18 septiembre 2012

La jirafa


    









  ¡Claudia!, ¡Claudia!, ¡Claudia!, me llamó desde el salón. Así me gustaba desde que le conocí, porque en su boca mi nombre sonaba distinto. Mi autoestima crecía en ese instante.

  ¿Si?. El leía el periódico y me señalaba con el índice como distraído el teléfono. ¿Qué?. -   ¡El teléfono!, parpadea el teléfono- , dijo.

  Era un teléfono rococó, una jirafa en bronce con la ruedecita en el lomo. Sus ojos parpadean al recibir una llamada. Regalo de su tía Petra.

  ¡Ah!, ya lo cojo.

-¿Diga?.

  Era Jazztel que me inició una conversación irracional sobre una linea abierta a precio fijo...

-Perdone Jazztel salgo en este instante y no puedo atenderle. Mentí. La voz varonil con apenas un susurro se disculpó amablemente.

  Volví al estudio. Pasados unos minutos

  ¡Claudia!, ¡Claudia!, ¡Claudia!, era su voz. Volé, dejé los ficheros, dejé todo y acudí a su llamada hechicera.

  ¡Eh!, ¡Eh!, y de nuevo pero esta vez con el pulgar como quien a vencido en no se cual competición me señaló la jirafa.

  ¡Ah!, ¡Si!.

  ¿Diga? Era Jazztel quien apenas al oír mi voz disculpándose precipitadamente colgó.

  -Era Jazztel …

  Las gafas de concha negra creo que las depositó en la mesilla de color caoba cuando al salir dando un portazo masculló.

  -Hoy Jazztel, mañana Ramón, ¿Y pasado?. ¿Pasado quién?.

  Desde aquel día nunca, jamás, he sacudido el polvo de la horrorosa jirafa que nos había regalado su tía Petra.









Judimendi veintiséis de noviembre de dos mil once

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