22 septiembre 2011

Encuentros con el viento



Ni solicito ni espero llevar al lector a mi bando en este desenredo que me dispongo a escribir si no es desde su convicción, soy un hombre tendente a la reflexión y la meditación, de otra parte común en todas las personas, y me complace compartir el presente caso, si encuentro valor suficiente para divulgarlo.
Esta lectura va enfocada a los que sobrepasan los 55 años, pero si me preguntáis la causa de la elección de este dígito, no tengo respuesta, me ha surgido sin reflexión.
Cincuenta y cinco es el número atómico del cesio, es el código internacional de Brasil, es el año que nació el filósofo griego Epícteto, el año que Claudio es asesinado por Nerón, a partir de los 55 ya puedes viajar con la entidad bancaria, ser otra vez estudiante....... puedes empezar si es tu deseo a ser mayor, sí, he dicho deseo.
Acabo de coronar la alta cima de un monte, sin denuedo no se consigue, me encuentro fatigado y relajado, contemplando mi feudo paisajistico, dueño de mi mismo, con los sentidos agudamente vivos, despiertos, latentes, al acecho de sensaciones, no hay interferencias, hubiera pasado un buen día a no ser que en ese irrepetible instante de encontrada soledad, de paz, de “montasmo”, el viento me aborda con una pregunta irrefrenable, y como el colono temporal de la cima le hace caso omiso, una ráfaga tan impetuosa que estuvo a punto de levantarme del suelo solicita mi atención y me clama respuesta, no me deja en libertad de discutir, lucho por racionalizar la nerviosidad que me domina.
La primera vez que me sucedió, traté de convencerme que mucho sino todo lo que sentía, era causado por la influencia de mi imaginación, pero no es la primera vez que me acontece este suceso, es como si escuchara un sonido quimérico, pero aseguro que si no le doy contestación seguirá con infinita insistencia, pues el viento retiene y viaja con todas las preguntas sin repuesta, las de todos, y solo te deja adueñarte de ella si la contestas y como el encuentro entre ambos por obvio es ineludible, en el momento más inoportuno me venteará de nuevo la pregunta.
Doy por establecido que en ningún momento lo imaginario afecta a mi intelecto, actualmente bien nutrido de filosofía y humanismo, quiero manifestar que las sombras no me atemorizan.
Entre esta contienda, entre sentimiento e imaginario, con el compromiso de neutralidad, sin menosprecio ni sobrestima, he decidido direccionar mis neuronas a la búsqueda de una respuesta a la pregunta por el viento formulada.
Como disciplina de trabajo y para sumergirme en el agitado mar de ideas, solicito licencia para definir como adulto tardío a quien sobrepasa los 55 años, pues me rebotan las palabras mayor, anciano, viejo y senil.
La Real Academia define a “mayor” como Persona entrada en años, de edad avanzada , “anciano” lo define como Persona de mucha edad. Estará de acuerdo conmigo – o sin mí - el lector o lectora, que con cualquier cifra de dos dígitos el significado también sería impreciso.
Ante esta inexactitud, me debato en una pelea titánica por tratar de recordar, de encontrar, un vestigio, un indicio que sea capaz de darme el destello temporal del momento que invades la zona de edad avanzada, del instante de mucha edad.
En la ansiosa persecución de este objetivo, he realizado alguna reflexión y planeado estrategias, una la exterior, la parte física, la que veis todos menos yo, he interrogado a mis amigos - a los de más edad por su experiencia y a los de menos edad por su diferencia - si me ven mayor, y en caso de respuesta afirmativa, les suplico con humildad me indiquen a partir de cuando fue esa percepción, siempre me responden por igual, sin palabras, con mímica, utilizando gestos de ignorancia y de extrañeza, como si esta demanda fuera el primer síntoma dudoso de un mayor.
Confieso que todas las mañanas despierto con alegría juvenil e impaciencia, y sin ninguna lentitud, guiado por la diaria y repetitiva matinal secuencia del aseo, me dejo atraer por el espejo esperando hallar la solución, me examino con esperanza, me analizo minuciosamente, y con el mismo interés que el buscador de diamantes aguarda un destello de luz en el cúbico carbono, trato de encontrar un rasgo diferente entre yo – el recién despertado - y el personaje del espejo, para hallar el resurgir de una arruga más, otra cana, una mueca senil, un pómulo caído, otro lentigo en la piel, pero diariamente descubro que el personaje del espejo es mi exacta réplica, soy idéntico.
Por esta vía no hay solución para mi enigma, y he empezado a plantearme la conveniente hipótesis de que no me he hecho mayor, aún no se ha iniciado la mutación.
El brevísimo instante de este cambio - el de pasar a ser mayor - sé que nunca lo encontraré, el tiempo se mide en años, meses, semanas, días, minutos, segundos, centésimas, milésimas ...... y en una de estas micro divisiones temporales, si se realiza la “mutación”, la de pasar a ser mayor, el impactado no la percibe, pues puede que experimente un escalofrío, un hipo, un tic, un temblor, un estornudo, que confundirá con cualquier otra sensación y en mi defensa quiero alegar, que no es que no ponga atención en ese preciso instante del imaginario impacto, pero puedo estar ensimismado descodificando el mensaje de una mirada, interpretando una frase encantadora, siguiendo el balanceo de la hierba bajo la batuta del viento, seducido bajo los efluvios de un vino.... y entonces la sensación de la percepción del cambio – si se produce - me pasará desapercibida o puede que la sensación sea inexistente, y de nuevo me planteo la conveniente hipótesis de que no ha llegado el momento de ser mayor.
En aplicación de nuestras enseñanzas, puede que el cambio sea químico, el núcleo de una célula cambia, una neurona retira su axón o dendrita y no conecta, desciende el número de sinapsis, pero por esa causa cualquiera puede ser mayor, - incluso una joven lectora - y para salir de la duda, se requeriría un examen médico que la sanidad no estaría dispuesta a realizar, la demanda se generalizaría, toda persona desearía averiguar si está inficionada, un coste demasiado elevado para diagnosticar esta nueva anormalidad dañosa.
El lector o lectora ocurrente estará pensando en la discutible comparativa fotográfica, pero es una alarma por completo inmotivada, pues un meditador que se considere, como es el caso, ya se lo ha planteado y la turbación es mayor.
He tomado fotos de 10 años atrás, y reparo - aunque me cuesta - que hay diferencias, menos arrugas, mas pelo, menos canas, sin gafas.
Por concluir este repaso fotográfico, si invertimos el giro de la búsqueda y vemos fotos en ciclos de 5 años desde la infancia, la auténtica verdad es que los cambios físicos no se detienen, nos hacemos mayores día a día desde que iniciamos la andadura vital.
Persisto en no encontrar elementos convincentes y me conviene en este momento avivar la hipótesis de que ser mayor pueda ser imaginario.
Podría aceptar la posibilidad que en las personas de más edad, la toma de conciencia de la senilidad empezara a surgir en forma cada vez más real a través de cambios físicos (calvicie, canicie, arrugas...) pero vivimos otros tiempos, y en el presente, hay treinteañeros con canas, calvos o pelados y hasta la arruga es bella.
Lo he intentado, el lector o lectora es testigo, pero no puedo enlazar edad con mayor, tampoco nadie actúa en contra de sus razonamientos y todo depende de uno mismo, hemos aprendido que la edad deteriora las células, al espíritu solo lo menoscaba su poseedor, por contra para hacerse mayor, mayor, solo hay que querer o dejarse de querer.
Eres mayor cuando todos los días son iguales, pasas al estadio vitalicio de edad avanzada si tu agenda está en blanco, la mutación se inicia cuando solo vives pensando en los ayeres.
Me veo obligado a incurrir en la satisfactoria conclusión de que no eres mayor cuando tratas de renovarte cada día que comienza, cuando tienes tu agenda con proyectos y obligaciones para cumplir mañana, pasado ...., cuando haces que cada día sea único.
Bajo el influjo de un bello amanecer inicio una nueva escalada cimera, la mochila portea las reflexiones, la cámara de fotos los recuerdos, los bastones como necesario apoyo, en la llanura retazos de niebla permanecen aún cosidos a la tierra, la fatiga del andante aumenta con el tiempo pero hay que continuar, en la cima llueve y reina un fuerte ventarrón con bruscos cambios de dirección, la roca gime herida por el viento, en este preciso instante me propongo saldar mi deuda con el viento o con mi imaginación – no estoy seguro – y darle respuesta a que es SER MAYOR.
Libero mis pensamientos y con un sentimiento de sofoco venteo mis reflexiones.
En la angustiosa espera de percibir un indicio, una señal de conformidad o desacuerdo, siento el azote provocativo de una gélida ventisca, a la que en un acto reflejo le planto cara en actitud desafiante, seguro de mí mismo, y en este dual y desigual enfrentamiento, percibo que el viento varía su cadencia, y bajo un matiz de duda creo advertir en mi oído, como ocultas en un susurro, sueltas e inconexas palabras, que una vez desolladas y ordenadas, enuncian: “El sentimiento de ser mayor es inequívoco, pero la libertad de serlo cuando uno quiera es personal”.
La lluvia cesa, la ventisca amaina con lentitud y va mudándose a una brisa apacible, cálida, envolvente, que como si de un hechizo se tratara, atempera mi nerviosidad y me inunda en una tranquila y ansiada paz.


Pedro Moreno



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