Estaba cansado como lo que soy y más después de la pelea que habíamos tenido con la banda de Blanquito.
Le dije a Wisqui - hoy de subir corriendo, nada de nada. En el ascensor como Carlitos -. Faltaría más.
Purita me está reprendiendo. Lógico. Pero mira..., le decía.
Él me guiñó el ojo varias veces, sostenía un bultazo enorme y con el pie sujetaba la puerta del ascensor invitándome a subir. Y entré, vaya si entré. Queriendo. ¡Eh!. Queriendo, te digo Purita, que la ocasión la pintan calva y estaba cansado.
La que se armó. Porque justo al cerrarse la puerta, - Yo Purita en un rincón, te lo repito -, llegó corriendo la del segundo, me espabiló el hocico y comenzó a canearse con “el probe”. ¡Qué palabrerío!
Al pararse el ascensor en el primero se me doblaron las patas, Purita, de miedo.
Él se bajó, rojo como los zapatos de Marisol, y algo dijo que no entendí y que parecía ser una disculpa.
- Y tú fuera -, dijo. Y subí a cuatro patas brincando de contento y sin cansancio hasta ti ... ¡Purita mía!.
El lacito quedó en el ascensor, a mi entender perdido, a inventario, por dar fe de lo ocurrido.
Para mí que esto no es más que el principio de un desencuentro en la Comunidad.
-Sigue, sigue, si yo te escucho. ¿Dónde estará Martita?
En Judimendi por la tarde en diciembre del dos mil ocho.
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