09 noviembre 2012

La huerta del Tío Chaqueta


 











   Me dices que todo cuanto tiene nombre existe, porque lo dicen, y tú amiga, me das el queo sin pausa, la pauta, la medida, el pie seguro donde el milagro celebra el festín de la tarde. Y así, con la sencillez de la palma de la mano abierta, dejo correr como piedra loca la imaginación para que se bañen sirenas y corran centauros por las líneas del cuaderno al instante.

   Donde la calle horizontal cruza con la última hilera de casas molineras apenas se sostiene una tapia baja de adobe. Allí entre sus huecos, se aprecian finas telarañas y pedazos de chapa deformada en los que si se presta atención puede leerse una marca de aceite. La coronan los cristales verdes de botella de gaseosa que como dientes cortantes nos esperan a nosotros, los desheredados, la chiquillería del barrio.
   Y pasadas las nueve, cuando comienza a cerrarse el día, se nos tiene permitido arriesgar de nuevo nuestros zurcidos pantalones y saltar el obstáculo, con arañazos de sangre y miedos contenidos, a la Huerta del Tío Chaqueta, para dar el palo.
   “El Judas” y “el Pecas” fueron engullidos los primeros por los huinos que recién salidos de la poza negra de pecina y olor pestilente nos estaban esperando con sus largas zarpas elevadas hacia el tapial. Entre ruidos de zarzas y chillidos a ambos lados se produjo la confusión, unos corriendo hacia los ciruelos, otros se perdieron por las oscuras calles paralelas. Y sin apenas resuello, asustados y temerosos, cada uno como pudo enfiló a su casa a resguardarse.

   Al día siguiente, después que se supiese de la muerte del “Judas” y “el Pecas”, los pocos que pasaron la noche escondidos en distintos rincones de la huerta sin moverse, dijeron haber oído a los huinos rebramar, que así era como se comunicaban estos, durante toda la noche.

  Se simplifican los textos, las palabras en suspenso apenas abarcan en el horizonte de los tiempos todo su crucial significado, las sensaciones colocadas en el álbum del recuerdo suelen difuminarse, y mira, tal vez incluso te permito suponer que la duda nos asalte cómplice en ocasiones cuando los hechos insignificantes ahora, tuvieron tanta relevancia entonces. Por ello hoy, si al pulsar el interruptor del ascensor en el portal, percibes como el aire apenas inicia un inusual movimiento a tu lado, detente y deja hacer no sea que se despierte el huino que nos acompaña desde entonces, te digo, siempre.









Judimendi diciembre de 2011




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