26 noviembre 2011

Ansia y asfalto






 


Te tuerces, retuerces. Te enroscas, desenroscas. Te esfuerzas. Ansias, lleno de ansias. Extenuada hasta la extenuación. Ten enfrente, enfrentate de frente. Frente a frente. Te envuelves, regresas al centro, te enroscas y tuerces sin posibilidad de giro al frente, siempre enfrente en tu mente retuerces. Ansias, bocanadas de ansias, desenroscándose en la mente. De antemano siempre hacia adelante, sin esfuerzo aparente envuelta entre la mente y el frente. El ojo cierto dentro, envuelto, enmarañado, ansiosamente lleno. Torcido. Te retuerces y regresas rápidamente a la mente, a la consciencia, al conocimiento dentro de la mente. Otrora arriba, ahora enfrente, de frente hasta la extenuación. Ansias, buches de ansias en la mente. Y en la frente agua salina, fría, recurrente, llenando espacios mientras te retuerces. Consciente entre ansias te esfuerzas, resbala el agua recurrente.
Tendida, desenroscada, ausente,... su corazón deja de latir junto al asfalto.



Judimendi trece de enero de dos mil once



13 noviembre 2011

Jacinto









 




   Jacinto es serio y formal. Luce canas. A veces nos suele contar, cuando le parece, estando juntos en alguna celebración y nadie se puede escapar, con sus brillantes ojos expresivos, sus chascarrillos, sucedidos y escusas. Solamente, eso si, cuando le parece porque en caso contrario toma las de Villadiego y en silencio sin hacer caso se pierde en sus quehaceres, que con el tiempo ya son pocos, o simplemente encoje sus hombros, medio sonríe y calla.
   Contó no hace mucho, reía mientras lo contaba y que feliz se le veía, al par que liaba un caldo despacio, como, siendo tía Julia aún moza, en un viaje que en verano hicieron al pueblo playero donde se pasaban los tres meses largos de estío,  este sucedido. Mi madre le miraba con ternura.
   Fue en aquel tren de fuego, madera, traqueteo y conversación,  donde acertó a pasar el revisor con su gorra de plato azul. - Aún le estoy viendo, dijo la abuela Mercedes, tan estirado y bizqueando. “El carné”, espetó. Y vaya si le dí el carné de plástico.
- ¡Que no!. ¿Como que no?. -¡Que no!. ¿Como que no?. ¡Es!, dije.  ¡Es!, ¿es que no lo ves?. Y se levantaba del asiento ya nervioso al tiempo que la abuela Mercedes le sujetaba tirando de la manga. El revisor, con su evidente tic, acalorado, y yo más. - ¿Recuerdas Julia que congestivo se puso? ¿Y que pesado?. Solo vuelta a decir ¿Que no?. Y yo, ¡Que es, y es!.
  Cuando marchó, - todos quedamos en silencio-, decía la abuela, y Jacinto miró el carné. - ¡Y que más da! . Ya vi que era el carné de la nieta. El tuyo le mostraba, ¡princesa!, ¡que no es poco!.
   Y reía Jacinto. Cuando reía todos nos serenábamos nos encontrábamos dentro de el. Hombre formal y serio de los que al recordar se enredan en nuestro corazón es mi abuelo Jacinto.


Para Estíbaliz


Judimendi diez y siete de febrero de dos mil once


04 noviembre 2011

¿Quién es?












  Vaya usted a saber, desde siempre el mismo, un Peter Pan al uso, paseante de ciudades que circula siempre en bicicleta a piñón fijo y se desliza sigiloso en ensoñaciones y parafernalias mercantiles. Culebreando por valles y espacios melindrosos con una vara de nogal o de castaño. Esquivando hayedos hechizados en los montes de los sesenta. Escuchando en los vientos mareros al amanecer, cantos alegres casi pastoriles, el susurro de aves de vuelo corto, picazas y mirlos blancos los menos.
  El miembro de la comparsa que se mueve entero, dislocado, al ritmo que le marcan las arrugas del tiempo y las canas. Un entretenido jugueteando entre estanterías descolocadas sin ton ni son. O una pirámide. O un juego de casino. O un instante en la vida del mundo racional.
  Tal vez el aperitivo que desaparece apenas puesto sobre el mantel de un cumpleaños. ¿Un consciente?. Para alguien todo, y para otros un descarado con ironías y apenas una leve sonrisa. En el océano, una ola que lanza espuma sobre los ojos de Neptuno. Un desinterés, una desgana.  Un vestido de flores violetas, porque es su color predilecto. El que nunca piensa cuando canta. Porque las tardes siempre le languidecen a las mismas y exactas horas en el reloj del ayuntamiento del pueblo de los serios.
  A más, el mismo de anteayer.




Gazalbide el ocho de marzo de dos mil once