24 mayo 2011

El secreto de la luna


Siglos creyendo que era una hechicera,
una dama blanca perfumada por jacintos que duermen en la noche serena, casquivana provocación capaz de privar de juicio al hombre más recio,
anhelada por amantes tristes que la proclaman en rimas desesperadas,
reclamada por aullidos de lobeznos que duermen
en la espesura verde de la montaña.

Centenares de mujeres, bajo su luz cristalina,
bailan desnudas para que su piel sea como el marfil, blanca,
creyendo que así penetradas harán suyo el magnetismo
que al amante de fuego atraiga.

Pero siempre una pregunta hilvanada con fina seda,
porque la prenda no merece otra hebra, ni muy larga puntada.
¿Qué esconde la luna tras ese semblante de diosa pagana?.
¿Qué oculta en la otra cara que a oscuras y lejos de la vista guarda?.

Pudor y sonrojo, esencia de infante, de niña asustada.
Alma impresionada por los sueños que a la noche mortales humanos lanzan,
dudas sobre el sentido de su giro,
sobre la fuerza con que arrastra aguas saladas,
perplejidad por el influjo con que hace crecer
plantas escuálidas y semillas amargas.

Noche tras noche nos muestra su amplia espalda
que una larga melena de pelo cano ilumina,
recogida a los lados con peinetas de plata,
mientras, estremecida, escucha su nombre
pronunciado mil veces por voces extrañas.

Así ve pasar las horas inquieta,
con la mirada entornada, puesta en el sol,
deseosa de que su deslumbrante luz invisible la haga.
Sólo entonces, se dibuja en su faz una sonrisa amplia,
y nos descubre de frente su otra cara
con ojos dulces de gata y descaradas artes de cortesana.


Silvia Pardes




10 de marzo de 2011

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