27 enero 2013

¿Y si las películas también se pudieran oler?







  En la sesión continua.

  ¡Ay!. La de vaqueros galopando por praderas verdes donde el fondo eran montañas nevadas, y los tiros dejaban tras de sí el humo de la pólvora, y el barro y sudor que yo pude oler.
 Y caminé por las orillas del río y me escondí entre las zarzas avistando indios y al paso comiendo moras.

  ¡Ay! Los musicales donde la rubia susurraba canciones de miel y melocotón.
  Y a oscuras, en el portal del cinco de mi calle enlazo una cintura anónima y me pierdo en sus labios enredado tras los cabellos perfumados de jazmín.

  ¡Ah!  La de espías , en blanco y negro, en donde bajo un asfalto mojado un rostro con sombrero de ala,  suelta muy despacio el humo de un cigarrillo.
 Y en la noche negra nos pasamos la pava apresuradamente mientras la brasa se aviva y apaga en cada chupada, y las gargantas pican y se tose y carraspea después del salivazo al suelo. El tabaco rubio, menudeaba siempre, nos marea.

  ¡Ah!  La de los coches de carrera, acelerones donde los tubos de escape lanzan llamaradas, donde conduces el ocho y siempre te adelanta el cinco para quedar segundo. 
Y tras cruzar el río el olor a gasolina en el poste rojo del Serrano, el único gasolinero tuerto que he conocido, impregna mi pantalón bombacho de pana.

   A las películas las huelo lentamente. ¡Enaguas limpias!, por favor enaguas limpias con olor a manzanas verdes.

  



Judimendi noviembre de dos mil once



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