25 julio 2011

Yo hablo, tu escuchas, el... escribe




                             





                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   A los compañeros de clase

Y sin apenas darnos cuenta elevó la voz y se introdujo entre nosotros seductora e inteligente. Paseamos con ella por el Congo, ¡ viva la conga !, y después el colega resurgió del fondo. Al fondo y sin reloj se nos interpuso una comunicación. Los personajes iban y venían al lado de la dama del abanico.
  Mucho, mucho. Narrativa contemporánea. Ni corto ni perezoso recopiló entre otros un poema ingles “..incontables las lunas sobre las azoteas.. “ mientras, los mil soles, apagaron los derechos de autor. El cine nos lo contará mañana cubierto con el burka prohibido. El foco de la pantalla, nos comentó, estaba impenitente en espera de … ¡ No !, no te contaré más Colas.
  Itero lo dicho, itero lo escrito, me itero a mi mismo. En el útero de la masa, dentro de, entre, más dentro aún, adentro.
  Opinas tú, porque somos seis, media docena de seres mientras escuchan los bolígrafos. Los seres humanos que capacidad tienen para olvidarse entre ellos. Te lo recomiendo.
  Y el coronel de rojo estudió derecho y sin escribir espero respuesta de Le Monde. Naturalmente nadie le escribió. La calderilla iberoamericana tomó los bártulos y paseo por Paris sus miserias. Fuentes mágicas donde beber vino blanco con traje color tabaco y panamá en el cogote.
  Clandestina transcurre la tarde y todo lo demás. ¡Si! ¡Si!. Sólo dos voces, un dúo, un trino mientras el negro bailaba sin objetivo conocido. Como Paúl el norteamericano nuestro del norte. Casi nació traduciendo petroleros de Omán.
  Te envuelvo en papel de celofán del paraíso, de llegada. Te mando trabajar tu identidad. Te drogo, tomo y dejo. El perro decisivo. El ladrón de corazones. Te mato, te adoro. Los anagramas liándose a ladridos entre las cuatro esquinas del recuerdo. Amarrado a los raíles del tren que atraviesa la autopista te mantengo asido hasta el final de tus días. ¡Oh miseria!, ¡Oh, que miseria!. Y dale con Pytty el desheredado. Entre nosotros,...¡perra vida!.
  Y te interrogan y aún siguen moliendo el café bebido anteayer. Los conectores se alborotan, se imponen los hombre buenos. Nos enriquecimos todos con tu discurso tocayo del alma. Lástima que el viento lleve los rastrojos secos dando tumbos por la ciudad despierta sin ton ni son cuando todos te esperan lector listo. Te lías, y deslías ruedas, entre tramas circulares. Avanzas y retrocedes mientras el reloj marca cuatro malas horas. Licor 43. Breve. Conciso. Y luego te levantas y sonríes al techo solo instante.
  Gluglutea el San Pedro de mi infancia. Me gusto a mi mismo, me abrazo con la cubana y mi prima argelina. Te lo cuento senador acocotado en el sillón arcaico de la lengua. Tiene por fuerza que alojarse el milano amamantado por un Rómulo pecaminoso. ¡Ay! Amor de mis pezones, nieto dormido en alcobas rosas. Fronterizo de la palabra y la civilización en espiral o vertical según el día.
  Te voy a mandar a Japón a decrecer deprisa o a morir sensiblemente del todo. La lengua de las mentiras a ser posible, por favor, con café fuerte y cargado. Compraremos, por recomendación expresa, el papel y su longeva vitalidad. La economía del lenguaje se pasea siendo joven entre la tecnología, nada etrusca, de nuestros hijos. Aquí mujeres, allí un paraíso lleno de sorpresas. Tu me regateas una utopía vilana. Te sientas a mi lado y castras con naturalidad el espectáculo dotándome al tiempo con un salario justo. El narrador habla y yo dormido. Es el fértil destino de lo inerte. Las flores blancas en la losa del deseo marginal.
  Nicaragua te dejó espantá y por ello me escribo un soneto premiado mientras me alejo, para que veas. Que lío, que diantres, veamos. Tú, ella, yo , la mujer, el uno más, el otro, el país, el mundo emocional, la Internet y el clero, la globalidad y la hembra.
  El olor integro femenino envuelve el aula y los murmullos aporrean sin piedad el pupitre. El ritmo acelerado del corazón bombea leucocitos a diestro y siniestro. ¡Es la bomba!. ¡Un bombón con bombín! ¡Una utopía solo utotuya!. Y al final siendo...pues es y los personajillos se escapan de la nivola a la huelga del amor hermoso.

  Aplausos. Un bis...o dos. Aplausos ¡Bostezo!, dos rezos... adiós.

  Y los dedos señalaron a la osa hombruna del siglo nuevo. Que será de nosotros tras la leve lava del volcán. Me revuelco entre testosterona. ¡Vamos! ¡Vamos!. Pragmático, didáctico me persigue el guión.     El altavoz permanece apagado en la esquina como una cucaracha absolutamente negra. La muerte, el trío, la muerte atrapada en la universidad sola en el pozo del escenario. Te creo, me confieso insistentemente creyente. Te oigo. Beatles Mi inglés te persigue hasta el lecho de la muerte. Todo es comprensible.
  Sociológicamente es curioso como se calienta con el movimiento de los mayores el espacio. Tu lugar es de este mundo mamón. Literatura griega. Lengua viva. Nos envolvemos en gozos superficiales. Anacoreta del lenguaje te valoro, te adoro, te dejo, te aparto de mi, y lógicamente te odio.




Vitoria diecisiete de marzo de dos mil once

18 julio 2011

María Andrade





 


  Cesaron los murmullos al instante y todos permanecisteis en silencio varios siglos más, un minuto eterno en una hora aparte.

  Maria Andrade la poetisa francesa del misal negro y la cara blanca como la cal, ha muerto.

  Sin tiempo para tomar tristeza llorasteis desconsoladamente.

  Como las hojas carnosas y frías del baobab eran sus labios en las tardes de melancolía después de leeros sus versos últimos, de la mañana, en el salón de la primavera. Depositaba luego en la estantería su misal negro junto al jarrón chino donde las hojas de hibisco danzaban en el Mar Pacífico con marineros y olas mientras suspendidas en el horizonte titilaban las estrellas.
  Todavía veis reposando en su esclavina blanca un manojo de amaranto carmesí y sus cabellos negros sujetos con una cinta rosa acariciando su nuca.

  Y nada es igual.

 Ni el  mirlo recién llegado de Marruecos acierta con la ventana cerrada de su estancia. Sólo la ansiedad del viento en ese otoño frío eleva al cielo las hojas caídas de los arces con mil giros imposibles de nostalgias en el jardín.
  Vosotros que fuisteis amantes rendidos de sus risas tendréis que dar con su cuerpo en la tierra y así la armonía se detendrá frente a cada uno y le calmará por siempre amén.
  El funambulista de sueños perecederos y realidades eternas que lleváis dentro, fulgurante, le despedirá tras la verja del recuerdo aún con los ojos llorosos y el alma rota y mantendrá el arca cerrada de los sueños a los demás hasta la eternidad misma. Allí mismo en el cavedio de las sombras frescas el architriclino os mostrará el cenacho de las viandas y consejos, ensaladas y embustes, versos y panoplias y tomareis posesión de ellas con una gula interminable. Después se dará lectura a su testamento.
  Caerán unos daricos por la tierra y os arrastrareis tras ellos retorcidos, enredados con el dorso al sol en una escarapela sangrienta interminable.
Huérfanos y exhaustos tomasteis cada uno su camino y es hoy que aún seguís vagando cada día por las calles, sencillamente sin saber porqué y a donde.

El Pim Pam Pum de cada día, otrora joven, aún convalece en las estanterías del palacio dormido junto a Ibsen.




En Barcelona a veintiséis de octubre de dos mil diez



05 julio 2011

Al pie desde su niño














El pie del niño aún no sabe que es pie,
y quiere ser mariposa o manzana.

Pero luego los vidrios y las piedras,
las calles, las escaleras,
y los caminos de la tierra dura
van enseñando al pie que no puede volar,
que no puede ser fruto redondo en una rama.
El pie del niño entonces
fue derrotado, cayó
en la batalla,
fue prisionero,
condenado a vivir en un zapato.

Poco a poco sin luz
fue conociendo el mundo a su manera,
sin conocer el otro pie, encerrado,
explorando la vida como un ciego.

Aquellas suaves uñas
de cuarzo, de racimo,
se endurecieron, se mudaron
en opaca substancia, en cuerno duro,
y los pequeños pétalos del niño
se aplastaron, se desequilibraron,
tomaron formas de reptil sin ojos,
cabezas triangulares de gusano.
Y luego encallecieron,
se cubrieron
con mínimos volcanes de la muerte,
inaceptables endurecimientos.

Pero este ciego anduvo
sin tregua, sin parar
hora tras hora,
el pie y el otro pie,
ahora de hombre
o de mujer,
arriba,
abajo,
por los campos, las minas,
los almacenes y los ministerios,
atrás,
afuera, adentro,
adelante,
este pie trabajó con su zapato
apenas tuvo tiempo
de estar desnudo en el amor o el sueño,
caminó, caminaron
hasta que el hombre entero se detuvo.

Y entonces a la tierra
bajó y no supo nada,
porque allí todo y todo estaba oscuro,
no supo que había dejado de ser pie,
si lo enterraban para que volara
o para que pudiera
ser manzana.


Pablo Neruda