24 mayo 2014

Alicia

                                                                            



  







Un día hermoso de otoño de olmos violáceos y paseos angostos junto a los castaños de Indias.
   Una niña morena de negros ojos y melena corta abraza con fuerza sus libros y un peluche rosa mientras se dirige a la escuela.
  Se detiene junto a la estatua de piedra gris claro en  el parque vacio de las tres de la tarde y sorbe ávida la ginebra. Los rayos del sol, que entre las hojas de los árboles se filtran apenas, fueron testigos silentes. Vacía, la petaca es abandonada plácidamente en la papelera negra junto al semáforo de ámbar intermitente.
  Tropezando con los ceniceros metálicos del pasillo se desplaza despacio, tambaleándose, con la vista en las baldosas del suelo contándolas insistentemente
¡Tres! ¡Seis! ¡Siete!...
  Justo en la puerta del aula se vence, se arrodilla y se pierde la clase. Son las tres y veinte.




  Judimendi veintiséis de noviembre de dos mil trece



17 mayo 2014

EN UN INSTANTE

                                                



  






  El camino serpentea, sube y baja, ora izquierda, ora derecha.
  Las botas, polvo aparte, son marrón claro. ¡Como sus ojos!
  Se detiene un instante, esta fatigado. Toma de su mochila el bidón metálico y bebe.
  En el cielo conversan tres nubes.
  Y a un lado el vallejo verde donde el orégano descansa mecido por la brisa de la tarde le invita a soñar. Sus ojos, le rodearon precisos, recuerdo ahora ¿eran verdes? ¡Sí! ¡Verdes!
  Y siguió caminando.
  


  Judimendi el quince de octubre de dos mil trece


05 mayo 2014

EL INVENTO DEL EGIPCIO



  
                           



   





El día que aquel escriba se puso a inventar no se quedó corto. Inventó lo más: el papiro. El primer portátil de la humanidad. La primera pizarra. Por vez primera el pensamiento se pudo transportar,  y por ende, el conocimiento y las ideas; luego vino lo demás: la imprenta, la prensa y la tinta.
  De padres tan singulares naciste al fin tú, papel de periódico,  que naces ya viejo. De nuevas lleno, pero viejo, arrugado, sucio, desteñido, con voz grave, como la del viejo marino que fuma en pipa en el muelle.
  Manipulador, tendencioso, grosero y exagerado. En tus páginas enfurecidas sólo guardas dos verdades: el precio y la fecha.
  Pero  pocos inventos han tenido tanta utilidad como tú: envoltorio de bocadillos con que saciar el hambre de media mañana,  alfombra improvisada con que proteger la cocina de inesperadas fugas,  tela para sombrereros locos, materia prima de barquitos de papel,  fuselaje de avión supersónico, secante de zapatos húmedos, camiseta interior de ciclistas, relleno para las frágiles copas durante la mudanza, madurador de kiwis, espantador de perros por su estridente sonido, incinerador de hogueras,  práctico salvavidas delante de los Miura y para colmo, simulador de truenos en los seriales radiofónicos.
  No imagino una vida sin ti. Tú, que en un tiempo me diste de comer, recibiste de mí lo peor, y con tu rasposo tacto dejaste inmaculado mi trasero  tras aquella imprevista necesidad. Negras quedaron mis nalgas, es verdad; negro entero yo, pero  he de reconocer que también aliviado y satisfecho.
  Y aún  me quedó lo mejor de ti. Los pasatiempos. Blancas juegan y dan mate en dos. Eso… y el jeroglífico egipcio.


De Juan Gay Pobes