02 abril 2012

Adiestrador de pulgas y purgador de vidas








Al Niceto le estaban esperando en Pimplateros del Monte desde hace días...
Era el espanto de este bonito pueblo alcarreño desde que ataviado con polainas, mandil y una pañoleta de cuadros verdes y negros apareciese a requerimiento del señor boticario del pueblo cercano de Ventachinches hace años. Al parecer unos rapaces a la salida de la escuela bajaron por la cuesta de La Maruquesa y entre brincos y solaces habían dado cuenta de una bayas rojas de buen ver, seguramente escaramujos, que al amanecer del día domingo San Venero pasados ya seis días y cantando en el coro del párroco Don Fulguencio entre grandes dolores lanzaban gritos destemplados ante la mirada atónita de los feligreses. Martita la hija del manco se rascaba al tiempo por todo su cuerpo, incluso debajo del mandilón. El Venancio, jornalero de Don Sebastiano, había comentado al boticario que Andresillo su mancebo en las tardes llevaba aculado desde hace tres días junto a la noria y con grandes escozores se rascaba greñas y miembros sin compasión alguna.
-¡ Esto ha de ser “la raspa” !-, enfermedad que al parecer conocían los ancianos del pueblo, decía Felisa la partera. Recetoles requesón a cucharadas, dulce de membrillo y tila, mucha tila, ¡”... y en ayunas”!.
Y como el rascar no cediese y el evacuar..., pues tampoco cuando vieron al Niceto con la burra y sus cuatro galgas negras de cuyos huesos acertaban a verse hasta los tuétanos, cruzaron entre sí miradas de realojo y sonrisas chiqueras para sus adentros..
Mandó que los chiquillos se tumbaran en el suelo. Y a la voz de … ¡¡“Morucha”!!, la burra pasó por encima de ellos soltando boñigas y rebuznos a cualquier precio. Silbó agudo en dirección al campanario y las galgas se lanzaron junto a los niños restregándose a modo en ellos y lanzando patadas a un cielo imaginario que solamente ellas veían, que debía ser muy negro por su ahínco y desesperación.
Hizo su efecto, al par que la burra, al parecer por simpatía, desembalaron su vegetal mercancía entre ventosidades acompasadas para solaz de todo el pueblo. Cuando las galgas se levantaron pegaban tantos brincos y en tal medida que hasta las copas de las acacias subían casi sin impulsarse mientras los piojos iban aferrados a sus orejas como en un rodeo desenfrenado.
Tenia que estar a llegar el Niceto y ya tardaba. La esposa del alcalde tenía los males y no había otra solución, o la burra y las galgas o el morlaco que llevaba dentro podía desintegrarla. Todos los pimplateros estaban esperando. Era la fiesta, era la repanocha, era.... Niceto el de Ventachinches adiestrador de pulgas y purgador de vidas el que debía venir.



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