13 noviembre 2011

Jacinto









 




   Jacinto es serio y formal. Luce canas. A veces nos suele contar, cuando le parece, estando juntos en alguna celebración y nadie se puede escapar, con sus brillantes ojos expresivos, sus chascarrillos, sucedidos y escusas. Solamente, eso si, cuando le parece porque en caso contrario toma las de Villadiego y en silencio sin hacer caso se pierde en sus quehaceres, que con el tiempo ya son pocos, o simplemente encoje sus hombros, medio sonríe y calla.
   Contó no hace mucho, reía mientras lo contaba y que feliz se le veía, al par que liaba un caldo despacio, como, siendo tía Julia aún moza, en un viaje que en verano hicieron al pueblo playero donde se pasaban los tres meses largos de estío,  este sucedido. Mi madre le miraba con ternura.
   Fue en aquel tren de fuego, madera, traqueteo y conversación,  donde acertó a pasar el revisor con su gorra de plato azul. - Aún le estoy viendo, dijo la abuela Mercedes, tan estirado y bizqueando. “El carné”, espetó. Y vaya si le dí el carné de plástico.
- ¡Que no!. ¿Como que no?. -¡Que no!. ¿Como que no?. ¡Es!, dije.  ¡Es!, ¿es que no lo ves?. Y se levantaba del asiento ya nervioso al tiempo que la abuela Mercedes le sujetaba tirando de la manga. El revisor, con su evidente tic, acalorado, y yo más. - ¿Recuerdas Julia que congestivo se puso? ¿Y que pesado?. Solo vuelta a decir ¿Que no?. Y yo, ¡Que es, y es!.
  Cuando marchó, - todos quedamos en silencio-, decía la abuela, y Jacinto miró el carné. - ¡Y que más da! . Ya vi que era el carné de la nieta. El tuyo le mostraba, ¡princesa!, ¡que no es poco!.
   Y reía Jacinto. Cuando reía todos nos serenábamos nos encontrábamos dentro de el. Hombre formal y serio de los que al recordar se enredan en nuestro corazón es mi abuelo Jacinto.


Para Estíbaliz


Judimendi diez y siete de febrero de dos mil once


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