16 diciembre 2012

Al Olenchero




                                                         









    Idea, ilusión, personaje mitológico, amigo:

  Ayer supe de ti y mientras me relataban tu historia disfrute, entre sueños y cansancio, perdiendo muchas partes de ella mientras mí mente discurría por vericuetos y callejas del pasado a velocidad desconocida para mí, ahora que pesan tanto las ancas y las ganas.
  Y me he atrevido a pedirte a ti, que traes comedias y cometas, que eres cumplidor y poco galiparlo, un deseo que labra mi nostalgia en melancolías en estas fechas de adviento y festividad, un mandado.
  Busca en la prendería aquella americana de cuadros blancos y negros cruzados por la hebra plateada, que prestada, como un guante me abrigó cortos diez días de invierno allá por los tiempos del comedio, de la ingenuidad y la franqueza. Y préstamela solo un inocente rato si la encuentras, porque he de sentir, te lo aseguro, el calor de una amistad muy tierna aún dentro de ella. Prometo devolvértela sin entiznar, limpia de añublo, pero eso si, un poco más acariciada.


  


          Vitoria dieciocho de diciembre de dos mil once



08 diciembre 2012

Y del palo de plástico blanco sobresalía un corazón...




 

 

 
 
 
 
 
  Y del palo de plástico blanco sobresalía un corazón rosa de caramelo. Era una etapa de golosinas, un timo dulce que distraída succionas, ¿o será, chupas? No se habían conocido desde Noé. La bruja del sentimiento nos sedujo de marrón. Dos hermosos bueyes atraviesan el trapo y pasan al otro lado de la cabeza verde. Eran sapos y palabrotas. ¿Qué miras tú?, reflejo mío de la calle o proyecto de rayas horizontales.

  Y la voz cavernosa nos dio un ¡hola! El prospecto del caramelo a medio consumir espera al final de la mesa su próximo y certero destino. La vaca encorsetada tiene fama de reinona verde. Las costras. La mitad de los fluorescentes permanecen aculados, los demás procuramos ensimismarnos como Paramio.

  Soy enteramente positivo, posible y probable. No sé ni lo que me dices. Oronda planicie donde cabalgas a caballo rocinante para responder que las sábanas son para ordenarse en el portátil del ejemplo.

  Y llegamos al principio de los textos escritos a mano, con letra menuda, con garabatos y frases que nos muestran ejercicios nuestros. Te voy a mejorar electo dato evolutivo. Te lo voy a contar para que lo sepas. Fátima, la mujer rural y pobre en brazos de la cabra y la ignominia. Te rasgo el velo delante del que manda. Dos tableros en la esquina se esfuerzan por no caer al suelo. La varonía, el varón y siete hijas acostadas en el pupitre largo de la plaza. Los armarios cerrados. Él trabaja. Todo con maldad. El papel del poder convertido en el protagonista de la historia. En París ha dormido el mástil que ha mutilado pretéritamente en la coincidencia al nacer lejos y cerca. Te voy a condicionar y a concienciar. Llegaran los vándalos. En el pecho un rombo gris oscuro sobre una cruz de San Andrés. Me vino. El sabor lejano amarga. La nieve nos viene de pronto y los copos como plumas que terminan por deshacerse en el asfalto danzan alrededor de nuestras cabezas inmóviles. En esta rapidez estamos desde entonces entre sueños invisibles. Me caigo incluso yo y me asusto. ¿Rebotaré en el aire? A quién le importa. En el gimnasio el mundo acaba en la lima horizontal verde de la pared de enfrente donde golpean los balones pesados y crueles. Todos te damos nuestra pastilla de fiesta. Lo oscuro, lo negro, lo no pretendido, lo inexistente. Soy el chocolate sin envolver. El gorrito al revés, negro, probablemente se derrita antes del fin del día. Las enaguas blancas acarician tus rodillas. Hueles a lavanda. ¡Hembra joven! Penas profundas. Años y odios, años de lecturas rápidas.

 


 

                     Judimendi a quince de febrero de dos mil doce
 
 
 
 

29 noviembre 2012

Un billetito


  













   Marian, se que te hice daño ayer en el recreo cuando te tiré de la coleta. Luego me arrepentí. Acude al estanque de la Plaza de San Andrés mañana después de clase, pues no sé que hacer con el lazo rojo que quedó sin querer en mi mano.

                           Antoñito






22 noviembre 2012

Veinte poemas de amor y una canción desesperada


















Poema 6


Te recuerdo como eras en el último otoño.
Eras la boina gris y el corazón en calma.
En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo
Y las hojas caían en el agua de tu alma.
Apegada a mis brazos como una enredadera.
las hojas recogían tu voz lenta y en calma.
Hoguera de estupor en que mi sed ardía.
Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.
Siento viajar tus ojos y es distante el otoño:
boina gris, voz de pájaro y corazón de casa
hacia donde emigraban mis profundos anhelos
y caían mis besos alegres como brasas.
Cielo desde un navío. Campo desde los cerros.
Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma!
Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.
Hojas secas de otoño giraban en tu alma.



09 noviembre 2012

La huerta del Tío Chaqueta


 











   Me dices que todo cuanto tiene nombre existe, porque lo dicen, y tú amiga, me das el queo sin pausa, la pauta, la medida, el pie seguro donde el milagro celebra el festín de la tarde. Y así, con la sencillez de la palma de la mano abierta, dejo correr como piedra loca la imaginación para que se bañen sirenas y corran centauros por las líneas del cuaderno al instante.

   Donde la calle horizontal cruza con la última hilera de casas molineras apenas se sostiene una tapia baja de adobe. Allí entre sus huecos, se aprecian finas telarañas y pedazos de chapa deformada en los que si se presta atención puede leerse una marca de aceite. La coronan los cristales verdes de botella de gaseosa que como dientes cortantes nos esperan a nosotros, los desheredados, la chiquillería del barrio.
   Y pasadas las nueve, cuando comienza a cerrarse el día, se nos tiene permitido arriesgar de nuevo nuestros zurcidos pantalones y saltar el obstáculo, con arañazos de sangre y miedos contenidos, a la Huerta del Tío Chaqueta, para dar el palo.
   “El Judas” y “el Pecas” fueron engullidos los primeros por los huinos que recién salidos de la poza negra de pecina y olor pestilente nos estaban esperando con sus largas zarpas elevadas hacia el tapial. Entre ruidos de zarzas y chillidos a ambos lados se produjo la confusión, unos corriendo hacia los ciruelos, otros se perdieron por las oscuras calles paralelas. Y sin apenas resuello, asustados y temerosos, cada uno como pudo enfiló a su casa a resguardarse.

   Al día siguiente, después que se supiese de la muerte del “Judas” y “el Pecas”, los pocos que pasaron la noche escondidos en distintos rincones de la huerta sin moverse, dijeron haber oído a los huinos rebramar, que así era como se comunicaban estos, durante toda la noche.

  Se simplifican los textos, las palabras en suspenso apenas abarcan en el horizonte de los tiempos todo su crucial significado, las sensaciones colocadas en el álbum del recuerdo suelen difuminarse, y mira, tal vez incluso te permito suponer que la duda nos asalte cómplice en ocasiones cuando los hechos insignificantes ahora, tuvieron tanta relevancia entonces. Por ello hoy, si al pulsar el interruptor del ascensor en el portal, percibes como el aire apenas inicia un inusual movimiento a tu lado, detente y deja hacer no sea que se despierte el huino que nos acompaña desde entonces, te digo, siempre.









Judimendi diciembre de 2011




29 octubre 2012

La Señora Renoir en el jardín


  





   Desde el fondo del parque aquella tarde luminosa del mes de junio tropecé con tu mirada. Se percataron al instante nuestros cuerpos y ese tiempo breve escogió colores y brisas para siempre. Fueron todas las tardes programadas a brochazos largos y firmes en tu falda, finos y precisos en tu tranquilo rostro. Se depositaron recuerdos a tu alrededor sin llegar nunca a sentarse a tu lado. ¿O tal vez sí?.

   Fuiste sola en el lateral del banco de madera.

   ¿Sujetaste mi cuerpo entre tus cálidas manos, meciéndome lentamente alguna vez, mientras soñabas?. En tu quietud, ¿tal vez, un pensamiento?.

   Para dormir la tarde acaricio tu espacio único y medido. Danzaron veladas y valses, acompasaron sinfonías románticas entre los bucles de tu pelo rubio. Palabras galantes, cuchicheos y risas nerviosas, requiebros y … dulcemente un beso.

   He retrocedido doce años para volver a verte en el mismo jardín y … sencillamente, no estabas. Ni trinos, ni la brisa constante, ni cielo, solo el recuerdo, la idea, la percepción, el presentimiento, para soñar despierto, para vivir.

   El hueco, el alma, el corazón tras las líneas en el jardín pequeño donde la postal te llama y enciende tu cuerpo. Bajo el sombrero negro donde siempre descansan sonrisas y versos, que reconoces y llamas cuando estas solo con tu silencio.

   Para trazar vientos y vivir sueños, y respirar sin aliento, para vestir y mudar almas en cada intento, desde el fondo del parque, hoy la describo y contemplo














Judimendi el veintinueve de febrero de dos mil doce

16 octubre 2012

Claudia


    









  Cuando la espada endeble garabatea el espacio a la velocidad del relámpago ella hace acto de presencia.

   Se sienta a mi lado y ajena al espadachín, desenfunda su bolígrafo rosa y comienza a escribir. Ensimismada, permanece atenta y precisa a su tarea, ausente en nuestra presencia, lejana, inaccesible.

   ¿Qué interioriza?

   Sus dedos acarician, largos y diminutos a un tiempo, y son correspondidos.

  El tumulto, la poesía, el código amargo de la reunión, el verso, los chillidos en los pasillos, el beso alado y sublime a la amada joven, el portazo, entablan pelea estallan a nuestro alrededor y nos confunde. Ella lejana siempre a estas horas. Podría ser mi amada durante años o un instante, y sin embargo es tanta la distancia entre nosotros, que se cruzan miradas y verbos sin encontrase en el espacio. Los colores inundan la estancia. Las tres lámparas iluminan su rostro. Los aros que penden en el lóbulo de su oreja son negros y apenas cuatro lazos de pelo se escapan para cubrirles. Inocentes juguetean a su alrededor. Romántica. Cuando se ríe se lee inocencia, refleja juventud en su rostro.

   Y la monótona palabra en vez de calmar, como latigazo sacude y enerva mi ánimo hasta el aburrimiento. Los niños buenos con olor a Nenuco. ¡No! Con olor a heno permanecen prisioneros y cambiantes.

   Ella atiende, segadora ruborizada, persigue la huella de la inspiración tras las láminas, que diseminadas en el tablero largo descansan acabadas por hoy.













Judimendi el veintinueve de febrero de dos mil dos

07 octubre 2012

La vida


   










Aprender a creer, creer. Se disuelve, descreer, porque el péndulo siempre termina inexorablemente alguna vez, siempre te digo, al inicio, al ser.




Vestida de manola, de negro con unos bordados con azabache en el pelo y un ramito de flores blancas, de azahar, sonriendo a la cámara divertida y a su lado él, con el traje de anchas solapas con raya y brillantina en el pelo liso hacia atrás.

Copiado del sepia, desenfocado el paisaje urbano, y al proceder estar.



Habitáculo de un primer piso con escalera en caracol de madera lijada con asperón y arpillera. Un lecho con lienzos de lino, bodoques y taladros interminables, oliendo a limón o tal vez a membrillos de septiembre. Una mesa color caoba de chapa labrada y cuatro sillas con respaldo de mimbre. En el balcón, la persiana verde a media altura. Enfrente una casa con paredes color café con leche.

Sentido después de una tarde de toros.

Y al nacer …, sigue.



Los santos óleos apartando la camisola de lazitos azules, pellizcando el pulgar, junto al pecho cálido. Y por la comisura del alma comienzos de rimas, y entre los sentidos apilados se escapan las letras, se desleen, se disipan, se van, creyéndose.



Y finalmente, el no ser.




Apalabrada la distancia justa para poder ver. Unos adioses, tal vez, y después la nada, el péndulo quieto












Judimendi uno de febrero de dos mil dos

30 septiembre 2012

Los interrogantes















   Y continuaron por el largo pasillo fuera de la estancia difuminándose en las sombras dejando cada punto clavado con chinchetas de colores en las paredes.

   El dragón celestial con chincheta roja y mirada suplicante. La mirada silenciosa de Naoko tras el biombo de papel, precisa amante, con su chincheta fucsia. Tal vez ella quiera acompañarme al campo de las flores donde abunda el tomillo y dormita Titania en su pérgola cubierta de abundante madreselva. La chincheta amarilla sujeta el bambú, caña de pescar de lombriz traviesa y curiosa en donde me encuentro por ver a Margarita sentada en su piano acompañada de Mintelo interpretando un nocturno.

   Al doblar el pasillo más allá de la luz el señor Stein movió mis hilos forzándome a bailar antes de clavarme sin compasión , cruelmente, con la chincheta verde, sin esperanza alguna de movimiento racional ni siquiera de risa.

   Al final el sentimiento y la duda, el destierro y la razón son clavados por doquier.

   Junto al letrero Biblioteca clava la imaginación con una chincheta de color rosa y la mochila de Mariam donde nadie jamás se atrevería a penetrar.

   Llueve al fin, y permanece todavía el libro cerrado.

   Dice quedo el diario, esto es lo que hago cada día desde que vivo agarrado a la casa encantada detrás de la puerta azul en donde suenan canciones y nanas mientras tirito pensando en Salomé a la que quiero en silencio aunque me queme el corazón febrilmente.

   Y la chincheta blanca al caer al suelo sin cumplir su cometido me importa poco, bueno quizás un poco tal vez, al verla rodar escaleras abajo hacia la salida.

   En este punto que más da si se duermen los cuentos cansados de la tarde.









Judimendi veinticinco de enero de dos mil doce

18 septiembre 2012

La jirafa


    









  ¡Claudia!, ¡Claudia!, ¡Claudia!, me llamó desde el salón. Así me gustaba desde que le conocí, porque en su boca mi nombre sonaba distinto. Mi autoestima crecía en ese instante.

  ¿Si?. El leía el periódico y me señalaba con el índice como distraído el teléfono. ¿Qué?. -   ¡El teléfono!, parpadea el teléfono- , dijo.

  Era un teléfono rococó, una jirafa en bronce con la ruedecita en el lomo. Sus ojos parpadean al recibir una llamada. Regalo de su tía Petra.

  ¡Ah!, ya lo cojo.

-¿Diga?.

  Era Jazztel que me inició una conversación irracional sobre una linea abierta a precio fijo...

-Perdone Jazztel salgo en este instante y no puedo atenderle. Mentí. La voz varonil con apenas un susurro se disculpó amablemente.

  Volví al estudio. Pasados unos minutos

  ¡Claudia!, ¡Claudia!, ¡Claudia!, era su voz. Volé, dejé los ficheros, dejé todo y acudí a su llamada hechicera.

  ¡Eh!, ¡Eh!, y de nuevo pero esta vez con el pulgar como quien a vencido en no se cual competición me señaló la jirafa.

  ¡Ah!, ¡Si!.

  ¿Diga? Era Jazztel quien apenas al oír mi voz disculpándose precipitadamente colgó.

  -Era Jazztel …

  Las gafas de concha negra creo que las depositó en la mesilla de color caoba cuando al salir dando un portazo masculló.

  -Hoy Jazztel, mañana Ramón, ¿Y pasado?. ¿Pasado quién?.

  Desde aquel día nunca, jamás, he sacudido el polvo de la horrorosa jirafa que nos había regalado su tía Petra.









Judimendi veintiséis de noviembre de dos mil once

03 septiembre 2012

Todo no está escrito













  La casita pretendía ser el hogar materno. Tenía siete pisos y una azotea que nunca nadie pisó. En cada piso había una habitación pintada de distintos colores. La planta baja era comunitaria. Allí pasaban casi todo el día los hermanitos, los papas y rara ver la abuelita. Estaba pintada de amarillo. Para acceder a los pisos habían construido una escalera de madera en el jardín. En la primera planta tenían el dormitorio los papas. Solo había una cama grande de matrimonio, una mesa con una lámpara y un arcón. En la segunda planta tenía su camita Camila, la benjamina de la casa. En la tercera planta rampaba Florita, la única niña rubia. Encima estaba la habitación de Caperucita que además de la camita tenía un perchero donde colgar la capa y una pared pintada de rojo. En la quinta Pedrito chutaba con una balón a una portería pintada de negro en la pared. En la sexta Albertito el pequeño de los niños que aún tozudamente a los nueve años se empeñaba en dormir en su cuna azul. Y en la última planta la abuelita Monse que siempre estaba acostada por unas dolencias que nunca nadie supo de qué. Su ventana, por cierto siempre estaba abierta.

   Un buen día mama llamó por la ventana a Caperucita y gritando dijo : -Baja que tienes preparada ya la cena de la abuelita. Todos se asomaron a sus ventanas al oír la demanda de mama. Bajó Caperucita y pasando por la habitación de Florita vio algo raro. Florita tenía los bolsos de la bata llenos de algo pues le abultaban mucho. Prosiguió escaleras abajo.

   -Aquí esta la sopa, aquí la tortilla y aquí tapada con una servilleta una manzana, dijo la mama. Agua tiene ya la abuelita. Sube despacio.

   Al pasar por la habitación de Camila esta se bebió la sopa de un sorbito. Al pasar por la habitación de Florita esta masticaba a dos carrillos algo que Caperucita no pudo saber el qué. Dejó la manzana en su cuarto Caperucita. Y Pedrito y Albertito en un plis plas acabaron con la tortilla de la abuelita.

   Presta Caperucita dispuso unos frutos, que colgaban de la copa del árbol que llegaba hasta la altura de la habitación de la abuelita, debajo del mantelillo.

   Cenó la abuelita de esos frutos rojos brillantes y jugosos, y dicen que desde esa noche todo era cantar y cantar de la abuela hasta las siete de la mañana e incluso hasta el mediodía algunas veces. Y reír, mucho reír por la tarde hasta que volvía papa de recoger el ganado. Y si tardaba en subirle la cena incluso llegó a jurar a grito pelado.

   Ahora que me llevan al colegio, interna, de la ciudad, ¿qué va a ser de ella?. Las bayas rojas, ¿quién las dispondrá en la bandeja?. Una niña de mi cole dice que su abuelita es drogadicta. Cuando le he preguntado qué era una drogadicta, me ha dicho que canta, ríe y jura a según que horas del día. ¡Ah, ahora caigo, ha dicho Caperucita, a la abuelita le pesaba demasiado el misterio de la azotea. Y a otra cosa mariposa desde entonces.





Vitoria veintidós de febrero de dos mil doce

27 agosto 2012

La pesadilla




  Cuando aparqué el automóvil al caer la tarde las primeras estrellas habían comenzado a brillar, las más jóvenes me contemplaban curiosas. Entre las chimeneas el horizonte aún me brindaba una pequeña luminosidad. El relente hizo que me abrigara con el cuello de la americana. Estaba junto a la entrada de la bodega entre cardos y un banco de madera viejo de mil soles que aguardaba apoyado en la chabola de adobe tiempos de tertulia y conversación.

  Salió Juan Pedro “el joyas”.

-No me lo explico, de veras, todo ha sido muy rápido y extraño-. Le titilaban los ojos.

  Nos abrazamos antes de entrar.

  Recostado en el primer vano de la empinada escalera estaba Ledo “el fanta”. Sus ojos muy abiertos buscaba la luz amarillenta de la bombilla inútilmente. Una barra de hierro le atravesaba la garganta como el alfiler a una corbata. Reparé que en la mano asía una cartera de cuero negra en el que destacaba el escudo de su club de golf.

-No pude quitársela-, dijo Pablo “el moli” que acababa de subir.

  Le puse en el rostro un pañuelo de lunares blancos que apenas lograba taparle por entero la cabeza y saltando por encima del cuerpo inerte continué bajando hacia el interior de la bodega.

  En la esquina de la mesa de roble alargada que hay junto al tino del vinagre sentado en una silla, Tello “el culatas” escribía en un folio.

- ¿A cuanto tocamos?, dijo. Y a continuación subió sin más bodega arriba. Fue lo último antes del ruido. Es como si … hubiesen primero arrastrado cadenas y luego el chirrido de la puerta metálica de la entrada, me explicaba al punto Juan Pedro “el joyas”.

  Tello “el culatas” de un trago se bebió un campano de clarete como si tal cosa, se caló las lentes y leyó despacio :

-Primero. Ledo “el fanta” está muerto desde las nueve de esta noche.

-Segundo. Los presentes no le oyeron pedir auxilio. Solamente unos ruidos y la puerta metálica al cerrarse.

-Tercero. La cartera de los dineros permanece agarrada tras horas después en su mano.

-Cuarto....

-Bueno , aquí está la cartera. He logrado quitársela. Y nos la mostraba Pablo “el moli” desde la escalera.

  Tello “el culatas” la abrió. Mojó el pulgar en la comisura de los labios y contó los billetes.

-¿Tocábamos a quince euros?. ¿No?. Y se los dio a Juan Pedro “el joyas”.

-Ahora ya está todo bien, dijo desde el fondo Bernardo “el moreno” echando un leño al fuego que levanto pavesas y humo.

-Toma pónsela de nuevo en la mano. Y continuó leyendo.

-Cuarto....

  La cabeza me comenzó a dar vueltas , apenas escuchaba como Tello “el culatas” seguía leyendo entre trago y trago lo sucedido. El sopor y un sudor frío al tiempo me iban despachando la consciencia.



  Sonó el despertador a las seis de la mañana de un lunes del mes de noviembre. Mientras me afeitaba traté de acordarme de lo soñado y al no lograrlo solicité inmediatamente al enano buscara en la estantería de los sueños algo para poder contar en el café de las diez y cuarto a Vicente “el plumas”.









Judimendi diecinueve de octubre de dos mil once

16 agosto 2012

Vuelvo a encontrarme con un nombre…

















 Vuelvo a encontrarme con un nombre que resbala como siempre años atrás. Esta vez heroína de cuadernos de doble raya de caligrafía. Los nombres se apilan, persisten en amontonarse atropelladamente. Aireo las páginas y sigo leyendo grafías sin método.

   Los perros inteligentes cruzan las aldeas para encaramarse en sus tapias. Son orgullosos, de perfil bajo, diría el sabio.

   El lapicero no pinta esta vez. ¡Ah! Llegó la musa.

   La carpeta es verde y entre la neblina apenas se divisa, ¡pero es verde! Y lleva cosas inconfesables dentro. La judía y el bandido bailan tremendamente en el camino. Se tambalean, dudan, se comparten. Las ideas en francés, mejor. Diálogos que confieso se me escapan. Verdi en Rigoletto, diálogo ajeno con la soprano Craiochwca mientras pasea por un lugar alejado de la campiña francesa, lejos del banco giratorio donde el sol aparca algún rayo cálido en la estación, verano tal vez, de las alergias y los versos.

   De verde, en varios tonos, son los lomos del libro.

   Cuelgan estrellas en ambos lados junto a los hombros. Garabatos en blanco. El tiempo y la confesión repetida sucesivamente coindicen y se abrazan en algún lugar. Han de robarse los amigos para defenderlos con uñas y dientes. Con faca afilada.

   Mientras rueda la vida vivaz se nos enternece la niña del gorro turbado entre hurras y copas. Se desnuda, se acuesta plácidamente, nos aborta entre carcajadas y sale corriendo.

   Retrocedamos y entre todos proveamos que tipo de locura ocurre a menudo entre el mundo de los enfermos mentales al lavarles la cara. ¡No!, el cuerpo está limpio.

   Los carnavales e Ituren, los druidas, los gitanos con pezuñas de animal nos rodean prestándonos atención inmediatamente. Serían de Salamanca, lejos, junto a Tamames. Los trenes siempre paran en el andén junto al farol que el señor de la gorra azul marino bambolea al llegar la noche, traen fríos lejanos, océanos sin respuesta, chusma inteligente y alguien más que tose. Hay que mirarles de arriba abajo. Conocerles, saber de ellos. Los rizos rubios, el óvalo de la cara, los dedos finos que empuñan, el respirar lento, las cejas alabeadas al cielo, todos viajeros del momento se dispersan por el pueblo. Pedanías y humos. Toses y lamentos a mi lado.

   Y los listones verticales y asimétricos nos reciben en oración.


 

 


Judimendi a ocho de marzo de dos mil doce








07 agosto 2012

Centón de los todos


 












  Allí estaba el color, el azul precisamente, tras las enaguas elevadas por la brisa. Intensamente vivida, la vida joven apenas pudo seguirla. Y casi lloro, pero te interrumpo.

  Tu historia suele doler a los transeúntes asépticos y percibo el choque de la calle en la boca ronca del africano. Y los rizos hablan, y tras el morado se cisca en el efebo, desde Cuba, el cubano se ensaya, se desaliña, pelo ensortijado. Aparca la novela hasta el final del trayecto. Miserable y rácana la luz se baña tras las cortinillas del carruaje. Hablaremos deprisa, dejaremos el hortera flequillo.

  Coqueta, se levanta y se desviste. Paticorta, saltando en el paso cebra con la bufanda entre las piernas.

  Piramidón, aparta la noche, has de morir joven. Se va y no te espera el alma, se va tras el cuadro de la pared de enfrente. Era una palabra ausente en el manicomio de la postal navideña. Brillaban las obsesiones, se reflejaban en la espalda de la tarde. Mujeres y motores. Se lava la cara al amanecer mientras se contraen los panes en el horno. No se puede ser feliz así. Solo hay que volar.

   El dinero perdido en Kilifi. Fueron corteses los nativos con nosotros, nos dejaron emitir mensajes.

   El espacio forzosamente lo llenaba un perrito blanco. Un perro amigo. Juntas ahora las manos manteniendo el mentón hacia el cielo. Te observo, te reservo, te leo, te compongo en el marco fantástico del armario de pino blanco. Bullía el pueblo de los jilgueros. Piso arriba, piso abajo. ¡Oh! Es un castillo. Un pensamiento. El ejército desfila detrás del duelo. Se ha suicidado para siempre. Veamos. ¿El genitivo, o el imperativo?.

Las olas nos van a mojar los pies grandes en cualquier momento. Te voy a controlar a partir de ahora para vaciar lo que llevas dentro, ¡alondra mía!. Te veo venir. Ya eres padre aterrador. ¡Un lujo!. La calefacción estaba apagada en ese instante. Te ojeo, te leo, te desleo, te comienzo, ¡que maravilla!, ¡que felicidad!. Te huelo.

   La trilla, y lejos del risco los haces de luz se amontonan ululando y maullando. ¡Viva la canción del manso! Sabina. La princesa seguro que se despierta más sola que la una. Redondeces en la cabeza. ¡Atención!, el pasajero ausente se terminará marchando en un navío dejando estelas blancas en el mar. La costa esta, menos mal, lejos. Nos conmovimos todos. ¡Adiós! flor boreal, ¡Adiós! egipcios de otros tiempos, ¡adiós! La canción española de letras deseadas.

  Y así, siempre así, aún sigo estremeciéndome ante la nariz roma del moro. Erre que erre. 

Y después nada, solo California.







Judimendi el treinta de noviembre de dos mil once







26 julio 2012

Centón libro de relatos



PREÁMBULOS

En Navaridas, cuando un pálido sol de Febrero, se asoma Justo encima del horizonte, entonces los caminos se convierten en ríos, y la profesora de pintura, ya está en pie, frente al lienzo en blanco, tratando de capturar la luz pero no se concentra. Su mente –y su mirada- vuelven una y otra vez a la carpeta que tiene encima de la mesa y cuyo título reza así: Informe de seguimiento de JLS. Nª 1514.
Lo había encargado a una agencia de detectives de ostentoso nombre -“Los elegidos”- y carísimos precios, cuando su pasión por lo prohibido, le había llevado por medio mundo “En busca de Mister Happy”a quién había conocido en una exposición sobre Modigliani –otra pasión común- y quien desde el primer momento había acaparado su atención y les había hecho Confidencias íntimas y sinceras sobre su vida. O al menos eso había creído ella porque el contenido de aquella carpeta, presagiaba algo bien distinto.
Aún no ha desayunado y antes de leerlo decide prepararse un café, y de paso dar de comer a Poppy, el perro que merodea alrededor de sus piernas con aire tristón. Abre la nevera, en cuya puerta ha pegado las postales de Camerún y Kenia y hasta de aquel viaje al Amazonas, (al interiormente siempre se refiere como desconcierto en el Amazonas porque fue allí donde empezaron sus sospechas) y encuentra una ausencia total de Olores sabores y colores. Sólo subsisten la sobras de unas patatas a la importancia que le llevó Eva, su mejor amiga, que en su momento mitigaron el desconsuelo y que ahora pasan a ser el desayuno del chucho.
Lo siento Poppy pero es lo único que hay. Así compensamos los excesos Navideños. “Las mejores navidades de mi vida, se dice en voz alta con una voz temblona, a punto del llanto.
Se prepara un café solo y abre la carpeta.
Dentro hay unas fotografías sujetas con un clip y un trozo de papel en el que la letra inconfundible de Misterhappy ha escrito “Mi viaje a Egipto”,
Debajo, entre paréntesis, y con otra letra, esmerada, femenina y que ella conoce muy bien, otra mano ha escrito “El viaje que se hizo esperar”.
Ojea las fotos y mira el reloj. Aún es demasiado temprano para hacer la llamada así que se viste, se pone las gafas de sol y baja a comprar el periódico. Además de hacer tiempo, quiere conocer el desenlace de Nomeolvides 21, un caso de mobbing inmobiliario que la tiene indignada, y tampoco quiere perderse la columna semanal de una periodista de talante y lenguaje feminista cuya fuente de inspiración parece ser los cuentos populares, a los que va dando un buen varapalo en cada artículo. El de hoy es una versión delirante y divertida de Blancanieves y los siete enanitos que a pesar de todo logra arrancarle una sonrisa.
Incapaz de esperar más coge el teléfono. Contestan a la cuarta llamada, justo cuando está a punto de colgar
-¿Diga?
-Eva, soy yo.
Silencio.
-Eva responde.
-No tengo nada que decir. Nada.
La profesora de pintura vuelve a colocarse delante del cuadro en blanco y traza una gruesa línea, roja, y luego otra y otra hasta soltar las lágrimas. Sólo queda la rabia.






de Lou








Mi viaje a Egipto
Justo encima del horizonte
Entonces los caminos se convierten en ríos
Confidencias (la foto)
No tengo nada que decir
Eva responde
Camerún
Desconcierto en el amazonas
Modigliani
Kenia
Los elegidos
Pasión por lo prohibido
En busca de Misterhappy
Blancanieves y los siete enanitos
El desenlace de Nomeolvides 21
Nada
Febrero
Las Navidades de mi vida
Olores, sabores, colores
Patatas a la importancia
La profesora de pintura
Gafas de sol
Navaridas
El viaje que se hizo esperar
Poppy, el perro
Informe de seguimiento policial










18 julio 2012

María Jesús


   











Y cruzando las manos blancas encima de la mesa cerró sus ojos verdes y en la noche, en ese instante, su mente garabateó palabras de colores que la hicieron sonreír.

El reloj metálico de su muñeca marcaba las ocho y veinte.

¡Hermosas palabras!.



Amor, en letras grandes, adornado de la catela más valiosa.

Bondad, libre y suelta como su melena color caoba al viento, regalada a cada instante con modestia y sencillez.

Ilusión, de verdad, porque gusta de tenerla y como agua fresca repartirla los días asolados.

Consejo, adrado y preciso, prendido humilde en su camisa blanca y desprendido a cada instante para darlo sin intereses a los que la rodean.



Y las constelaciones la contemplaban sorprendidas rodeando su frágil y delicada figura de porcelana.

Abrió los ojos. Respiró profundamente mientras daba vueltas al anillo de su mano izquierda. Se iluminó la estancia y como si tal cosa no hubiese sucedido un segundo atrás, continuó la clase.



En Judimendi el trece de diciembre de dos mil once

09 julio 2012

¿Como se llama usted, señor?




Narciso Rodriguez Hidalgo, y lo supieron tarde en el aula 3 E cuando “El albergue de las mujeres tristes” se depositó en la estantería del fondo enfrente del ventanal desde el que se divisa la valla de las espinas verdes. Dentro del estribillo de la copla alegre.

Te vas por peteneras al zoco porque huyes del año aquel del renacimiento, cuando después de inventarte un nombre certificaste un lugar magreado por el tiempo, quizás Ciudad Negra. Y trabajaste en el fielato de La Azucarera junto al vertedero de “La Mulata” trajinando el pasado con verbos y melodías, bufidos de vapor del trenecillo de Almorchón y juramentos velados entre los dientes amarillos de los de Marchamalo.

Y cerrando los ojos, fuertemente agarrado a las sábanas, han transitado tus pasos por habitaciones de mil casas, pintadas de colores, de carbón y telarañas, que olieron distinto cada noche, cada suspiro. Quieto y cercano, con el dobladillo entre los dientes, has ido y vuelto y retorcido. Las nubes, las tocaste todas en un instante preciso de tu existencia, como antílopes asustadas perseguidas por el viento se han juntado en el remanso del río verde esmeralda donde pastas ahora.

Probablemente las horas se dividan en dos o tres y los momentos en miriadas de segundos mientras permaneces esperando elegir el libro del estante para ser abierto. Porque lo sabrán ellas, sus páginas, pasadas de tres en tres, mutiladas y numeradas arbitrariamente. Porque lo saben todo.

Decían entonces. “¡Ah!, se me olvidaba decirles que soy ateo”.

Ahora entre los dedos permanece inalterado el olor de la tomatera acariciada levemente a la caída de la tarde después de un día de mucho sol, después del rezo.

¡Ah! Porqué escribo. Bueno, pues por eso.













Judimendi cinco de octubre de dos mil once


02 julio 2012

Y así sucesivamente...




   Y así sucesivamente cada frase, cada palabra, cruzaron entre nosotros sin conocerse, sin apenas mirarse. Tenían tonos débiles. Los tonos y las tonalidades. Los sonidos y las presas. Musas encadenadas.

   “La Canela” movía en su ir y venir el rabo. Meó en el arco central del estacionamiento.  La imaginación jugaba en cada esquina de la clase. Todos pestañeábamos. El rimel, el asma, la tos, la irisación de la luna. El paso de San Antonio con su florero rojo y la tuna debajo del balcón desfilando entre baladas de juventud. Y dale que te pego. ¡No!. Perfidia y feliz. El veterinario cerró la maleta y se sonó con un pañuelo blanco y arrugado. Miráis impávidos. Miráis ciertamente la luz y ya lo tenemos casi todo. ¡No! Palabras siguen a palabras. Lo venturoso a la ventura y el júbilo a la jubila. Te lo explico y sonríes cándida.  
Casi te beso. Te lo arrancaré mañana.







Judimendi veintiuno de diciembre de dos mil once


17 junio 2012

Ensoñaciones del vecino del “Quibus”


 















...si se piensa que la muerte es el único remedio para el anhelo de inmortalidad al que la puerta del sepulcro cierra el paso...”, vas listo gordinflas que en cimbrio o en godo parloteas y cuando te espabilo enmudeces cien años y otros tantos más callas, solo para desde el pedestal de cipolino frío lanzar como doctrino lerdo que eres todas tus dotes y conocimientos a quien las quiera oír, como un hurraco desmayado en jaca joven.

Lo eres, lo ves, lo has visto. Te descubro mamón, te deslío. Voy a presentarte en sociedad sediento como estas de golosinas y carrilladas. Voy a deschapar el ombligo de tu coronal hasta el tuétano. ¿Porqué has de vivir desreglado?. Por siempre. Amén.

Y los lobos arriba, en la sierra como maquis barbones olisqueando la presa mientras los rebaños pastamos quietos e inocentes.

Al parecer en la planta baja del veinticinco viniste al mundo, allá junto a las eras en la calle del barrio que recién formado se pisaba cruzando el río. Recuerdo la brillantina y la raya pegada al parietal derecho como el surco de una tiza las mañanas de misa. Y los canicones temblando en el triángulo tras el paso del caniquín de china parejero, sé que de color azul. Y las vueltas por el quiosco donde “el Quibus” se despistaba inocentón. Y los otros en la cocina alrededor de la camilla tras los vahos de un tabaco delator. Y los guantes de boxeo, aún de lana recién tejida, deslizándose bajo el moral de una huerta abandonada trazando líneas de desigual lucha contra el viento cálido del verano. Y la piedra sumergida allá en la ria donde los tábanos buscaban cuerpos ennegrecidos y húmedos donde alimentarse y donde pese a ello te bañabas a las doce y media cada día.

Añejos, antojos, resoplidos. Tira de la manga ¡ladrón!. Tira el coco entero agachando la cabeza mientras corres para esquivar la navaja que silva en el aire una tarde noche de ferial, membrillos y acerolas, allí donde el redondel metálico del torito es lanzado para que después de voltear tres veces regrese por el carril de acero a la mano del postillón. Allí donde la chapa se decanta por “caras” y se pierde un potosí. Allí mismo estas tú en el postigo de la historia. Agachado. Trilitero. Altivo otras.

Aún persisten las mil rosas junto al barandal del color del chocolate donde posaste tu mano para herirte. Y llegan hasta mi lejanas risas y las toses tagarninas de los rincones apartados de la tasca estrecha del invierno. Y te digo, atiéndeme, tiéndete, detente y para, ¿sabes tú que es la memoria?. Estómago del alma, dijo erróneamente alguien. Gaban de camelote apoyadito en la silla hasta usar mañana. ¿ Y no duele?.

Creeme, pero tengo que dejarlo hasta un instante, un momento, un rato corto y luego continuaré, porque te veo y lo sé, he de volver a la atmósfera azulada del tiempo para mostrarte cada brote podado, cada esquina mellada. Para saber más de ti y decirte. Esto es cundido para el alma. Fiero nada más de dolor. Fierabrás de juego corto. Aca todo es parcial y para zaramullo no me visto aún.

Y es que la tarde a veces te abraza tan fuerte, tan amorosa, que necesitas dejar, abandonar, y porqué no parar hasta que los garabatos de la mente siempre en duermevela descansen. Dejar en suspenso, eso es, dejar en el aire.













Vitoria veintinueve de noviembre de dos mil once


06 junio 2012

El Cicatrices (peluquero de gambas)



               

  Desde el momento en que tomé postura y las ensoñaciones se sucedieron sin apenas dar tiempo a que se fijasen en mi mente supe que no terminaría mi pequeño viaje por la ciudad sin ser interrumpido.

  Tras la última parada los rumores, que imperceptibles al principio apenas me llegaban del pasajero que tenía al lado, terminaron por merecer mi atención. Era un ruego en forma de estertor, una súplica indescifrable, un temblor de labios con latigazos de sílabas, los que llegaban a mis oídos. Me giré. Era él. El Cicatrices. Al que había bautizado con ese apodo la primera vez que solemnemente se apeó en la octava parada y con pasos trastabillados y torpes portando un maletín y una mochila a la espalda se dirigió al portal justo de enfrente. El número doce. Antes de desaparecer se volvió y señaló con el dedo índice algo que me resultó imposible descifrar.

¡Diablos!. ¿El qué?, me dije para mis adentros sin inmutarme.

  El autobús siempre circulaba veloz por la avenida principal o eso me había parecido desde siempre hasta este día. Hoy reparé. Entra las uñas del Cicatrices un pelo rojo oteaba el espacio mientras recibía el impulso del aire acondicionado. ¡Sí! ¡Sí!. Estaba de pie frente a mí mirándome con sus grandes ojos redondos. Llevaba unos pantalones de pana color beige arrugados enormemente largos que descansaban en los mocasines marrones donde los cordones sueltos parecían bailar sin sentido y una cazadora oscura muy gastada que desprendía un olor caprílico insoportable.

  Me dijo al pronto, de sopetón :

-Soy peluquero... -. Y rió sonlocado, guturalmente, tragándose el aire.

-Mira que bien- , acerté a decir mientras miraba nervioso el letrero de neón frontal que marcaba en ese preciso instante Parada.

-...de gambas-, precisó mientras bajaba el escalón del autobús de un salto del que misteriosamente salió ileso.

  Mi ¡Ah! creo que ni salió fuera de mi boca y si acaso atrevió a salir se enredó en los pliegues de mi cuello o parecido. Como siempre el Cicatrices se perdió tras el portal número doce.

  Hoy jueves tarde de invierno, está sentado a mi lado en el urbano. Llueve copiosamente y pese a estar calado, el Cicatrices creo tiene ganas de conversación. A colocado el maletín de madera barnizada color miel encima de sus piernas y parece dispuesto a abrirle en cualquier momento. Con la mirada me pide permiso. Asiento en silencio. Así lo hace. Me lo muestra. Atónito contemplo el interior.

¡Peines! Peines de púas largas, peines de púas anchas ¡De carey!, peines de cerdas de jabalí, peines de madera lacada. Multitud de peines delicadamente colocados como una cubertería fina. Y al otro lado ¡Los cepillos! Cepillos finos, cepillos con cerdas de goma, cepillos redondos de cerdas naturales, cepillos de púas finas y redondeadas. ¡Peinetas! ¡Horror!. Todo el instrumental en verde guardia civil.

-No uso nunca cepillos con cerdas metálicas, total para cuatro pelos. Mire, este tiene cerdas antifrizz. ¡Las relaja!. Las gambas chorizo prefieren cepillos finos y sin embargo, la gamba listada me exige la peineta. En una ocasión un lote de gamba purpúrea me exigió atusarles directamente con la yema de los dedos. ¡Quería volumen!. Y hasta una gamba blanca una vez me enseñó los dientes amenazadora solo por no prestarle más atención a su telsón. ¡Valiente presumida!. Pero le digo en serio, como la gamba cabezón ninguna, con esta no valen miramientos. ¡El de cerdas de jabalí directamente!.

  Y al fondo, como descuidadas, vi unas tijeras metálicas.

-¡Ah! Solo uso esas. Son de microdentado con dos hojas. ¿Ve?, así no desfilan. Son las únicas que tengo. De siempre, ¡eh!.

  Y como notó que los ojos querían salirse de mis órbitas cerró violentamente el maletín.

-¡Huy!, esto no es nada. Si le enseño los fijadores...., aquí en la mochila.

  Siguió hablando creo cuatro paradas más estertor tras estertor ininterrumpidamente.

-Bueno, hasta mañana. Y se apeó.

  El inicio de una amistad comienza algunas veces en el trayecto largo de un autobús urbano. La nuestra había comenzado. Observé. Junto al número doce, portal del Cicatrices, lógicamente estaba su lugar de trabajo. Pescaderías Norteñas S.L. Así lo atestiguaba el letrero de la fachada de mármol blanco que lucia, para que negadlo, fatal.




Judimendi diecinueve de octubre de dos mil once