29 octubre 2012

La Señora Renoir en el jardín


  





   Desde el fondo del parque aquella tarde luminosa del mes de junio tropecé con tu mirada. Se percataron al instante nuestros cuerpos y ese tiempo breve escogió colores y brisas para siempre. Fueron todas las tardes programadas a brochazos largos y firmes en tu falda, finos y precisos en tu tranquilo rostro. Se depositaron recuerdos a tu alrededor sin llegar nunca a sentarse a tu lado. ¿O tal vez sí?.

   Fuiste sola en el lateral del banco de madera.

   ¿Sujetaste mi cuerpo entre tus cálidas manos, meciéndome lentamente alguna vez, mientras soñabas?. En tu quietud, ¿tal vez, un pensamiento?.

   Para dormir la tarde acaricio tu espacio único y medido. Danzaron veladas y valses, acompasaron sinfonías románticas entre los bucles de tu pelo rubio. Palabras galantes, cuchicheos y risas nerviosas, requiebros y … dulcemente un beso.

   He retrocedido doce años para volver a verte en el mismo jardín y … sencillamente, no estabas. Ni trinos, ni la brisa constante, ni cielo, solo el recuerdo, la idea, la percepción, el presentimiento, para soñar despierto, para vivir.

   El hueco, el alma, el corazón tras las líneas en el jardín pequeño donde la postal te llama y enciende tu cuerpo. Bajo el sombrero negro donde siempre descansan sonrisas y versos, que reconoces y llamas cuando estas solo con tu silencio.

   Para trazar vientos y vivir sueños, y respirar sin aliento, para vestir y mudar almas en cada intento, desde el fondo del parque, hoy la describo y contemplo














Judimendi el veintinueve de febrero de dos mil doce

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