24 mayo 2012

Azul topacio


   







Con la misma naturalidad que monda un plátano abrió el cuaderno de tapas color naranja y leyó el texto egipcio. Era de Budapest, mejor dicho de un suburbio al este de la ciudad más destartalado, del distrito 28. Kpstwatrs. Parpadeó. Vamos que cerró lentamente los ojos y se quedó dormida. El moño del pelo negro se le ladea cuando tose. Tose incluso la vecina del pelo castaño con ricitos. Musa de noche. Dinosaura, que dice queda al lagarto. La edad y los pueblos. Tu expectativa es desorbitada. Que ilusiones puse bajo las enaguas de tu tía. Casi al tiempo rompo automáticamente el interés.

Soy religiosa sin votos. El organigrama roto de un elenco de niños. El gitano, y la gitana ambulante, tocó esa vez el acordeón. Protagonista de relaciones con peluches en la plaza del reino de las brujas. Porque, la bruja se moja. Y no chirría la historia porque no se inglés.

El árbol de pie con las ramas alejadas entre si dos palmos.

Azul topacio, ¿eres azul topacio?.

El ladrillo moquea.

La protagonista toca el piano en un burdel allá en Tanzania, en una choza donde el recipiente de cobre entre dos palos rojos barbotea un líquido que probablemente no se pueda beber. Las fechas. 1980, pero no 1890. El mono del cráneo paleontológicamente arcaico insiste en precisar 1830 al menos. Y treinta años después de soltera, Laura, saltaras dos líneas métricas y te quedaras exhausta. Ahora calor, mucho calor. Calor de ovillo,de ovario, de ópalo, de jaguar negro con ojos verdes.

Un botón para un descosido. ¡Ay! Ulises, maullando el gato ronronea junto a la abuela.

Medias noches, medias tardes. Te hablo, te comento, que hemos de llegar tarde con el gorrito de color teja y gafas de concha negra. El taburete gira. Te atuso el cogote donde descansa la cofia negra. ¡Ay, el amor!, lo oblicuo, lo lateral, la esencia. Taburete divergente. Limones estrujados. Su abrigo de Pupa. Y voy a dudar porque cuando la conocí entre las brañas y las corredoiras estaba desnuda.

¡Rum!¡Rum!, el animal a lo suyo. Te tomo del brazo, te arranco un trozo y te como, regaliz rojo. La luna tiene que estar llena porque es un bicho de cuidado, sobre todo brillante. Te deposito a mi lado, me lío y te conjuro. Al fin, te encandilo con el rabo entre las piernas. Hay un familiar de cuerpo presente pariente de un señor que me está misteriosamente guiñando un ojo. O los dos. ¡Seguro!. No nos dormiremos. Y al revés, el universo se personaliza a nuestro alrededor cuando el personaje del frío se va a su casa azul de Siberia. Aguas cristalinas.

Y todas en chanclas chapoteando sobre los folios, que asustados huyen despavoridos en vehículos voladores de ocho ruedas.

La pintura neutralizada en su bote de arco iris se vierte sobre Dionisio y se parte de la risa.




Judimendi uno de febrero de dos mil doce

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