29 junio 2011

El pensamiento divergente y la madera

El lápiz zafio ofuscado ocupa apenas solo olvido, otrora alargado, hoy yace herido, hondamente herido. Hoy aparece junto al lecho ocre enfermo. Olmos sanos, simples, sin nada, apenas sin naturaleza. Añadidos. Su último oficio, ofertar ramas solitarias.



                       Judimendi veintiséis de febrero de dos mil diez

22 junio 2011

Entrañas








Era la época de los niños asustados. Todos movíamos los brazos al son de la música como si fueran algas flácidas arrastradas por la marea. Nos recorría un estúpido hormigueo las paredes del estómago y las esquinas de la conciencia porque aquella noche nuestro mayor problema estaba FUERA y no DENTRO, y eso siempre, y te digan lo que te digan, será un alivio para ti. No hay tiempo para las pistolas, pero sí lo hay para jugar a indios y vaqueros. No hay tiempo para terminar de ser niño ni para empezar a hacerse viejo, y exactamente en mitad de todo el caos, en el punto más extremo de la hoja del cuchillo, ahí, amor mío, ahí estás tú. 
Por desgracia somos la generación sin guerra, sin cuartel, sin ejército y sin bandera. Ya pasaron las crisis existenciales. Ya murieron los vencidos y los vencedores, ya cayeron los símbolos del imperio. Ya se pidió perdón y se enterró a los muertos. ¿Y ahora qué? Nadie quiere saber la verdad porque nadie podría sobrevivir a ella. No hubo Dios y no hubo destino, así que por aquella época vagábamos por el mundo a tontas y a locas, porque pensábamos que después de todo lo sucedido, ya nada malo podía pasar. Estábamos vacunados, o bendecidos, o simplemente muertos. Estábamos muertos y estábamos solos. No hablarán de nosotros en la prensa del corazón. No nos cantarán canciones y no nos echarán de menos. No más flores de plástico en tumbas de falso mármol. No más mensajes en el contestador, ni más facturas ni productos que acaban por pudrirse en la nevera. Morir era aquello. Aquello mismo que había ocurrido en vida, aquella misma sensación…
¿Qué nos ha pasado? ¿En qué nos ha convertido la vida, el tiempo, el invierno, el viento, las cenizas, la bruma del mar? ¿Sigues siendo la misma? ¿Sigue siendo esta tu risa, esa risa tuya, capaz de partir los altos muros? ¿Sigo siendo yo el mismo? ¿Sigue siendo este el mismo París, las mismas aceras por donde paseábamos nuestro amor recién estrenado, nuestras recientes ganas de vivir, de plantarnos firmemente y aguantar el vendaval? ¿Siguen siendo estos los mismos cipreses, las mismas tumbas, los mismos muertos? ¿Sigue siendo este el escenario de cien vidas pasadas, de cientos de actores ambulantes, de guiones escritos y lanzados por cientos de ventanas? ¿Siguen siendo estas nuestras historias pequeñas y tristes, fieles y orgullosas?
Vayámonos a beber mucha cerveza, a fumar y a reír y a gritar y a meternos debajo de los charcos cuando llueva. Vamos a pintarnos la cara, a trepar a los árboles, a peinarnos el pelo, a robar en panaderías, a darnos besos en la espalda, de norte a sur y de este a oeste, y después de eso dormiremos días enteros, eternamente jóvenes y bellos, como ángeles vírgenes que jamás abandonaron el paraíso. No somos más que dos muñecos ajados en medio de la tempestad, y aun así el mundo no ha conocido nada tan hermoso. Corazones mordidos y dolientes, firmemente enlazados en mitad de una tormenta de arena...

Estibaliz Ortiz de Orruño



13 junio 2011

La Hacedora


  Te ha separado a unos centímetros, casi tres palmos, para inventar tu sonrisa, tu estupor o tu asombro que aún tiene por decidir, y mantenido tu desnudez vertical un instante frente a ella por el placer de contemplarte. Has de esperarlo todo de ella, pues es la hacedora.  Aún ha de pintarte los ojos azules o negros según le convenga y tal vez dentro de un rato te vista de paje, príncipe o arlequín, o sin más te deposite a su lado como a lo otros y te ignore. Así ha sido desde siempre. Dar formas, conformar.
  En la espesa habitación en la que nos encontramos no hay nombres que pronunciar solo silencios de papel cartón. Trozos sin alma por recomponer. Formas dislocadas esparcidas sin orden a su alrededor siempre dispuestas sin saberlo a viajar a cuentos maravillosos donde puede que sean los protagonistas de aventuras inimaginables durante siglos.
  Pero tú, forma frágil, que permaneces, sin ánima aún, entre sus dedos y que mereció la atención de un suspiro, estas predestinado a ser rey. Te lo digo yo. Créeme.