24 febrero 2012

¡Alondra mía! ¡Vicky de mi alma!


 









¡Alondra mía!

¿Borran mis sentimientos los años lejos de ti? Adormecido mi alma aún permanece esperando el instante de partir a tu lado de donde nunca estuve lejos.

Llámame amada mía a la próxima Exposición de Abanicos, que presto iré con la diseñadora que tanto me recuerda a ti y su primo el Duque de Mandrilarán del que tanto afán se le supone en el arte de la confección.

Meceremos veladas en el Salón de los Azules tuteándonos como entonces, recitando rimas y goloseándonos con los bombones glasé ante la discreta mirada del, “mira tú”, primito Alberto, mientras cotejas abanico en mano los borradores que te han de presentar para tu honor y condescendencia.

¡Hay barragana mía!, se relamen mis bigotes y esparcen mis carnes en la espera.

Tuyo hasta el no va más.

Pascualito El Cocinero.




17 febrero 2012

Mamelucadas




Aquel verano pude constatar que las golondrinas son unas aves cuanto menos un poco raras y sino ya verán porqué.

“Tienes crías en la terraza, junto a los toldos para más precisión “, me había dicho el cuñado por teléfono con cierto aire entre irónico y no sé, como con rin tin tin.

 Perfectamente sabe que por Movistar soy parco en palabras.
“¿Y...? pueden ser vencejos a golondrinas “, me indicó por las segundas.
Ya verás, ya verás”.

Y el folio termina por ser arrojado junto al zapatero que hay al lado de la mesa desde donde hoy no me apetece nada, absolutamente nada, escribir. Cuarenta veces lo he intentado, tris tras, tris tras. Miro el reloj ovalado que cuelga a mi derecha, las cuatro y algo manejan las agujas. Y nada, cuando ese bichejo que llaman inspiración no aparece, ni se le espera, es imposible garabatear folio alguno. Y además, que pereza esto de escribir un cuento. Se lo digo al porta lápices en donde descansa el abrecartas que para más inri tiene por mango una lechuza cornuda. Da suerte sobre todo. Y qué me dices de las tijeras rojas que asoman en el multicubo de plástico en donde por el mismo precio lo mismo sale un metro que una goma de borrar con chorretones por cierto. Ahora tiro el folio donde un moreno daba paladas en su canoa después de una jornada de pesca infructuosa. ¡Hala! A dormir con los gurriatos. ¡Que pereza!. He mirado por la ventana y he recordado aquellas líneas escritas apresuradamente, como a mí me gusta, sin pensar. ¡Que hastío! De la chispa al aire y frente a mi todo en uno y ya está, sin corregir, teniendo casi siempre la sensación de que esa palabra no es y esa otra... pues tampoco, que me lío pero que siento como el soporcillo en cada articulación al amanecer, sensaciones contradictorias.

Traspasaré la musa de otros días.

“A mi nena...

Mis ojos llevan la mirada, a través de los cristales del ventanal, hasta tu talle, y permanece amorosa junto a ti mientras cruzas la plaza lentamente. Cuando doblas la esquina se resigna y embelesada retorna emocionada y sola.
Permanecemos quietos y absortos, y al paso, los recuerdos que fluyen sin quererlo, dejando la plaza vacía y sin sentido, te traen de nuevo a mi mientras lloramos detrás de la nostalgia “.

Debí escribirlo en día parecido al de hoy. ¡Que aburrimiento! Como pesa la pluma cuando sobre ella está una mano inerte y cansada. La capucha negra asociada a mi mente en blanco. ¡Estoy salvado! Tomo de la repisa las obras de Mark Twain. Los lomitos sonrosados como los mofletes de un niño y el canto dorado. El aparta páginas es un retrato de Van Gogh que al dorso tiene “Los comedores de patatas” 1885.
¿Servirá? ¿No? ¿No dijiste una de cuentos? Vale. Resoplo. Y ahora levántate, colócate las greñas. ¡Paf! ¡Paf! El perfume de la tarde… y a clase. ¡Que cansancio!.
Recojo los folios arrugados. A la basura. Deberían ser las cinco pero no,  son las cuatro y veinte. Ha salido el sol, me calzo los zapatos y me falta tiempo para salir a pasear. Hasta las ocho, página ingrata, nos vemos en clase.




05 febrero 2012

Helvia y su media luz de luna



Entre trajín y trajín, a volteretas por la vida, entre mis dos o tres trabajos pasan las jornadas sin importarme, a veces, el cómo ni el porqué de las cosas que desfilan ante mí.
Qué te contaría espalda mía de cansancios y desvelos, dolidas tengo mis bellas piernas y qué quieres, seamos serios, siempre o siempre lo primero la salud. Y aconteció que supe de las supermedias más compresivas y terapéuticas del mundo por medio de una amiga. Negras de exposición y, a la vista del percal, feas como la panza de un hurón. Ortopedia andante era el remedio.
Me vestí, de perfil, de frente, arriba y abajo, miré mi cuerpo serrano y se me antojó cuanto menos... gracioso. Decidí al pronto ponérmelas.
-”Me las pongo, pero a camuflar”.
Y, ¡Oh!, que lindas mis otras medias con puntitos rosas. Qué bien se ven tapando esas toscas y feas”. Y bajé a la calle, danzarina de mañanas, nítida y clara como una bailarina de ballet con malla y leotardos.
Terminada mi faena en el siete de Santiago torcí por Guinea al encuentro de mi segunda cita laboral. El personal se volvía a mi paso. Yo a lo mío, ni qué, ni na, pero....tantos, reparé.
-”Chica, te digo, lo valgo, pero todo el mundo y condición..., y esa sonrisa, y esa otra, y esa mirada...”. Al poco reparé. La linda media era arrastrada airosa, eso sí, pero sumisa junto al tobillo como las pieles de las ovejas de Madrilejos. Tordas ellas junto al cerco de las uvas.
Los del doce junto al Moderno casi me hacen la ola...


Judimendi cuatro de febrero de dos mil diez