18 octubre 2011

El cazador, el nómada, el peregrino

Paráfrasis de Khabíl Gibran
“El loco, el profeta, el vagabundo”








Si te cuentan que al otro lado del río en aquella noche de luna llena, las pisadas sigilosas de los jóvenes entre los árboles frutales y las barbajas, se dirijan a un lugar concreto, no lo creas. En fila de a uno, con la mirada fija en la nuca despejada del anterior, solo seguían al miedo, la emoción y la intriga.
Las zarzamoras herían sus piernas y tal vez algún búho vigilante les perdía la vista tras la casa del cachicán. Una escopeta de plomillos dirigía la cacería según cuentan. 
  Detrás las linternas como luciérnagas miopes daban dentelladas en la oscuridad. Arrumacos de gorriones en lo alto de las moreras, esponjadita su blanca panza.
 Y te digo que, después del metálico sonido,  solo el golpe seco contra el suelo de los pajarillos moribundos paralizaba a los grillos un instante. Colgadas sus cabezas en el cinto, cada uno de ellos se dispersaba por las callejas y corralas.
  Solo “el Mosco” al amanecer permanecía aculado junto a las tapias del “tío Chaqueta” contando mercancías y estrellas, peonzas y titos de alberchigo de los de silbo fácil, y canicones de barro con trozos de pintura sobrevivientes de peleas junto a la iglesia. Porque, el solo,  llevaba en los bolsillos del pantalón de pana más trocitos de historias que cualquier otro mocoso del barrio. “El Mosco” tenía un brazo al revés de una caída mal curada, y dos cicatrices paralelas en la mejilla, y un calorro por padre que le untaba cada día y cada poco sin más. Pocas veces sonreía, y si acaso cuando trepaba por los tapiales arañándose las rodillas se desprendía un cálido fuego de satisfacción y confidencia de sus ojos aceituna, que siempre, te digo, siempre, terminaba por amargar.
  Dicen que partió con su hermano para la casa de otro clan de familiares del Barrio España al otro lado del río. Al irse dejo para “el Bolita” su tirachinas.
  Un día hace tiempo, lunes,  en el mercadillo del Barrio los Pajarillos, sentado sobre un cajón de madera junto a las telas de franela y lino se le vio liar un cigarrillo mientras cantaba entre dientes unas estrofas muy quedo.

“Por tierras negras y extrañas
caminan las penas mías.
Sin saber que cada noche
las maldigo de por vida “

¡Pajaricos!, pajaricos míos,... peregrinos del alma.


Judimendi dieciséis de marzo de dos mil once

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