22 febrero 2013

Dejale, hombre








Amiga Milagros, hace años, cuando la pubertad se manifestaba arrostrando acné y el impúber nacía en esos atardeceres de río y légamo, escribí un ocurrióseme en la breve Quijota en el que Narciso Rodríguez Hidalgo terminaba por confesarse aseadamente ateo.
Cotejando el universo y las partículas en suspensión de la pócima elemental de la tierra que nos enseñorea he llegado a la misma conclusión, hoy sabiéndolo, ayer inconscientemente.
Dios no existe. ¿Cómo entonces quieres que crea en ti?
Depositemos todos las últimas flores dando un paso atrás en silencio, pero dando un paso atrás, para que en la lejanía-cercanía podamos creer desde el anonimato que fue un error imperdonable adelantarse a destiempo pretendiendo ser revivido, ser renacido, ser reinventado y así hasta siempre.
Si ves a Borges en esa parte íntima en la que probablemente se confundan ideas, pensamientos y zozobras, no intentes adelantarle novedades, déjale seguir su camino.
¿De acuerdo?

13 febrero 2013

Escribe


                                                                     


 



 
 
    Escribe como las líneas de la tarima que en perspectiva se escapan hacia el final del salón continuamente y se pierden siempre al chocar contra los muros, y retroceden y danzan, permaneciendo quietas  cuando se solicitan ausencias, desprendiéndose de los vestidos del tiempo.   Como Popy perplejo entre la juventud, perro al fin de mil lenguas, sumiso y ciego, incansable entre pinos y cedros, entre el nacimiento y la espera.

   Escribe de rosa pimpinela, de carnaval,  como las zapatillas aladas de siempre que reposan e inquietas a veces insinúan giros y verbos gramaticales en la noche de estreno.  Como el afilado y vertical palo que sujeta la justicia en el centro del alma mientras contempla el gesto, el reflejo de los ojos cuando  miran hacia adentro y traspasan tus canas.

  Escribe como el dintel de la entrada al templo del mundo, gris y ocre, adornado de molduras suaves pegadas al techo, con brochazos e instintos, al azar, desde donde el espectáculo de la vida y su movimiento apenas susurran.  Como el aire que mueve el abanico rojo de la pasión por mundos imaginarios y letras escondidas acariciando los cuerpos jóvenes de las bailarinas de tarde y café mientras esperan el amor, el movimiento y la música.

  Escribe perezosamente, en largo,  para después sorprenderse a si mismo. Idea, interior, y al fondo solo y siempre la luz




 Judimendi veinticuatro de febrero de dos mil once