17 febrero 2012

Mamelucadas




Aquel verano pude constatar que las golondrinas son unas aves cuanto menos un poco raras y sino ya verán porqué.

“Tienes crías en la terraza, junto a los toldos para más precisión “, me había dicho el cuñado por teléfono con cierto aire entre irónico y no sé, como con rin tin tin.

 Perfectamente sabe que por Movistar soy parco en palabras.
“¿Y...? pueden ser vencejos a golondrinas “, me indicó por las segundas.
Ya verás, ya verás”.

Y el folio termina por ser arrojado junto al zapatero que hay al lado de la mesa desde donde hoy no me apetece nada, absolutamente nada, escribir. Cuarenta veces lo he intentado, tris tras, tris tras. Miro el reloj ovalado que cuelga a mi derecha, las cuatro y algo manejan las agujas. Y nada, cuando ese bichejo que llaman inspiración no aparece, ni se le espera, es imposible garabatear folio alguno. Y además, que pereza esto de escribir un cuento. Se lo digo al porta lápices en donde descansa el abrecartas que para más inri tiene por mango una lechuza cornuda. Da suerte sobre todo. Y qué me dices de las tijeras rojas que asoman en el multicubo de plástico en donde por el mismo precio lo mismo sale un metro que una goma de borrar con chorretones por cierto. Ahora tiro el folio donde un moreno daba paladas en su canoa después de una jornada de pesca infructuosa. ¡Hala! A dormir con los gurriatos. ¡Que pereza!. He mirado por la ventana y he recordado aquellas líneas escritas apresuradamente, como a mí me gusta, sin pensar. ¡Que hastío! De la chispa al aire y frente a mi todo en uno y ya está, sin corregir, teniendo casi siempre la sensación de que esa palabra no es y esa otra... pues tampoco, que me lío pero que siento como el soporcillo en cada articulación al amanecer, sensaciones contradictorias.

Traspasaré la musa de otros días.

“A mi nena...

Mis ojos llevan la mirada, a través de los cristales del ventanal, hasta tu talle, y permanece amorosa junto a ti mientras cruzas la plaza lentamente. Cuando doblas la esquina se resigna y embelesada retorna emocionada y sola.
Permanecemos quietos y absortos, y al paso, los recuerdos que fluyen sin quererlo, dejando la plaza vacía y sin sentido, te traen de nuevo a mi mientras lloramos detrás de la nostalgia “.

Debí escribirlo en día parecido al de hoy. ¡Que aburrimiento! Como pesa la pluma cuando sobre ella está una mano inerte y cansada. La capucha negra asociada a mi mente en blanco. ¡Estoy salvado! Tomo de la repisa las obras de Mark Twain. Los lomitos sonrosados como los mofletes de un niño y el canto dorado. El aparta páginas es un retrato de Van Gogh que al dorso tiene “Los comedores de patatas” 1885.
¿Servirá? ¿No? ¿No dijiste una de cuentos? Vale. Resoplo. Y ahora levántate, colócate las greñas. ¡Paf! ¡Paf! El perfume de la tarde… y a clase. ¡Que cansancio!.
Recojo los folios arrugados. A la basura. Deberían ser las cinco pero no,  son las cuatro y veinte. Ha salido el sol, me calzo los zapatos y me falta tiempo para salir a pasear. Hasta las ocho, página ingrata, nos vemos en clase.




No hay comentarios:

Publicar un comentario