29 noviembre 2012

Un billetito


  













   Marian, se que te hice daño ayer en el recreo cuando te tiré de la coleta. Luego me arrepentí. Acude al estanque de la Plaza de San Andrés mañana después de clase, pues no sé que hacer con el lazo rojo que quedó sin querer en mi mano.

                           Antoñito






22 noviembre 2012

Veinte poemas de amor y una canción desesperada


















Poema 6


Te recuerdo como eras en el último otoño.
Eras la boina gris y el corazón en calma.
En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo
Y las hojas caían en el agua de tu alma.
Apegada a mis brazos como una enredadera.
las hojas recogían tu voz lenta y en calma.
Hoguera de estupor en que mi sed ardía.
Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.
Siento viajar tus ojos y es distante el otoño:
boina gris, voz de pájaro y corazón de casa
hacia donde emigraban mis profundos anhelos
y caían mis besos alegres como brasas.
Cielo desde un navío. Campo desde los cerros.
Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma!
Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.
Hojas secas de otoño giraban en tu alma.



09 noviembre 2012

La huerta del Tío Chaqueta


 











   Me dices que todo cuanto tiene nombre existe, porque lo dicen, y tú amiga, me das el queo sin pausa, la pauta, la medida, el pie seguro donde el milagro celebra el festín de la tarde. Y así, con la sencillez de la palma de la mano abierta, dejo correr como piedra loca la imaginación para que se bañen sirenas y corran centauros por las líneas del cuaderno al instante.

   Donde la calle horizontal cruza con la última hilera de casas molineras apenas se sostiene una tapia baja de adobe. Allí entre sus huecos, se aprecian finas telarañas y pedazos de chapa deformada en los que si se presta atención puede leerse una marca de aceite. La coronan los cristales verdes de botella de gaseosa que como dientes cortantes nos esperan a nosotros, los desheredados, la chiquillería del barrio.
   Y pasadas las nueve, cuando comienza a cerrarse el día, se nos tiene permitido arriesgar de nuevo nuestros zurcidos pantalones y saltar el obstáculo, con arañazos de sangre y miedos contenidos, a la Huerta del Tío Chaqueta, para dar el palo.
   “El Judas” y “el Pecas” fueron engullidos los primeros por los huinos que recién salidos de la poza negra de pecina y olor pestilente nos estaban esperando con sus largas zarpas elevadas hacia el tapial. Entre ruidos de zarzas y chillidos a ambos lados se produjo la confusión, unos corriendo hacia los ciruelos, otros se perdieron por las oscuras calles paralelas. Y sin apenas resuello, asustados y temerosos, cada uno como pudo enfiló a su casa a resguardarse.

   Al día siguiente, después que se supiese de la muerte del “Judas” y “el Pecas”, los pocos que pasaron la noche escondidos en distintos rincones de la huerta sin moverse, dijeron haber oído a los huinos rebramar, que así era como se comunicaban estos, durante toda la noche.

  Se simplifican los textos, las palabras en suspenso apenas abarcan en el horizonte de los tiempos todo su crucial significado, las sensaciones colocadas en el álbum del recuerdo suelen difuminarse, y mira, tal vez incluso te permito suponer que la duda nos asalte cómplice en ocasiones cuando los hechos insignificantes ahora, tuvieron tanta relevancia entonces. Por ello hoy, si al pulsar el interruptor del ascensor en el portal, percibes como el aire apenas inicia un inusual movimiento a tu lado, detente y deja hacer no sea que se despierte el huino que nos acompaña desde entonces, te digo, siempre.









Judimendi diciembre de 2011