02 diciembre 2013

Deslumbra la blancura de su piel…

   
         


  






Deslumbra la blancura de su piel en el habitáculo oscuro desde dentro. Su color importa, y sus vestidos, y la perspectiva suspendida en el tiempo. Es sencillamente una declaración de principios humanos. Arlequín doméstico y dócil por la tarde, cuando el día debilita los sentidos, sonrosado en ninfas de algodón por la mañana.
   No sé si pelarla.
   Se acercaron hasta bailar desnudos arqueando los cuerpos en el aire, los abrazos al ritmo de la música hasta descoyuntarse suspendidos en el aire.
   Nada cierto.
  Y al pronto sonó la alarma y todos han permanecido alborotados un rato. El ventilador lanza el aire hasta las esquinas de la habitación vacía mientras se diluyen las voces llorosas, infantiles, y los placeres del mundo se atropellan ininterrumpidamente en el tiempo. Las voces adornan la mesa, son la pesadilla de la tarde a cada instante. El niño sigue luchando indiferente contra la muerte alejado de la última sabiduría. El texto también muere y desvanece.




                               Judimendi una tarde de octubre de dos mil trece




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