19 enero 2011

“Yo no sabía qué...,ni como, ni cuando, ni porqué“





Ni lo sé ahora, ni lo supe entonces y probablemente nunca lo sepa, pero...es.
Y me intranquiliza porque, mira, avanzan los años, suceden cosas y deberían quedarse a mi lado trocitos de tarde, pedazos de cielo, alguna palabra cortés y otras tantas noches de duermevela. Y no, ¡no! resbalan apenas y se van y este carrusel que da vueltas durará solo un euro y quedará quieto.
  Yo no sabía que dura tan poco y a veces, cuando menos lo espero, alguien me lo recuerda sin cobrarme nada, al descuido, y me pongo tierno.

                                                  Siete de enero de dos mil diez

Si yo no fuera yo.... ¿quien sería?

  



 - “La Tragantía sin lugar a dudas”, y se me escuecen las carnes y erizan los vellos solo de pensarlo.

  Que feliz habitaba en Al Andalus, allá por el año mil de la era cristiana, esta mora aceituna aún en flor. Las azaleas prendidas en su pelo azabache danzaban al giro de su talle aquella tarde de juegos y luz, que su padre, el rey moro dominante en toda Jaén, súbitamente suspendió. Fue después de la azalá cuando ordenó ser trasladada al Castillo de la Yedra en Cazorla para preservarla de la mirada del cristiano.
 Adiós cantos y risas, adiós vida, adiós.
 Nunca salió de allí.
 Con el paso del tiempo, dicen, fue encantada. Sus hermosas piernas se transformaron en una cola verde escamosa. Era una mujer … serpiente. Desde entonces maldice a todo ser humano. En las noches oscuras cuando alguien se acerca al Castillo se puede oír su amenazante voz.

- “ Yo soy La Tragantía, hija del rey moro, el que me oiga cantar no verá la luz del día ni la noche de San Juan “.

        Esa quiero ser yo, la mora aceituna aún en flor con pelo azabache, que danza al morir la tarde al son de la cítara e inocente suspira.

-   ”Si yo no fuera yo … ¿quien sería?”



                                               diez de enero de dos mil diez      

Al párroco


Que no importa el nombre del pueblo ahora sé porqué.
Entré en la iglesia una más sin importancia para el forastero que busca en cada rincón historia, arte, o que sé yo.  Fría y vacía.  - Esperando al personal, me dije. Y al rato.  ¡ Aquí no está ni Dios !, pronuncié en voz alta sin calcular el tono ni entonación. Y repitieron lo mismo las altas paredes casi desnudas.
Después mereció, en un altar lateral, mi atención la talla policromada de un Santiago o un San Roque. Me acerqué. San Roque junto al chucho lamerón ciertamente.
   ¿ Y tú que haces ahí ?, le propuse como si el no lo supiera.
   - Rezando mis oraciones -.
La voz salía de un confesionario, a mi izquierda, donde apenas un rayo de luz directamente se reflejaba en la página de un breviario y unos ojos me miraban enormemente cansados de haber mirado tanto. Al pronto quedé azarado y porqué no decirlo avergonzado. Si me hubiese contestado Roque lo hubiese entendido.
Conocí entonces a Camilo, el párroco del pueblo y cuatro más de los alrededores, según me dijo después. Un anciano octogenario con sotana negra en la que se apreciaba un zurcido junto a la manga y varias arrugas  de distinta razón en la frente. Hablaba despacio y con frases menudas. Charlamos tiempo seguido. Inquirió y se preguntó para sí en varias ocasiones. Había nacido allí y vivido al año en varias provincias que mencionó.
  - Mira al final me regresé porque las raíces te llaman y qué responder a mis padres .
Su madre era del interior donde los caminos coinciden pocas veces con el horizonte y las frases del espeso bosque permanecen aladas entre brumas tras el “orbayu “.
  - A uno del pueblo al que llaman “el monje” le agradezco me lleve en su coche a recorrer aldeas a cambio de mis sinceras confesiones cada vez más de cuando en cuando; somos mayores y cansa el viajar y las obligaciones. Mi padre conocía palmo a palmo el terreno que le rodeó su larga vida. Era vaquero de aquí al lado.  Sonrió al pronto. - ¿ Del País Vasco ?, y sonrió hablando.- Aún recuerdo, … la abuela se moría y días antes rodeada de toda la familia junto al lecho, en una noche de invierno, incorporándose en la cama después de tiempo sin hablar, dijo :
                                                   
             “ Eguzkien argia            (*)          
               lehiopetik sartzia,                   
               poz eta alaitasunez                   
               esnatuko gara.                        

               Txorien abestiekin                    
                alaitutako eguna,                   
                gizonen gorrotoarekin
                ondatuko da eguna.
                   
               Ibilico gara                   
               elkarrik kalte egiñaz,             
               ustez launik haundirena     
               aurrez ondo hitzegiñaz.      

               Batzuek izardiekin                 
               besteak diru egiñaz,
               egia esan dutena  
               giltzapera emanaz.

               Gauz hoiek ikustero
               nola esnatzen gara
               gauz hoiek egiteko,
               nola jeikitzen gara.

               Txoriak alaitutaco
               eguna andatzeko,
               hobe gendukez esnatu
               ta bertan geldi lotan.

               Ibiliko gara...     


Después lentamente apoyó la cabeza en la almohada y siguió en su mutismo hasta fallecer.  Nadie entendió nada.   - Sí, ella era de las vascongadas y siguió a mi abuelo hasta aquí. Reía como un niño. Sí, si, todos nos mirábamos y no entendíamos nada. 
¡Ay!, las raíces profundas del ser, los secretos del alma guardados en hornacina de plata.  ¡Cuando brotan …!, ¡Ay!, las raíces del alma. 
Seguimos hablando hasta la hora del rosario y después de la misa también. Hasta tarde. Fuera llovía ….



  (*) “Al entrar el sol por la ventana,
nos despertaremos con alegría y felicidad.
El día alegrado con los cánticos de los pájaros,
con el odio de los hombres se estropeará el día.

Andaremos haciéndonos daño unos a otros,
hablando bien del que creemos nuestro mejor amigo.
Algunos haciendo dinero con el sudor de otros,
escondiendo bajo llave las verdades.

Para ver esas cosas para que nos despertamos,
para hacer esas cosas para qué nos levantamos.
Para estropear el día alegrado por los pájaros,
mejor haríamos en despertarnos y quedarnos ahí durmiendo.

Andaremos “.
(Poesia de Manolo Arregui)


                                      Veintiuno de octubre de dos mil nueve

11 enero 2011

Él


¿Qué dicen las tardes de diciembre cuando se acuestan, “al caer la tarde“, fatalmente tras la niebla?
 Ni se cruzan las miradas, desde siempre lejanas, y aún hoy tras la quietud del alma, una vez cerca, se susurran “voces“ que delatan y suspiros repetidos años tras años. Veintinueve de diciembre era el día de su cumpleaños. Y al irse acostumbran las nostalgias a dormir hasta el siguiente. Solo son unos minutos y unos pasos, aquí y allá flores que esperan, brotar, brotar y consumirse tras la helada.
 Durmiendo Santiago y una fecha renovada en el constante olvido.

                                     Judimendi dos de octubre de dos mil diez

Ella

Al otro lado de la vía permaneció, alejándose, su pañuelo blanco.
 Lo llevo en el bolsillo de mi cazadora, en mi mesa de despacho,
junto al frasco de perfume.
 Cruzando caminos, cruzando caminos.
 Lo llevo prendido en la solapa.
 Alejándose, cerca y lejos, pero blanco.
 Rozan mis pensamientos el pañuelo blanco.
 Unidos hasta siempre inevitablemente.


                                               Veintidós de octubre de dos mil nueve


07 enero 2011

Mariam- Escena 5ª

  Si te digo que han pasado cincuenta y dos años desde que esta nena que contemplas miró a la cámara con ojos de curiosidad, debes creerme...
  Mariam permanece en brazos de su abuela dando la espalda al cadáver de su joven madre que esta siendo amortajada por las monjitas de clausura del Convento de Santa Isabel. No ha llorado nunca y es hoy que ante cualquier acontecer cotidiano o extraordinario, cualquiera te digo, sigue mirando así,... con curiosidad. Ha vivido casi toda su vida y día a día con la misma mirada, mirada... de curiosidad.     
  Ha parido seis hijos. Al tercero cuando la comadrona lo depositó a su lado en el lecho no quiso mirarlo, apenas débilmente preguntó : ¿Es niña?. Pasados tres días la miro...con curiosidad, apartó la toquilla blanca que le envolvía y miró su sexo. “Otro niño...”, y le besó las rodillas sonriendo. Mariam sonrió siempre poco. Cuando casó a su quinto hijo no quitó la vista de la más pequeña ni un instante, la tuvo sentada en su regazo toda la velada, le dio de comer miguitas de pastel de manzana con sus dedos blancos y afilados amorosamente. Te digo, créeme, que ese fin de semana en el cementerio del pueblo Mariam no lloró ni siquiera cuando bajaron el ataúd blanco a la fosa de tierra húmeda donde dormiría hasta la eternidad su pequeña del alma. Miraba el ciprés con ojos ...de curiosidad.
  Hoy martes de un mes frío de febrero permanece sentada tras el velador de su casa esperando. Mira afuera...con curiosidad. Cuando el esposo atraviesa la verja la reconoce y sonríe. Sus hijos detrás miran el seto. Le acompañó a la alcoba y le ayudó a quitarse su abrigo gris amorosamente.
  Meses más tarde, te digo, la vi sola en el parque sentada en un banco de madera verde, y créeme, en la falda negra resbalaban lágrimas, y al mirarla vi sus ojos negros como dos montones de carbón mojado que miraban fijos...con curiosidad. He contemplado de nuevo la fotografía de Mariam largamente, con tiempo, la he retirado del álbum y mientras la recortaba he visto que sonreía y me miraba...con curiosidad.

                                                                     Vitoria en marzo de dos mil diez

05 enero 2011

De regreso a casa – Escena 4ª

  De regreso a casa, debajo del paisaje, en el claro oscuro del parque donde los rayos de sol una vez filtrados por las ramas de los árboles altos y sin apenas hojas, descansan en el paseo sin fuerzas las sombras y caminan acompañando al hombre del abrigo y sombrero gris de regreso a casa. Son mudos testigos tres bancos de madera y dos farolas románticas. Al fondo entre la neblina subido en su pedestal le aguarda un vaso floreado de piedra. Al otro lado del semáforo una pareja cogida del brazo esperan la señal para cruzar la calle y venir a su encuentro. El negro sepia, el verde musgo, el ocre amarillento, el gris ceniza, dialogan ausentes al paso del tiempo y su edad permanece y sus pensamientos se marchan con él.
  Fue un día duro, comenzó a las diez en la sala de espera del oncólogo. Cuando lleguen les dirá : “Falsa alarma, todo va bien “. Regresaran juntos sin necesidad de palabras. Apretado el puño, arrugado, ahoga el informe con fuerza dentro del bolsillo.
  ¡Si, todo irá bien papa...., todo irá bien!.


                                                         Vitoria uno de marzo de dos mil diez

Tarde de lectura – Escena 3ª

Paso la página apresuradamente para ahondar si cabe en la siguiente frase y perderme en el laberinto borgiano de su libro Ficciones como un liliputiense afijo a palabras incoherentes prestadas al azar. Nombres propios ajenos totalmente me atolondran y confunden. Releo cada inicio. De una frase de Julio Cesar paso sin digerir apenas a Quicherat, del primer tomo de La Naturalis Historia le subrayo otro de las Vindicaciones,... ¡Ah! ¡Dios mio!, denle un Nobel, otro Cervantes, lo que sea. ¡Socorro!.
¿Decías?.... Era diciembre.
En la pared extendió el royo en el que se veía un palacio con fachadas de mármol sobre un montículo ocre con un fondo azulado con estrellas brillantes y una lengua en menguante y con un “fixo” lo sujeto; se alejó un par de metros y convino en sujetarlo aún más si cabe con cuatro chinchetas plateadas. Trasladó del salón el tiesto con el ficus benjamina y lo colocó en un lateral junto a la ventana. Aquella tarde había lucido un sol de invierno y en la habitación al traspasar las cortinas anaranjadas la atmósfera se había teñido cálida hasta muy tarde.
-”Luce de palmeral”, dijo , “nuestro Huerto del Cura particular”.
Sobre la mesa metálica dorada extendió un pliego de papel verde. Es el río, ¡como sus ojos! esmeralda de Amazonas tras el descanso de la mañana. Y el musgo a los lados. Con sus manos blancas acurrucó el serrín y lo zarandeó amorosamente desde la casita de tejado azul, que aquel verano había comprado en Rothemburg, hasta los mismos pies del portal. Las paredes y el tejado los construyó con las cortecillas que días antes habíamos seleccionado en los pinares de Barambio. Al fondo del portal colocó unas gavillas de paja y encima una estrella de cinco puntas plateada, de hilitos de plata entretejidos. Aquí el pastor, en el camino las gallinas, y bajo el puente los patitos detrás de la madre pata. Allá el pescador. El molinero..., que cruce el puente.
Mira su obra en silencio, su hacer casi terminado, de pie en el centro de la estancia. Coloca la Virgen, el Niño y San José pensativo. ¿ La mula a la derecha?, y sonríe.
¡¡Zarandan, zarandan, zarandillo, zarandillo, zarandan, la virgen en el portal con su Niño...!!
Gratas las celebraciones, los preparativos, las nostalgias....
¿ Ya está ? Si, ya está. Y se va.
“El universo físico se detuvo”, quiero seguir leyendo a Borges y no puedo, porque me parece que todo tiene que ser más sencillo, más simple. Que cada eslabón pueda permanecer unido a una mano inocente, a una mirada limpia, a un instante de infinita felicidad, sin necesidad de elucidaciones.


                        Vitoria quince de febrero de dos mil diez

El café – Escena 2ª











¡Cuanto se disfruta al dar el último sorbo a la taza humeante de un café con leche!, me decía en el mostrador de una cafetería. Con los labios calientes aún, reparo en que una señora con blusa verde me esta observando desde el centro del local asombrada. Me mira fijamente. A través del espejo que tengo frente a mí veo como comenta algo con un caballero que acaba de entrar, y ambos, sin recato, me dirigen la mirada y hasta parece comentar …
Eh !, que no tengo monos en la cara, … casi digo. Pero,... quieto, no, ellos, y ya son cuatro los que animadamente discuten, no pueden verme el rostro y por lo tanto lo que miran está detrás.
¿Será un lamparón en mi abrigo beige? ¿Un chafarrinó en la bufanda? ¿Qué diantres miran?.
¡ A que me vuelvo invisible! ¡Vive Dios que azoro!.
Al punto toda la cafetería se interesa y discute y lo que en un principio fueron murmullos más o menos contenidos ahora es ya un abierto griterío. Y al pronto permanezco sencillamente tranquilo. Los veo y ni me inmuto ¿Y a mí qué ?, mira tú. Me ha parecido..., creo haber oído, entre el alboroto, que la señora que sostiene entre sus brazos el minino blanco, le ha dicho a voces al hombre en curso que tiene al lado señalando a un tiempo con el índice a modo de florete, la muy impertinente
“ Pues lo que el señor tiene en la nuca, sin discusión alguna, es un ojo”.
¿Será …, me digo, … el tercer ojo,...o así?. Y con terca hombredad me abro paso entre el gentío y dando un mandoble al aire salgo del lugar, resuelto y airoso, moviendo sin pretenderlo “cachas y culatas”. - “La tropa no tiene vergüenza ni quien se la enseñe” -, y ya en la calle me llevo la mano al pecho y malhumorado camino hacia el Casino con los cordones de los zapatos bailando el charlestón.
Mientras, el tercer ojo, inmóvil en su huronera husmea sin dificultad aparente, ora la zapatería de los pares, ora la tienda de lencería de los nones, sin rechistar, detrás como casi siempre.
“ Ya sabía yo de ti durmiente, que verte no, pero...sentirte, …...Ye-Ye...Ye-Ye...Ye-Ye,....., últimamente mucho.....¡ Pitiminí!.




                                                   Vitoria diez de febrero de dos mil diez


Verano del 76 (Escena 1ª)

Ya está... El balcón....El balcón de seis metros cuadrados de un décimo piso. En el hay, dos sillas de mimbre, una mesa circular de bambú en la que se apoya un vidrio trasparente. Son las diez de la noche de un día de verano del setenta y seis. El cenicero es metálico. Cuelgan dos macetas en la pared. ¿Geranios? ...Tal vez.
Al lado opuesto del vaivén, al descuidar las piernas, encuentro el borde de tu falda de cuadros escoceses y se me encienden las mejillas y agolpan en el pecho los latidos frenéticos de un festín.
...que apenas una sílaba al caer necesita mi alma para ser eternamente tuyo, es consciente en su quietud el arce...
Apenas un suspiro retoza en el espacio entre ambos. Infinitos goces en el pescante de un carruaje parado adivinan las notas aisladas del gramófono cercano. Y galopan desatados los instintos tras tu enagua blanca sin posibilidad alguna de regresar. Nacen y mueren las sombras de nuestros cuerpos a las diez y veinte. Entre mis dedos la nicotina permanece para siempre como ausente y solo tus labios al posarse en ellos son testigos de un no definitivo.
Tras el inexistente forcejeo, bostezó el verano y nos dio las buenas noches
                     Vitoria tres de febrero de dos mil diez a las ocho y veinte de la noche

03 enero 2011

En la Redacción








Pasado mañana, o quizás anteayer, en la Redacción de nuestra revista, terminamos de leer nuestros artículos.

  Ausín permanecía a mi lado ausente ese día que casi terminaba después de las clases, los juegos y la merienda.
 "Nuestra generación sigue los pasos de nuestros padres…"
  Casi no pude terminar de oírme, una vez más después de pedirme a mí mismo no hablar había dicho lo primero... Dijo Ausín apenas sin voz, - Eso ni en broma-   Era físico y yo de siempre me sorprendía admirándole. Era también el Director.


  Lo tenía claro, ingenieros técnicos, fresadores, torneros, intelectuales al uso, de las Mutualidades Laborales..  Y en casa otrora la pana ahora el mantel de prexiglas, el duralex y el nilón.  Nacía Comisiones Obreras en el cuarto de los gemelos, y las octavillas caían temblorosas en los adoquines de Bravo Murillo. En las casas la cal era tapada por flores enristradas en papel.

Piscis, decía el horóscopo, y tras él, el Caso, los sucesos del pueblo descarnado. ¿Tú de que vas?.  -Sí, Ausín, a mí me lo parece. Ellos, …la guerra. ¡Que horror!. ¡Que horror!. -Y tu también lo piensas, seguro.   Maseda dio los resultados del fútbol y terminó la reunión.  Después de cenar cantábamos quedo  “ Y como se cimbrean los juncos ...”. Habaneras de Gallastegui, el vasco.


  Madrid despertó vacío. De domingo. Bajábamos por Hortaleza. Había llovido. Al fondo venían tres bultos, pegados, ahora sí. ¿O tal vez dos?.   -¡Es Vicente!, dijo Coello. ¡Es Vicente!.  Lo llevaban esposado. “La social”. Llorábamos. -¡Tenías razón!, pero no hablemos, no hablemos.  Nos abrazamos porque sentíamos que el pasado siempre vuelve.


        En Judimendi un día gris de enero de dos mil nueve