entremanga”, y a modo de aviso.-Tú lo justo, y sin salirte del manual, que no quiero problemas con “la social”
  La tarde es gris y fría, ha estado lloviznando desde primeras horas de la mañana y el asfalto de las aceras refleja nítidamente los colores de los paraguas y de las gabardinas de los transeúntes. La cenicienta luz que emiten los escaparates de los comercios es pisada inmisericorde por los empleados de las oficinas de la calle principal que apresuradamente se dirigen a la boca de metro cercana sin fijarse en nada ni en nadie.
  Frente al Meridian Bank, donde si no, aparcados dos coches policiales con los lanza destellos azules parpadeando. Una banda de plástico roja y blanca impide el acceso a la calle lateral. Algunos curiosos detrás de ella impacientes fotografían con sus teléfonos móviles todo aquello que se mueve. Lo mismo la llegada del juez forense que en ese preciso instante se apea de un Rover 900 negro con impecable abrigo gris marengo, que la ambulancia gris claro aparcada sin ningún movimiento digno de mención que permanece aparcada al principio de la calle con las puertas traseras abiertas en espera de que llegue la camilla rodante en cualquier momento.
  -Del Diario Test, dije al policía impecablemente vestido de azul marino con bandas reflectantes horizontales blancas mostrándole la credencial. En ella se podía leer Narciso Rodríguez, reportero nº 1.267 y en la que una fotografía mostraba mi rostro de siempre con el bigote fino y recortado de los cuarenta ocupando el dorso completo sin vergüenza alguna.
  La mujer aparentemente joven estaba echada junto al bordillo, mantenía una mueca helada y vacía, con el pelo rubio cubriéndole parte del rostro. Junto a la nuca un pequeño charco de sangre que empezaba a diluirse con la lluvia que había comenzado a caer. La falda de cuadros grises y rojos aparecía detrás de un abrigo gris claro abotonado hasta la cintura con unos grandes botones de madera marrón. Los pies, aparentemente dislocados, se enfrentaban en una posición inverosímil, habían perdido sus zapatos de cuero negro mate que descansaban apenas a unos centímetros. El bolso, también negro, era inspeccionado por el inspector que dictaba notas a su ayudante, un tipo bajo con sombrero de ala marrón y melena negra  rizada y brillante.
  -Carmen Riza, logré oír de entre el susurro de palabras que salían silbando de sus labios finos.
  El fogonazo del flas del fotógrafo me despistó un instante, lo justo para no llegar a oír el fin de la comunicación. Probablemente dijo Segovia, ¿o fue Soria? Consultaré luego, creo que Riaza es de Segovia.
  Devolvió el carnet de la mujer a la cartera roja de mano y la introdujo en el bolso. 
  El juez se incorporó después de la inspección del cadáver y protegiéndose de la lluvia  bajo el toldo de rayas azules y blancas de la tienda de ultramarinos próxima dijo a los sanitarios sin apenas esbozar una leve sonrisa
 -Pueden llevársela… Un camillero era negro, precisamente el que hacía las veces de conductor. -Está clarísimo que fue un resbalón, comentó su compañero,  la lluvia, el asfalto, una hoja, un golpe seco en el cráneo con el bordillo y ya está. ¡Mala suerte!
- Vaya tarde más fría, masculló el inspector, ¿me firma el parte? Le presentó un bloc amarillo.
-¡Si, terminemos ya! Y firmó al borde.
  Las ruedas de la camilla con cámara de goma dejaron sus huellas  apagadas y tristes en la calle al dirigirse con el cuerpo de la joven a la ambulancia. Inmediatamente salió de la tienda una dependienta con una escoba de esparto y restregó el suelo con energía, mecánicamente; llevaba un impermeable trasparente con capucha bastante arrugado.
  Me retiré con la angustia calándome los tuétanos de los huesos.  Miré el reloj, un Titán de los años setenta regalo de cumpleaños de mi padre de aquel marzo cualquiera, y sus agujas se rendían a las siete y veinte.
  Mientras me servían el café solo, negro y largo, ¡americano!  dicen, que había pedido a la camarera hispana en el Bar Rojo, llamé a la Redacción.
  -Nadia, no llego, hay tráfico y quiero que salga mañana. Toma nota.
  “Carmen Riza, joven castellana murió de un resbalón pasadas las cinco a la salida del Meridian Bank. Descanse en paz”. Y lo de siempre, tú ya sabes…
  -¡Narciso!, oí el grito histérico de Nadia. -¡Detalles! ¡Siempre detalles! Una y mil veces te lo repito. ¡Toma nota de los detalles! Y así continuó incansable.
  -Vale Nadia, te quiero.
  Camino despacio por la calle Recoletos mientras me levanto el cuello de la gabardina, comprada en Moradillo la mejor boutique de la ciudad hace años, porque la lluvia arrecia. Días grises, calculados por algún autómata, metódicos sin apenas perfiles. Mi esposa Nadia me ha dado tres hijos, tengo un Lancia 1600 verde oscuro y un piso de casi noventa metros cuadrados que me dejó mi hermano el mayor Juan, solterón empedernido, que murió hace cinco años en el sanatorio público de pulmonía según informó la doctora que nos atendió; y una vida por delante que tengo inexcusablemente que vivir. Debo arrastrar los detalles, los pies, la mente y porqué no decirlo, la mediocridad. He de diluirme, como el azucarillo, en la vida que me rodea haber si consigo endulzarla.
  Suena el teléfono móvil, revolotea y vibra dentro del bolso, me llaman.
  -¿Porqué? Me falta el porqué, dice Nadia.
  Pulso una tecla y creo que es la de colgar. Que más da.
   ¿El porqué? Y que importa el porqué. ¡Por todo y por nada! A algunos se nos quitó la etiqueta al nacer. Me parece que estaba gritando como un energúmeno a mi vida...
  Una pareja de jóvenes que pasan a mi lado del brazo reparan y me miran con curiosidad. Piensan –ese hombre habla solo, ¡pobre hombre! Y se alejan.
  Apresuro la marcha y me dejo ir,  como todas las tardes,  hasta el día siguiente en que llevaré más detalles justo en el bolsillo interior de mi americana de lana color marrón.


  


          Vitoria veinticinco de noviembre de dos mil trece


24 mayo 2014

Alicia

                                                                            



  







Un día hermoso de otoño de olmos violáceos y paseos angostos junto a los castaños de Indias.
   Una niña morena de negros ojos y melena corta abraza con fuerza sus libros y un peluche rosa mientras se dirige a la escuela.
  Se detiene junto a la estatua de piedra gris claro en  el parque vacio de las tres de la tarde y sorbe ávida la ginebra. Los rayos del sol, que entre las hojas de los árboles se filtran apenas, fueron testigos silentes. Vacía, la petaca es abandonada plácidamente en la papelera negra junto al semáforo de ámbar intermitente.
  Tropezando con los ceniceros metálicos del pasillo se desplaza despacio, tambaleándose, con la vista en las baldosas del suelo contándolas insistentemente
¡Tres! ¡Seis! ¡Siete!...
  Justo en la puerta del aula se vence, se arrodilla y se pierde la clase. Son las tres y veinte.




  Judimendi veintiséis de noviembre de dos mil trece



17 mayo 2014

EN UN INSTANTE

                                                



  






  El camino serpentea, sube y baja, ora izquierda, ora derecha.
  Las botas, polvo aparte, son marrón claro. ¡Como sus ojos!
  Se detiene un instante, esta fatigado. Toma de su mochila el bidón metálico y bebe.
  En el cielo conversan tres nubes.
  Y a un lado el vallejo verde donde el orégano descansa mecido por la brisa de la tarde le invita a soñar. Sus ojos, le rodearon precisos, recuerdo ahora ¿eran verdes? ¡Sí! ¡Verdes!
  Y siguió caminando.
  


  Judimendi el quince de octubre de dos mil trece


05 mayo 2014

EL INVENTO DEL EGIPCIO



  
                           



   





El día que aquel escriba se puso a inventar no se quedó corto. Inventó lo más: el papiro. El primer portátil de la humanidad. La primera pizarra. Por vez primera el pensamiento se pudo transportar,  y por ende, el conocimiento y las ideas; luego vino lo demás: la imprenta, la prensa y la tinta.
  De padres tan singulares naciste al fin tú, papel de periódico,  que naces ya viejo. De nuevas lleno, pero viejo, arrugado, sucio, desteñido, con voz grave, como la del viejo marino que fuma en pipa en el muelle.
  Manipulador, tendencioso, grosero y exagerado. En tus páginas enfurecidas sólo guardas dos verdades: el precio y la fecha.
  Pero  pocos inventos han tenido tanta utilidad como tú: envoltorio de bocadillos con que saciar el hambre de media mañana,  alfombra improvisada con que proteger la cocina de inesperadas fugas,  tela para sombrereros locos, materia prima de barquitos de papel,  fuselaje de avión supersónico, secante de zapatos húmedos, camiseta interior de ciclistas, relleno para las frágiles copas durante la mudanza, madurador de kiwis, espantador de perros por su estridente sonido, incinerador de hogueras,  práctico salvavidas delante de los Miura y para colmo, simulador de truenos en los seriales radiofónicos.
  No imagino una vida sin ti. Tú, que en un tiempo me diste de comer, recibiste de mí lo peor, y con tu rasposo tacto dejaste inmaculado mi trasero  tras aquella imprevista necesidad. Negras quedaron mis nalgas, es verdad; negro entero yo, pero  he de reconocer que también aliviado y satisfecho.
  Y aún  me quedó lo mejor de ti. Los pasatiempos. Blancas juegan y dan mate en dos. Eso… y el jeroglífico egipcio.


De Juan Gay Pobes


11 abril 2014

LA MÚSICA PRACTICADA SOBRE LA MESA

     
                       

  






Primera parte

  Se fue a la cama después del tenso piano, las acrobacias y los paseos nocturnos. Permaneció desvelado hasta el amanecer. Amelí bailó un tango tras el telón del teatro. Es cuestión de elegir, descifrar o recortar letras a mordiscos. En el pecho tenía joyas y los bigotes felinos de su linda Naay. Zumba y gira el abejorro en el silencio de la mañana. Pornografía. Cortesanas bajando por las escaleras de caracol de mármol rosa. Gira el tocadiscos y las notas del violín se esparcen por la falda de mama hasta el suelo frio. El aparcamiento. El cine y el crecimiento al lado de la nostalgia se magrean bruscamente y después se odian. Un batallón de hombres se revuelca en el prado de batalla, son de chocolate. Mientras en Buenos Aires el cholo se despista y tropieza con la perra suerte, siempre mala, que le marea y le hace retroceder al vestíbulo de la indiferencia. Los textos duermen plácidos entre cuartillas blancas.

  Segunda parte

  Aprender encontrándose dentro de uno mismo con la humildad, la paciencia y el saber de los otros constantemente. Colocar la toalla delicadamente tras la ducha, detrás de la puerta, para que en un instante caiga y se rompa en el suelo húmedo de la estancia. Se caen las vendas de los ojos y te envuelves intolerante. Las sonrisas dicen que cuando se besan amargan sencillamente. Y se dispersan las ideas y nadie coincide en soñar con oropeles. El rímel se derrite por la superficie de su cara hasta la barbilla y nadie se percata de que Mercedes está llorando. Dobló la cuartilla y fue amable toda la tarde. Ladrona de versos. Palabras retorcidas como raíces genéticas henchidas. Las personas sin rostro vacías convertidas en polvo mientras cantaba el cuco en la última copa del laberinto verde del bosque encantado, es la muerte bailando en la noche entre dramas y fragmentos de espíritus mudos. La mano retorcida, dislocada, recorre el cuerpo de la dama pomposa que inerte, apenas sin plumas, hace días pasea perdida por Roma. Silencio. Las olas danzan pausadas en el horizonte del mar tranquilo alejando su cuerpo lejos de nosotros navegando en la lectura del tiempo. Su barca es de madera, naturalmente. Reitero y me trabo puede que atascado en la playa, varado se dice. Desde el punto hasta la base vertical, indistintamente, trascurre la tarde impulsando el mundo, atrapando el norte de Brígida. Gitana cardenalicia en las laderas del bajo Treviño. Se perdió el bebe tras el huracán entre abrazos solemnes, maternos, y haces de hierba recién cortada. Tráfico clásico entre las estrellas justo al otro lado de la autovía.

  Final

  Más allá lloraba flagelado el perdido entre escalofríos de gato.



           Judimendi el quince de octubre de dos mil trece



07 abril 2014

Nuestros ojos…

     
         







   Nuestros  ojos deciden en solidaria autonomía no pestañear hasta descifrar el enigma.
  Del montón de arena surge una cascada en forma de alud arenoso donde un sepultado ser vivo pugna con ahínco por salir al exterior.
  Un enésimo desprendimiento de arena nos espolea a intervenir cuando el impacto de una súbita ola desmorona la pirámide arenosa, los granos de arena dispersos y asustados se acomodan, mientras nuestros ojos buscan vivo o muerto al desenterrado náufrago.
  Liberado de la opresora carga, sin aparente fatiga, con un viento favorable, el exhumado ser camina con destreza a su hormiguero para divulgar a la colonia su percance.



Marzo 2014

Pedro Moreno



31 marzo 2014

Lo pensado

   
                                       
 Ella abandonó la estancia.
  -Voy a mear, dijo
  Siguió por el pasillo hasta el aseo y se aposentó en el inodoro rosa.  Se formó un cordón dorado entre su uretra y el sanitario que musicalizó una melodía al ritmo que marcaban los músculos de sus ingles. Terminada la micción tomo un papelillo con el pulgar e índice y se limpió despacio. Luego, entornando los ojos, se acarició suavemente los labios de la vulva. Cuando se subió la braga blanca de algodón estos se marcaron como dos trocitos de melocotón en almíbar

  De nuevo en la sala, sentada frente a mi y su cuartilla en blanco, el brillo de sus ojos negros me anunciaba un relato breve y jugoso.




Vitoria el cinco de noviembre de dos mil trece




15 marzo 2014

IMPRESORAS

   
                                         
                                                                             






Cualquier persona que alguna vez haya utilizado una impresora sabrá lo que significa aquello de “la rebelión de las máquinas”. Siempre he pensado que si en alguna ocasión tuviese lugar una revuelta organizada por electrodomésticos en contra del ser humano, sería una impresora la encargada de liderar las movilizaciones.
  Pueden que no estén vivas, pero hay algo en sus circuitos que les hace sublevarse contra nuestra vida cotidiana una y otra vez.
  Desde que tengo ordenador, he tenido ocasión de convivir con tres de ellas, y si no fuese porque conozco el nombre de la marca, pensaría que las siglas H.P. presentes en su carcasa se refieren a otra cosa.
  La primera que tuve se ponía en marcha sin previo aviso moviendo las palancas de manera descoordinada al tiempo que sus luces parpadeaban sin parar. Esos ataques de locura electrónica solían coincidir con momentos en los que yo estaba enfrascada en algún texto frente a la pantalla del ordenador o preparando algún trabajo para entregar al día siguiente, así que mí ruidosa impresora estuvo a punto de provocarme un paro cardiaco en más de una ocasión. Después de aquellos sustos solía imprimir alguna hoja con signos indescifrables que a saber si no llevarían alguna amenaza encriptada.
  Mi segunda impresora parecía inofensiva hasta que cogió la costumbre de devorar los folios sin miramientos. Lo que comenzó como un fallo esporádico se convirtió en una especie de metamorfosis que acabó convirtiendo a mí impresora en una trituradora de papel. Le encantaba destrozar mis documentos en el momento más inoportuno hasta que un día se atragantó con un papel y no hubo marcha atrás. Eso sí, murió con las botas puestas.
  Así que fue sustituida por mi impresora actual, un artilugio híbrido (impresora + scanner) que parece inofensivo pero que tiene la manía de quedarse sin tinta cuando más lo necesito. Yo por si acaso la desconecto cuando no estoy haciendo uso de sus servicios…nunca fiando.
  Si alguna vez llega el día en que las máquinas comiencen a amotinarse al unísono no olvidéis desconectar del enchufe vuestra impresora… por si las moscas.



Claudia López de Viñaspre


24 febrero 2014

Recuerdo a Karmele






 Tienes la necesidad de desordenar las cosas, las palabras, los tiempos y a veces es inútil que los demás propongan pautas para hacerte comprender que así terminaras vacía y probablemente sola. Pero eso a ti no te preocupa. Son muchas las veces que paseando han resbalado por tus mejillas torrentes de lágrimas y sin venir a cuento, de pronto, has comenzado una risa estridente y nerviosa que aquellos que no te conocen nunca comprenderían.
  Lo sabes, el payaso, la mueca de la mascara veneciana, el abrazo cálido de las tardes de otoño poco a poco te van abandonando. Sientes el grito aún por salir, la rabia contenida, los interrogantes,…y claro, aún es tiempo de reproches.
  Con los brazos cruzados solamente abrigada con su chaqueta de punto negra no tienes su calor, no te basta. El tiovivo de la vida gira a tu alrededor y aún ataviada con su perfume no te atreves a bajar.
  Dueña de tus silencios, las tardes se deslizan alejadas de las rendijas  donde habita la felicidad sin que la melancolía se aparte un instante de tu lado, permaneces como una marioneta sin hilos.
  ¡Ay Karmele! Despacio, los sueños bébelos despacio pequeña…



 Judimendi el cinco de noviembre de dos mil trece