11 junio 2013

Respuesta de…

                                           

 


 
 
 
 
 
   Cuando la carta que has escrito la semana pasada llegó a mis manos, después que Mª Jesús me la leyera por teléfono, he estado dudando si leerla o pasársela sin más a Tomasa,  que a fin de cuentas fue la primera y única, que como todos sabemos  se te entregó. Podía perfectamente haberla leído y a continuación roto y ahí se hubiese acabado la cuestión, que para mi desde hace años  he zanjado. Pero mira por donde después de leerla, me he dicho. Voy a contestarle, aunque no se lo merezca, o al menos el tiempo que voy a gastar en escribirle, por pura satisfacción después de casi cincuenta años. Una vida, una hora, un instante, que es como te gusta escribir. Así simplificando, sin pararte a pensar como, una coma o un acento, una palabra o un gesto tanto pueden hacer variar el sentimiento de las personas.

  Quédate con un adiós apresurado porque ese fue el que nos dimos aquella noche en la estación del tren en Salamanca. ¿Recuerdas? Tu despedías a una joven que solo había necesitado tres horas para entender como había sido el juguete infantil en las manos de un inmaduro. Te despediste de unos ojos verdes brillantes y saltarines en el que solo apreciaste un color sin llegar nunca a verlos más dentro, porque solo lo superficial fue para ti importante. Esos mismos que nada más terminar nuestro encuentro se pronunciaron, al principio llorando con tristeza y riendo al rato de serena satisfacción al comprender al fin que más que un hasta luego, nos habíamos dado un hasta siempre jamás.

  He sido desde entonces la mujer más feliz de la tierra. Ejercí con éxito mi profesión, viví un matrimonio pleno, casi treinta años, fruto del que nacieron mis cuatros hijos. Enviudé joven pero fueron tan bellos y hermosos esos años que aún hoy conservo vivos  cada unos de los momentos  disfrutados en su compañía.

  Mantengo una constante relación de amistad con Tomasa, Mª Jesús, Pilar, Ángeles, Nieves y Paquita. Solemos juntarnos varias veces al año y hablamos, reímos y participamos naturalmente de nuestro quehacer diario, de nuestros hijos y nietos, y sé que no me creerás si te digo que nunca has participado, ni un momento, rato o instante como te gustaba decir, ni has estado en nuestro pensamiento, jamás.

  Sigue viviendo en tu mente retorcida, confusiones, equívocos y sensaciones que no dejan de ser ilusiones al uso. Huele, faldas, blusas y camisones,  a lavanda o manzana verde en tu castillo antiguo de fortalezas caducas. Pero mira, si alguna vez despiertas a la realidad y al mundo que te rodea, espero percibas el entrañable afecto y la ternura que pese a todo nos inspiras.

                                                            Beatriz

 
 

 

                Judimendi quince de febrero de dos mil doce

Carta a…


                                                  

 

 
 
   ¿Tomasa, Mª Jesús, Beatriz? Has de disculparme no recuerdo bien tu nombre. ¡Sí!, me viene tu rostro a veces, siempre con una sonrisa. Tu pelo, ¿rizado?, ¿enmarañado?, ¿negro?, ¿rubio? Va y viene la imagen según que día. Tus dientes blancos, eso sí. Tus labios cálidos buscando ser prisioneros, ser liberados en juegos de noche entre los chopos, buscando brisas. Tímidos besos imaginados. Paseos largos, ningún paseo. Frases concisas entre silencios. Tu falda negra. La mano blanca, el brazo moreno. Enaguas blancas. ¿Era un pueblo?, ¿ciudad?..., ¿Dónde era?

  Una mirada a tus ojos color caramelo y al pronto fueron verdes.

  ¿Un fin de verano?, ¿un comienzo de curso?, ¿una despedida sin adiós?, ¿un adiós apresurado de los que con el tiempo terminan por doler?

  ¡Y calor!, entre nosotros música que nos separa.

  En un momento, tal vez mañana, te escribiré

 
 

 

         Judimendi quince de febrero de dos mil doce