El coro de las lejanas olas detrás del principal rozaban apenas las piedras de colores, nácar y miel las más, en un susurro interminable.
Quedan a un lado dudas y disputas,
descuidos y malicias, como ecos de frases precisas ya manidas. Poco ya importa
en esta hora cuando el calor sofocante abandona y un frio húmedo te envuelve en
un escorzo imposible y te avasalla. Rueda impreciso el afán y languidece el
alma, mora en tu interior la desdicha vestida de un instante mostrándose indolente
y vaga.
Entonces precisamente, en ese instante, el
aleteo preciso y poligonal, el dardo a bocajarro, la fatalidad; una polilla se
acerca demasiado a la farola y muere.
Dolor de navajada para luego.
Vitoria a siete de noviembre
de dos mil diecinueve
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