24 febrero 2014

Recuerdo a Karmele






 Tienes la necesidad de desordenar las cosas, las palabras, los tiempos y a veces es inútil que los demás propongan pautas para hacerte comprender que así terminaras vacía y probablemente sola. Pero eso a ti no te preocupa. Son muchas las veces que paseando han resbalado por tus mejillas torrentes de lágrimas y sin venir a cuento, de pronto, has comenzado una risa estridente y nerviosa que aquellos que no te conocen nunca comprenderían.
  Lo sabes, el payaso, la mueca de la mascara veneciana, el abrazo cálido de las tardes de otoño poco a poco te van abandonando. Sientes el grito aún por salir, la rabia contenida, los interrogantes,…y claro, aún es tiempo de reproches.
  Con los brazos cruzados solamente abrigada con su chaqueta de punto negra no tienes su calor, no te basta. El tiovivo de la vida gira a tu alrededor y aún ataviada con su perfume no te atreves a bajar.
  Dueña de tus silencios, las tardes se deslizan alejadas de las rendijas  donde habita la felicidad sin que la melancolía se aparte un instante de tu lado, permaneces como una marioneta sin hilos.
  ¡Ay Karmele! Despacio, los sueños bébelos despacio pequeña…



 Judimendi el cinco de noviembre de dos mil trece




09 febrero 2014

Reescritura del final de La tristeza – (Antón Chejov)



  
                                            


  Lo mejor sería contárselo todo a cualquier mujer de su aldea; a las mujeres, aunque sean tontas, les gusta eso, y basta decirles dos palabras para que viertan torrentes de lágrimas.

  “Pero allí en aquella habitación de atmósfera irrespirable, donde apenas el calor de los cuerpos alcanza más allá de un palmo, la soledad es su única amiga.  Nota el frío dentro del corazón; la indiferencia que le rodea casi le asfixia.
  Al final de la noche, cuando los primeros rayos sucios de sol penetran a través del ventanuco del fondo, algunos carraspeos y toses le devuelven débilmente a la vida.
  Jona permanece quieto sin apenas fuerzas para respirar. Un cochero le increpa.
  -¡Arriba!, gandul.
  Con los ojos entornados intenta responder, pero no puede.
  Percibe el borbotear lejano del agua hirviendo en el samovar, ve nítidamente a Natacha, su esposa, junto al fuego del hogar, y a sus hijos que le rodean con los ojos encendidos y vivarachos.
  Jona con una sonrisa se deja morir.
  -¡Arriba!, ¡viejo!, que ahí fuera sobre el manto helado de la nieve tu rocín se impacienta. 

                                        


Vitoria en diciembre de dos mil trece

Gracia




  En la pared blanca, justo frente al balcón que da a la calle has grapado las hojas, con las chinchetas de colores has prendido cabellos ausentes.
  ¿Me interrogas?
  Porfías con el rubio haz de espigas doradas del verano. Lo giras. Te giras.
  ¿Te interrogas?
  En la pared blanca el almanaque apaisado de los días por venir, de los aún en camino.  Las horas. Las manecillas del reloj bailando ausentes, trillando el tiempo.
  Te formas hasta el medio día, luego duermes. Es el calor de la tarde entre penumbras. Y los interrogantes mueren rancios. Ahí los reflejos importan, y los silencios también.
  En la pared blanca, justo frente al balcón que da a la calle rezan los latidos de un corazón anciano. Van y vienen.
  ¿Le interrogas?
  Letanías, latines, breviarios de Santa Clara empeñados en bramar, baldosines de granito ¡damero maldito! maitines tras el torno, rezos de golosinas…
  Y sin pensar, un rezo, una oración o un juramento, estampado junto al bordillo de la acera, apenas termina el día, permanece el cuerpo de Gracia solo un instante.




Judimendi catorce de noviembre de dos mil trece