16 agosto 2012

Vuelvo a encontrarme con un nombre…

















 Vuelvo a encontrarme con un nombre que resbala como siempre años atrás. Esta vez heroína de cuadernos de doble raya de caligrafía. Los nombres se apilan, persisten en amontonarse atropelladamente. Aireo las páginas y sigo leyendo grafías sin método.

   Los perros inteligentes cruzan las aldeas para encaramarse en sus tapias. Son orgullosos, de perfil bajo, diría el sabio.

   El lapicero no pinta esta vez. ¡Ah! Llegó la musa.

   La carpeta es verde y entre la neblina apenas se divisa, ¡pero es verde! Y lleva cosas inconfesables dentro. La judía y el bandido bailan tremendamente en el camino. Se tambalean, dudan, se comparten. Las ideas en francés, mejor. Diálogos que confieso se me escapan. Verdi en Rigoletto, diálogo ajeno con la soprano Craiochwca mientras pasea por un lugar alejado de la campiña francesa, lejos del banco giratorio donde el sol aparca algún rayo cálido en la estación, verano tal vez, de las alergias y los versos.

   De verde, en varios tonos, son los lomos del libro.

   Cuelgan estrellas en ambos lados junto a los hombros. Garabatos en blanco. El tiempo y la confesión repetida sucesivamente coindicen y se abrazan en algún lugar. Han de robarse los amigos para defenderlos con uñas y dientes. Con faca afilada.

   Mientras rueda la vida vivaz se nos enternece la niña del gorro turbado entre hurras y copas. Se desnuda, se acuesta plácidamente, nos aborta entre carcajadas y sale corriendo.

   Retrocedamos y entre todos proveamos que tipo de locura ocurre a menudo entre el mundo de los enfermos mentales al lavarles la cara. ¡No!, el cuerpo está limpio.

   Los carnavales e Ituren, los druidas, los gitanos con pezuñas de animal nos rodean prestándonos atención inmediatamente. Serían de Salamanca, lejos, junto a Tamames. Los trenes siempre paran en el andén junto al farol que el señor de la gorra azul marino bambolea al llegar la noche, traen fríos lejanos, océanos sin respuesta, chusma inteligente y alguien más que tose. Hay que mirarles de arriba abajo. Conocerles, saber de ellos. Los rizos rubios, el óvalo de la cara, los dedos finos que empuñan, el respirar lento, las cejas alabeadas al cielo, todos viajeros del momento se dispersan por el pueblo. Pedanías y humos. Toses y lamentos a mi lado.

   Y los listones verticales y asimétricos nos reciben en oración.


 

 


Judimendi a ocho de marzo de dos mil doce








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