30 septiembre 2012

Los interrogantes















   Y continuaron por el largo pasillo fuera de la estancia difuminándose en las sombras dejando cada punto clavado con chinchetas de colores en las paredes.

   El dragón celestial con chincheta roja y mirada suplicante. La mirada silenciosa de Naoko tras el biombo de papel, precisa amante, con su chincheta fucsia. Tal vez ella quiera acompañarme al campo de las flores donde abunda el tomillo y dormita Titania en su pérgola cubierta de abundante madreselva. La chincheta amarilla sujeta el bambú, caña de pescar de lombriz traviesa y curiosa en donde me encuentro por ver a Margarita sentada en su piano acompañada de Mintelo interpretando un nocturno.

   Al doblar el pasillo más allá de la luz el señor Stein movió mis hilos forzándome a bailar antes de clavarme sin compasión , cruelmente, con la chincheta verde, sin esperanza alguna de movimiento racional ni siquiera de risa.

   Al final el sentimiento y la duda, el destierro y la razón son clavados por doquier.

   Junto al letrero Biblioteca clava la imaginación con una chincheta de color rosa y la mochila de Mariam donde nadie jamás se atrevería a penetrar.

   Llueve al fin, y permanece todavía el libro cerrado.

   Dice quedo el diario, esto es lo que hago cada día desde que vivo agarrado a la casa encantada detrás de la puerta azul en donde suenan canciones y nanas mientras tirito pensando en Salomé a la que quiero en silencio aunque me queme el corazón febrilmente.

   Y la chincheta blanca al caer al suelo sin cumplir su cometido me importa poco, bueno quizás un poco tal vez, al verla rodar escaleras abajo hacia la salida.

   En este punto que más da si se duermen los cuentos cansados de la tarde.









Judimendi veinticinco de enero de dos mil doce

18 septiembre 2012

La jirafa


    









  ¡Claudia!, ¡Claudia!, ¡Claudia!, me llamó desde el salón. Así me gustaba desde que le conocí, porque en su boca mi nombre sonaba distinto. Mi autoestima crecía en ese instante.

  ¿Si?. El leía el periódico y me señalaba con el índice como distraído el teléfono. ¿Qué?. -   ¡El teléfono!, parpadea el teléfono- , dijo.

  Era un teléfono rococó, una jirafa en bronce con la ruedecita en el lomo. Sus ojos parpadean al recibir una llamada. Regalo de su tía Petra.

  ¡Ah!, ya lo cojo.

-¿Diga?.

  Era Jazztel que me inició una conversación irracional sobre una linea abierta a precio fijo...

-Perdone Jazztel salgo en este instante y no puedo atenderle. Mentí. La voz varonil con apenas un susurro se disculpó amablemente.

  Volví al estudio. Pasados unos minutos

  ¡Claudia!, ¡Claudia!, ¡Claudia!, era su voz. Volé, dejé los ficheros, dejé todo y acudí a su llamada hechicera.

  ¡Eh!, ¡Eh!, y de nuevo pero esta vez con el pulgar como quien a vencido en no se cual competición me señaló la jirafa.

  ¡Ah!, ¡Si!.

  ¿Diga? Era Jazztel quien apenas al oír mi voz disculpándose precipitadamente colgó.

  -Era Jazztel …

  Las gafas de concha negra creo que las depositó en la mesilla de color caoba cuando al salir dando un portazo masculló.

  -Hoy Jazztel, mañana Ramón, ¿Y pasado?. ¿Pasado quién?.

  Desde aquel día nunca, jamás, he sacudido el polvo de la horrorosa jirafa que nos había regalado su tía Petra.









Judimendi veintiséis de noviembre de dos mil once

03 septiembre 2012

Todo no está escrito













  La casita pretendía ser el hogar materno. Tenía siete pisos y una azotea que nunca nadie pisó. En cada piso había una habitación pintada de distintos colores. La planta baja era comunitaria. Allí pasaban casi todo el día los hermanitos, los papas y rara ver la abuelita. Estaba pintada de amarillo. Para acceder a los pisos habían construido una escalera de madera en el jardín. En la primera planta tenían el dormitorio los papas. Solo había una cama grande de matrimonio, una mesa con una lámpara y un arcón. En la segunda planta tenía su camita Camila, la benjamina de la casa. En la tercera planta rampaba Florita, la única niña rubia. Encima estaba la habitación de Caperucita que además de la camita tenía un perchero donde colgar la capa y una pared pintada de rojo. En la quinta Pedrito chutaba con una balón a una portería pintada de negro en la pared. En la sexta Albertito el pequeño de los niños que aún tozudamente a los nueve años se empeñaba en dormir en su cuna azul. Y en la última planta la abuelita Monse que siempre estaba acostada por unas dolencias que nunca nadie supo de qué. Su ventana, por cierto siempre estaba abierta.

   Un buen día mama llamó por la ventana a Caperucita y gritando dijo : -Baja que tienes preparada ya la cena de la abuelita. Todos se asomaron a sus ventanas al oír la demanda de mama. Bajó Caperucita y pasando por la habitación de Florita vio algo raro. Florita tenía los bolsos de la bata llenos de algo pues le abultaban mucho. Prosiguió escaleras abajo.

   -Aquí esta la sopa, aquí la tortilla y aquí tapada con una servilleta una manzana, dijo la mama. Agua tiene ya la abuelita. Sube despacio.

   Al pasar por la habitación de Camila esta se bebió la sopa de un sorbito. Al pasar por la habitación de Florita esta masticaba a dos carrillos algo que Caperucita no pudo saber el qué. Dejó la manzana en su cuarto Caperucita. Y Pedrito y Albertito en un plis plas acabaron con la tortilla de la abuelita.

   Presta Caperucita dispuso unos frutos, que colgaban de la copa del árbol que llegaba hasta la altura de la habitación de la abuelita, debajo del mantelillo.

   Cenó la abuelita de esos frutos rojos brillantes y jugosos, y dicen que desde esa noche todo era cantar y cantar de la abuela hasta las siete de la mañana e incluso hasta el mediodía algunas veces. Y reír, mucho reír por la tarde hasta que volvía papa de recoger el ganado. Y si tardaba en subirle la cena incluso llegó a jurar a grito pelado.

   Ahora que me llevan al colegio, interna, de la ciudad, ¿qué va a ser de ella?. Las bayas rojas, ¿quién las dispondrá en la bandeja?. Una niña de mi cole dice que su abuelita es drogadicta. Cuando le he preguntado qué era una drogadicta, me ha dicho que canta, ríe y jura a según que horas del día. ¡Ah, ahora caigo, ha dicho Caperucita, a la abuelita le pesaba demasiado el misterio de la azotea. Y a otra cosa mariposa desde entonces.





Vitoria veintidós de febrero de dos mil doce